Cuando se analiza la relación entre Estados Unidos y China si bien se tiende a hablar de la existencia de una “nueva” Guerra Fría, esa analogía resulta incorrecta y peligrosa dado que es inexacto al mirar la transformación que está ocurriendo. Al trazar dicho paralelo desarrollamos un falso sentido de creer que podemos anticipar que lo que viene es un estatus quo similar al de la época pasada. El componente nuclear junto con la política de destrucción mutua asegurada (MAD) obligó a instaurar una serie de mecanismos de concertación política y de reaseguros militares, que hizo que las superpotencias de ese entonces no entraran en un conflicto armado abierto, trasladando su violencia a la periferia. A diferencia de ese momento, es posible que estemos transitando hacia un lugar distinto y en parte inédito en la política internacional: una posible conflagración regional con un componente nuclear limitado entre las potencias competidoras.
John Lewis Gaddis en su libro Los Orígenes de la Guerra Fría ubica su gestación entre 1941 y 1947 producto de las siguientes cuestiones.
- EE. UU. y la U.R.S.S. presentaban relatos fijos y mutuamente excluyentes.
- El prestigio de ambas como vencedoras de la II Guerra Mundial aumentaba su poder de atracción desarrollando lógicas de competencia social.
- Una rigidez y desconfianza política creciente que se remontaba a la época inmediata posterior de la Revolución Rusa.
- Las tensiones operacionales derivadas de la lucha -como aliados- contra el eje y las dinámicas de las conferencias de Teherán, Yalta y Potsdam.
- La dinámica de la relación entre ambos estaba condicionada en la superficie por los asuntos estratégicos militares, y en sus cimientos por la estructura que brindan las agencias de inteligencia.
- La competencia nuclear los forzó a coexistir y, en cuestiones especificas, a coordinar acciones. Toda la Guerra Fría se estructuró en una época pre-capitalismo de interdependencia, pre-revolución digital.
Las seis dimensiones de la disputa de Estados Unidos y China
La actual competencia entre China y EE. UU. se sucede en un entorno completamente diferente.
1) No existe un relato único ni finalidad ulterior por parte de los contendientes. El Pew Research Center en sus reportes -uno del 6 de octubre y otro del 19 de noviembre de 2020- muestra que ninguno goza de una imagen internacional positiva amplia. En 2002 la media de la imagen negativa de China era del 30% mientras que en 2020 era del 70%. Por su parte, la imagen positiva de EE.UU. también viene declinando desde 2003 y actualmente se mantiene cerca del 50% mejor que Beijing; cierto, ¿pero alcanza para recrear condiciones de liderazgo estable? Difícil de estimar.
2) Si el orden liberal se encuentra en crisis, la idea de un orden autocrático no convence de manera sustancial a nadie, excepto -tal vez- a aquellos regímenes políticos que tienen una relación reñida con la democracia o que ven en sus proyectos políticos personalistas su propio “propósito glorioso”.
3) En cada uno de los países hay sectores que se han transformado en socios de conveniencia: por ejemplo, el de las finanzas en especial cuando se cruza con en el de tecnología. En plena discusión sobre el origen y las responsabilidades de China por la expansión del Covid-19, la declaración de la OTAN del 24/6/2021 sobre la amenaza que ese país supone a la seguridad occidental, y la declaración de XI Jinping sobre la respuesta de China frente a conductas que él percibe agresivas por parte de Occidente; la relación financiera fluye aceptando todos estos riesgos políticos. Goldman and Sachs, Blackrock y JP Morgan realizaron diversos acuerdos con el ICBC, el Banco de Construcción de China, y el China Merchant´s bank, mientras que la App DIDI enfrenta una presión activa de los reguladores chinos por haber optado en ir a la Bolsa de Nueva York y captar fondos globales. Una referencia histórica más exacta al actual momento la encontramos en el libro de Karl Polanyi, La Gran Transformación, quien describe los lazos económicos que Alemania y Gran Bretaña forjaron a pesar de estar en plena competencia geopolítica. La interdependencia genera vulnerabilidades que los políticos suelen subestimar lo cual puede desembocar en un conflicto armado.
4) El efecto “cortina de hierro” de la Guerra Fría no existe ya que ambos países se encuentran abiertos al mundo y no se perciben como opciones excluyentes beneficiándose de los flujos y conectividad que supone la era digital. En el marco de la celebración por los 100 años del PCCh, la ciudad de Shangai se presentó al mundo bajo el lema “vive el sueño y comparte el milagro” invitando a la comunidad internacional a vivir el desarrollo experimentado por ese país.
5) Esa lógica coexiste con la creación de zonas de influencia y control geopolítico llevándolos a disputarse el “creciente interno (Indo Pacifico) y externo (África y América del Sur)”, como lo prueba la iniciativa de la Ruta de la Seda de China frente a la de Japón por un indo pacífico “libre y abierto”. Gran parte de lo que suceda dependerá de como Rusia e India articulen su condición de poderes terrestres para limitar los ímpetus de China; el viejo balance de poder reeditado. Los poderes navales ya están haciendo su parte.
6) En este contexto, la llamada “política de la contención” tan característica de la Guerra Fría es inaplicable ya que China se encuentra presente en el corazón de Occidente y viceversa. He aquí el dilema actual de ambos países: los compromisos necesarios para la distensión son cada vez más difíciles de lograr y aunque la ruptura tiene consecuencias inciertas, aparece atractiva debido a que el plano estratégico militar comienza a favorecer conductas “de hecho consumado” que afectan la estabilidad estratégica.
7) La actual carrera tecnológica no es estática, permanece abierta, y esta indefinida afectando en las dimensiones política, militar y en la economía ya que su resolución supone ventajas en materia de posición futura para los contendientes. En un mundo basado en sensores y operaciones psicológicas, los servicios de inteligencia cobran una inusitada relevancia.
La geopolítica de Biden, signada por las restricciones internas
Finalmente, la competencia en el espacio digital, y el ultraterrestre, se da en un contexto donde ninguno de los dos grandes acuerdos de limitación de armas de la guerra fría -INF y ABM- se encuentran vigentes. Si bien es argumentable que todavía está operativa la MAD a nivel global brindando reaseguros, en el plano regional comienza a desvanecerse. Esto explica, por ejemplo, la voluntad de China de acelerar el desarrollo de sus misiles nucleares intercontinentales y la competencia por el desarrollo de armas antisatélites, y escudos antimisiles tanto de teatro como globales, al igual que que no aparecen en el horizonte acuerdos de regulación del uso del ciberespacio.
La configuración de sistemas que favorecen la conducta ofensiva sobre la defensiva aparece pocas veces en el sistema internacional, esta es una de ellas. El fin de la segunda “crisis de los veinte años” iniciada en el 2001 y terminada en el 2021, nos inaugura una tercera década más cerca de una conflagración de lo que estuvimos en épocas próximas pasadas. Está claro que el camino que recorremos no desemboca en una nueva Guerra Fría.
*Juan Battaleme: Profesor de Relaciones Internacionales UCEMA - UBA