Si Michel Temer tiene alguna virtud, ésa es su capacidad para el equilibrismo político. En sus 27 años de vida pública, el flamante presidente de Brasil se especializó en administrar presiones. Como dirigente del camaleónico y omnipresente Partido del Movimiento Democrático Brasileño, tuvo que perfeccionarse en el arte de las negociaciones intra e interpartidarias. Antes de romper con Dilma Rousseff, ofició como interlocutor privilegiado entre el PMDB y su socio en la coalición de gobierno: el Partido de los Trabajadores. Eso no le impidió convertirse poco después en el artífice de un acuerdo parlamentario con el Partido de la Social Democracia Brasileña para arrebatarle el cargo a su ex compañera de fórmula.
En los próximos meses, Temer deberá hacer gala de su habilidad para caminar por la cornisa de la política. Más allá de los desafíos que suponen la recesión económica, las investigaciones judiciales por presuntos actos de corrupción y los bajos índices de aprobación popular, el mandatario enfrentará el duro reto de negociar al mismo tiempo con los tres grandes actores de la escena partidaria brasileña: el PT, el PSDB y el propio PMDB. Observadores y analistas coinciden en que Temer no podrá prescindir de ninguno de ellos si quiere llevar su mandato a buen puerto.
Públicamente, el PT de Lula Da Silva se muestra intransigente frente al “traidor” Temer. El petismo alza la consigna “Directas ya”, en reclamo de un llamado inmediato a las urnas. Es probable que su dureza ante el nuevo gobierno se exacerbe en el momento de discutir las reformas jubilatoria y laboral que Temer pretende aprobar.
Pero nada indica que el PT y el PDMB vayan a dinamitar todos sus puentes de diálogo. Por lo pronto, se necesitarán mutuamente para no perder terreno en ciertos distritos en las elecciones municipales de octubre. El mismo día del impeachment hubo un indicio claro de que algunos sectores peemedebistas no desean una ruptura total con el PT: a Rousseff se le permitió conservar su derecho de ocupar cargos públicos en el futuro. Hay quienes leen ese gesto como parte de un acuerdo subrepticio para que el PT ayude luego a blindar a Eduardo Cunha (PMDB), hoy suspendido de su cargo como presidente de Diputados por sospechas de corrupción.
Otros, en cambio, ven allí la mano de otro cacique del PMDB: Renan Calheiros, el líder del Senado. “El mantenimiento de los derechos políticos de Rousseff fue un mensaje de Calheiros para Temer: le está demostrando que él es un polo alternativo de poder dentro de su propio partido y que dispone de armas para confrontarlo”, dijo a PERFIL la politóloga brasileña Helcimara Telles, profesora de la Universidad Federal de Minas Gerais. En su opinión, uno de los mayores problemas para Temer será precisamente que “no dispone de una base parlamentaria cohesionada: el PMDB es un partido de ideología flexible que cobija diversas corrientes, algunas de ellas dispuestas a negociar con el PT”.
En simultáneo, Temer deberá gestionar las presiones del conservador PSDB, la fuerza que le proveyó los votos para desplazar a Rousseff. Esa alianza circunstancial es ahora una bomba de tiempo. Los socialdemócratas tienen al menos tres precandidatos propios para las presidenciales de 2018: el canciller José Serra, el senador Aécio Neves y el gobernador paulista Gerardo Alckmin.
Mientras que los tucanos ven a Temer como una chance para aplicar un ajuste que pocos votarían si fuera presentado en una plataforma electoral, el presidente necesita el respaldo del PSDB en el Parlamento para dar señales rápidas ante la debacle económica. “Antes de impulsar medidas de mediano plazo, el gobierno necesita garantizar su continuidad –señaló el politólogo y economista Eduardo Crespo, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro–. La impopularidad, las contradicciones internas y el cuadro de fragilidad harán que prime el cortoplacismo”. Y los esfuerzos para mantener cierto equilibrio entre tres monstruos de la política.