El ex presidente de Brasil Jair Bolsonaro estaba convencido, dos semanas atrás, de que el jefe de la Casa Blanca Donald Trump podría obligar a la Corte Suprema brasileña a dejarlo en libertad. Pidió entonces que se utilizaran todos los instrumentos a mano: desde imponer un arancel de 50% a todos los productos exportados por Brasil hacia Estados Unidos; hasta la prohibición, conocida el viernes último, de ingresar a territorio americano que pesa sobre todos los jueces del Supremo Tribunal Federal y sus familias. Pero lejos de verse favorecido por las medidas, el ex mandatario de extrema derecha vio desmoronarse el apoyo con el que contaba en su país, tal como ocurre con un castillo de arena que se deshace frente a los vientos.
La manifestación organizada a su favor en Brasilia contó apenas con algo más de un millar de adherentes, un claro indicio de desgaste y fragilidad. Esto trajo aparejado un deseo de sus antiguos socios políticos de darle la espalda; o, al menos, hacerle entender que no será candidato presidencial en 2026, tal como aspiraba el hombre que en el pasado fue líder indiscutible de estos sectores ultraderechistas. El rechazo social a la estrategia seguida por el expresidente, que no vaciló en involucrar a los republicanos estadounidenses en la interna brasileña, no se hizo esperar. La medición de las encuestas reveló que 72% de los consultados repudiaron la injerencia de Washington, que además representa un impacto considerable en la economía del país.
No sólo esto, otras pesquisas como la realizada por Atlas Bloomberg, indicaron un inmediato crecimiento en la popularidad de Lula que pasó de 47% a 50% de aprobación. Desde luego, Bolsonaro y sus aliados no imaginaban este desenlace de los anuncios de Trump. Su hijo, el diputado Eduardo Bolsonaro, quien decidió mudarse para EE.UU. por miedo de ser preso, ha desplegado en Washington una acción intensa a favor de las sanciones a aquéllos que, según él y sus aliados, persiguen a su padre. No sólo actuó por el aumento desmedido del arancel sobre bienes producidos en su país; también organizó con representantes republicanos el impedimento, finalmente ejecutado por Trump, contra jueces de la Corte que ya no podrán ingresar en territorio estadounidense.
Por estas razones, el ex jefe de Estado es presionado estos días por sus aliados para apartarse de la tarea desplegada por su hijo. El sector agropecuario, que reviste en Brasil una importancia decisiva en las exportaciones, se manifestó masivamente a favor de resistir la estrategia del “trumpismo” contra el gobierno brasileño. Al percibir ese rechazo, JB pidió a sus asociados políticos que explicaran “al pueblo” que él no tuvo nada que ver con el aumento de aranceles hasta 50%. Lo cual, desde luego, no es cierto. Fue tan grande la repulsa social que llegó, incluso, a incidir en forma notable en el Congreso brasileño: si los diputados pensaban votar ahora un proyecto de amnistía para favorecer al ex presidente, de pronto resolvieron eliminar ese asunto de la agenda parlamentaria.
En ese contexto aparece una figura que puede sustituir a Bolsonaro en las presidenciales de octubre del año próximo. Se trata de Tarcisio de Freitas, un carioca elevado a gobernador del estado de San Pablo en los comicios de 2022. A él apuntan los partidos de centro y de derecha para reemplazar al líder en su caída. Según Ciro Nogueira, titular de una de esas agrupaciones, el Partido Popular (PP), el escenario actual no es nada bueno y por eso juzga indispensable garantizar el proyecto que unió a todos ellos en el pasado: “Es imprevisible quién puede ser el candidato. Lo que sí puedo decir es que vamos a trabajar para unificar el campo del centro y de la derecha”.
En cuanto al presidente Luiz Inácio Lula da Silva, utiliza los vientos que ahora soplan a su favor para conseguir adhesiones en el marco internacional contra la política onerosa de Trump. Hoy se encontró en Santiago de Chile junto con los sudamericanos Gabriel Boric, Gustavo Petro, Yamandú Orsi, y el español Pedro Sánchez, para participar de la conferencia “Democracia Siempre”. Los cinco firmaron un manifiesto que sostiene: “No hay lugar para el inmovilismo o el miedo. Debemos defender la esperanza”. Y concluye: “Es preciso resolver los problemas de la democracia con más democracia, siempre”. Añadieron a esto una clara alternativa por el “multilateralismo y el trabajo conjunto, para abordar las causas profundas y estructurales que socavan las instituciones democráticas, sus valores y legitimidad”.