“Antes teníamos a un cardenal villero, ahora tenemos a un papa”, dijeron esta semana los vecinos de la Villa 21, en Buenos Aires. En tan sólo tres días, Francisco ya dejó en claro cuál será el rumbo que tomará su pontificado: “Una Iglesia pobre y para los pobres”. Ese gesto, enorme para los fieles, pero llevado adelante con simpleza y naturalidad, sacó al Vaticano del letargo y del descrédito provocado por las internas políticas y los escándalos de la pedofilia. Jorge Bergoglio, “el papa que llegó del fin del mundo”, buscará revitalizar el catolicismo y acometerá en la curia romana reformas graduales vinculadas con el rol social de la Iglesia.
Una de sus principales tareas será sacar a la Santa Sede más allá de las murallas que rodean la Plaza de San Pedro, más allá de las catedrales, basílicas y parroquias.
Al explicar por qué eligió llevar el nombre de San Francisco de Asís, que conmocionó a la Iglesia en la Edad Media e impulsó los más estrictos votos de pobreza, dio pistas del estilo que le imprimirá a su papado. “Durante el cónclave estaba sentado a mi lado el cardenal Claudio Hummes, arzobispo emérito de San Pablo, un gran amigo. Cuando la situación se hizo peligrosa para mí, me consolaba. Y cuando los votos aumentaron a los dos tercios necesarios para la elección, hubo un aplauso. El me abrazó y me dijo: “¡No te olvides de los pobres!”, contó ayer el Sumo Pontífice.
Sin embargo, las reformas de Francisco no llegarán todas en el corto plazo. Según informó ayer el Vaticano, el religioso decidió mantener en sus cargos, por el momento, a todos los jefes de la curia romana. Así, confirmó a Tarcisio Bertone en la poderosa Secretaría de Estado, el segundo cargo en importancia de la Iglesia. Siguió de esa forma una tradición papal que suele prorrogar por algunos meses a los colaboradores del pontífice anterior, antes de acometer nuevos nombramientos.
El religioso argentino también tiene por delante la tarea de acrecentar la popularidad del catolicismo. Luego del superlativo carisma de Juan Pablo II y de los siete años de Benedicto XVI, un intelectual con una imagen más fría, Bergoglio, con sus primeros gestos de austeridad, aspira a construir una fuerte relación con sus feligreses. Su lenguaje coloquial y directo, su desapego por el protocolo y su afabilidad apuntan en ese sentido.
Quienes conocen a Francisco no se sorprenden por su rechazo del lujo y de la ostentación. “Su nombre indica que quiere volver a la sencillez de la vida evangélica. Tuvo y tiene una relación muy cercana con los pobres y los más débiles. Denunciará el consumismo y el mundo materialista. Siempre nos impulsó a los sacerdotes de Buenos Aires a salir a las periferias, a acercarnos a aquellos que están lejos de la Iglesia”, sostuvo en diálogo con PERFIL Ariel Torrado Mosconi, obispo auxiliar de Santiago del Estero y cercano al papa.
Alejandro Bunge, decano de la Facultad de Derecho Canónico de la UCA, también da indicios sobre la personalidad de Bergoglio: “Habla con su palabra y sus gestos. Es un hombre que sabe hacer lo que hay que hacer”.
Francisco, la máxima autoridad del catolicismo, ya alcanzó en pocos días una relevancia internacional impensada. Ahora, con tantas expectativas generadas, el cardenal buscará aplicar a nivel mundial las mismas recetas que utilizó en su paso por el Arzobispado de Buenos Aires: cercanía con los pobres y humildad. Ante las internas vaticanas, su tarea parece, a priori, muy compleja.