El fiscal adjunto del Juicio a las Juntas Militares, Luis Moreno Ocampo, presentó la tercera edición de su libro "Cuando el poder perdió el juicio", en el que narra en primera persona cómo fue afrontar un proceso judicial contra los dictadores en medio de una frágil democracia, dos semanas antes del estreno de la película "Argentina, 1985", .
Durante la presentación, Moreno Ocampo estuvo acompañado por Carlos Arslanian y Ricardo Gil Lavedra, dos de los jueces que integraron el tribunal que logró condenar a los militares. Sin embargo, el proceso judicial no fue para nada fácil, ya que estuvo cargado de presiones, amenazas y gran incertidumbre.
"El día de la acusación, yo tenía a Videla a un metro mío y hablar en nombre de la sociedad argentina de cara a ellos fue un privilegio que nunca me voy a olvidar", recordó quien participó como fiscal adjunto en un diálogo con PERFIL.
De igual forma, la Fiscalía logró llevar ante la Justicia a los nueve líderes militares, dentro de los que se encontraba Jorge Rafael Videla. En la Introducción de su libro, el fiscal adjunto narra cómo fue enfrentarse al expresidente de facto en la sala de audiencias de la Cámara Federal.
El fragmento completo aquí:
"Octubre de 1984. Sentados ante un pequeño escritorio de madera, esperábamos que los guardias trajeran a Jorge Rafael Videla para prestar declaración ante los jueces. La Sala de Audiencias de la Cámara Federal daba un marco solemne. Había unas enormes ventanas con vitraux y, sobre ellas, un crucifijo. Hasta en la forma de los bancos el lugar parecía una iglesia. A mi lado, Julio Strassera fumaba un cigarrillo que no terminaba nunca. En otro escritorio, los dos defensores. Contando los policías de custodia, no éramos más de diez en un lugar que podía albergar cuatrocientas personas.
Unos días antes había sido designado para colaborar con el fiscal Julio Strassera como Fiscal Adjunto del Juicio a las Juntas militares. Era la primera vez que iba a trabajar de fiscal y que iba a ver personalmente a Videla. Las diferentes imágenes que tenía de él, casi siempre de uniforme, recibidas a través de la televisión y los diarios, se remontaban a la mañana del 24 de marzo de 1976, cuando la voz grave de un locutor informaba por cadena nacional que las Fuerzas Armadas habían destituido a la presidente de la Nación, Isabel Martínez de Perón. Esa mañana, mientras escuchaba la televisión, vi por la ventana de mi pequeño departamento a dos señoras que caminaban por la vereda, abrumadas por el peso de sus bolsas de mercado llenas de comida. Me parecía una actitud miserable hacer acopio de alimentos ante un golpe de Estado; hoy pienso que ese reproche ocultaba mi propia impotencia.
Muchas cosas habían pasado entre 1976 y 1984 para que nuestras vidas se cruzaran en esa Sala de Audiencias. Me preguntaba cuál sería la actitud de Videla ante los jueces. Sabíamos que no iba a declarar, pero igual estábamos tensos. Entró escoltado por un comisario, vestido de traje gris, caminando un poco de costado, y saludó de una forma muy correcta aunque a él también se lo notaba nervioso.
Los sueños de poder ilimitado se habían evaporado. Videla estaba solo frente a la Justicia. Su peor pesadilla se había hecho realidad.
Todos nos pusimos de pie cuando, por un costado de la sala, entraron los seis jueces, que se sentaron detrás de un enorme escritorio, ubicado medio metro por encima del nuestro. Era el comienzo del procedimiento judicial ante la justicia civil.
—Se da por abierto el acto —dijo el juez Jorge Torlasco, presidente del Tribunal—. Se lo ha hecho comparecer para recibirle declaración indagatoria. Tiene usted el derecho constitucional de negarse a declarar y en este acto queda relevado de la exhortación a decir verdad que se le hiciera al prestar declaración ante el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas.
Videla carraspeó antes de responder con una frase que tenía preparada de antemano:
—Con el debido respeto a este Tribunal, me niego a declarar. Como ya lo manifesté en escrito presentado, considero que solo puedo ser juzgado ante la justicia militar.
—Se le hace saber que la causa de su procesamiento es su posible responsabilidad en los delitos de privación de libertad, torturas, robos y homicidios cometidos por el personal bajo su comando entre los años 1976 y 1978.
Se labró y firmó el acta y en diez minutos la sesión había terminado."
Fragmento de "Cuando el poder perdió el Juicio", por Luis Moreno Ocampo, publicado por Capital Intelectual.