OPINIóN
Análisis político

Alberto Fernández, un presidente cautivo de su principio

Entre 2019 y 2023, Alberto Fernández tuvo dos adversarios, uno tan implacable como el otro: la inflación, y su vicepresidenta. Sin embargo, planteó una idea, la de una Argentina más igualitaria, confiando en el método del sentido común, y buscando la “verdad superadora”.

El presidente Alberto Fernández
El presidente Alberto Fernández. | Noticias Argentinas

Que la crisis de las democracias representativas se traduzca por un desfase cada vez más obvio entre las múltiples y dispares aspiraciones de la sociedad y la oferta que los gobernantes tratan de efectivizar, lo sabemos. La reciente elección presidencial argentina volvió a enseñarlo. ¿Cómo el gobernante moderno, sometido a la exigencia de eficacia a corto plazo y a la necesidad de inmediatez en la respuesta, podría escapar a una sensación de vértigo cuando ejerce el poder

Alberto Fernández ofrece, al respecto, una ilustración impactante. ¿No habría sido colocado, o no se habría él mismo colocado en una posición imposible en la cima del poder? ¿Cómo explicar que, en un intervalo de tres años, haya podido perder 60 puntos de imagen positiva en el curso de su mandato (encuesta Giacobbe y Asociados)? 

Es cierto que el poder desgasta. Charles de Gaulle, utilizando un juego de palabras, ya decía, en los años '60, que lo propio del gobernante era “durer et endurer” (durar y aguantar). Pero,¿qué pasó para que Alberto Fernández, cuyo carácter lo hacía aparecer como empático, honesto, sincero, moderado, respetuoso con los demás, apreciado en el extranjero por sus pares, haya podido dar a pensar, como lo escribió un famoso analista, que “no fue un Presidente”?¿Será por las cualidades mismas del personaje? 

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Alberto Fernández “duró”cuatro años en la función. Una duración “normal”para un hombre “normal “, un epíteto que él mismo se atribuyó. 

Digámoslo de entrada: el juicio que emitimos sobre Fernández,  si es que podamos emitirlo hoy, se enfoca más sobre la complejidad del hombre que sobre la realidad del fracaso. El juicio global necesitará mucha más distancia y tiempo en la reflexión. En el juicio deben intervenir la personalidad del hombre, lo que realizó y, según la fórmula de Ortega y Gasset, la circunstancia, o sea el contexto histórico en qué accedió al poder. 

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Limitémosnos a decir que cuando accedió al poder, ya estaba abierta de par en par la caja de Pandora, la de los viejos demonios que acosan la democracia argentina.Nos referimos a los dos campos que se anatemizan recíprocamente.

Se puede discernir subjetivamente dos periodos en el curso del mandato. La primera hasta la salida, en julio de 2022, de Martín Guzmán, su hombre de confianza y ministro de Economía. Es el período en que maneja verdaderas palancas de poder. La segunda, desde la llegada de Sergio Massa como “superministro” hasta el final del mandato. Es el período en que los acontecimientos se precipitan, que acaban por hacerle vivir un calvario, cuando la presión inflacionaria, cada día más aguda, hizo que se desplazara el centro de gravedad del poder hacia lo económico, sobre un fondo de catástrofe. 

Así, Alberto Fernández va a conocer, en los últimos dieciocho meses, lo que experimentó Raúl Alfonsín en 1988 y 1989, hasta su retiro anticipado en julio. Está claro que, en el plano interior, su poder se esfuma, como su capacidad de resistencia. Y, a lo largo del mandato, en términos de imagen, aparece progresivamente en situación de alienación de su responsabilidad presidencial.

Luce, primero, cautivo de su vicepresidenta, que no dejó de hacer de Casandra. El mal de los orígenes, bien se sabe, proviene del contexto en que fue designado, en 2019, por Cristina Kirchner que, aunque disponía del principal caudal electoral potencial, era consciente de que no podía ganar la elección. Ella pretendió expresarse, siempre, en nombre de la defensa del pueblo. 

La gestión presidencial de la pandemia, en su primera etapa, hasta que se politizó, fue indudablemente para Alberto Fernández el mejor período, en el que unió su sentido del interés nacional a la certeza de que, ante la adversidad, se estaba ante la oportunidad de cerrar la grieta política.

La desdichada fiesta de aniversario familiar, un error tremendo, fue la ocasión soñada para sus opositores de denunciar el “cinismo” del presidente. Otros episodios fueron mucho más importantes: las PASO de setiembre de 2021, las renuncias ministeriales por sorpresa, organizadas por el ministro del Interior Wado de Pedro, de un grupo de funcionarios kirchneristas, las legislativas perdidas de noviembre. Ya había empezado el florilegio de los epítetos: “pelele”, “títere”, “testaferro”, “chirolita”. Un Presidente de ”Disneylandia”. 

Cautivo fue también Fernández del Frente de Todos. La creciente hostilidad de La Cámpora, que en la esfera peronista había colonizado los cargos políticos del territorio bonaerense, desequilibró totalmente la coalición. La dimisión de Máximo Kirchner, en enero de 2022, de su función de presidente del bloque mayoritario en la Cámara de Diputados, pudo ser sentida, con razón, como un acto de ruptura. Este declarará en Lanús: “Nuestro pueblo se conduce obedeciendo. Cuando uno quiere conducir, también debe saber obedecer”. 

El motivo invocado de su retiro era el acuerdo con el FMI, oficialmente firmado en marzo. Para los cristinistas, era una especie de traición que justificaba que saliera a la luz la ruptura ideológica. Alguien como Andrés Larroque, ministro de Desarrollo bonaerense, y secretario general de La Cámpora, esclareció perfectamente el debate, describiendo así las dos líneas: “Lo que podemos denominar como un sector moderado del peronismo no pone tanto el acento en la distribución del ingreso y la justicia social. Ėl (Alberto) llegó a ese lugar como parte de un acuerdo con el kirchnerismo que no se termina de honrar”. 

La “revolución K” tenía efectivamente, en su apogeo, la ambición de superponerse a la de la década peronista. Estaba en juego “la nueva identidad del peronismo”, como lo escribió Gustavo González. Cuando Sergio Massa tomó el control de la economía, empeoró aun más la degradación del poder presidencial. Eso dentro de un proceso de delegitimación, en el cual el Frente Renovador, así como ciertos gobernadores peronistas y sectores de la CGT, se dirigieron hacia donde soplaba el viento. Para tratar de mantener la unidad, el huésped de la Casa Rosada y de Olivos tuvo que ajustar el rumbo muchas veces. 

La concesión más obvia que hizo al kirchnerismo fue, presumiblemente, la inoportuna decisión de iniciar un estéril proceso de juicio político a los miembros de la Corte Suprema en la Cámara de Diputados.¿Fue para compensar el hecho de que se había negado a reorganizar la Justicia para proteger de sus avatares judiciales a CFK?

La crisis de identidad del peronismo

Cautivo, fue, también, finalmente, de su compromiso: “Voy a trabajar incansablemente para mantener la unidad del Frente de Todos”, le dijo a Jorge Fontevecchia en diciembre de 2022. “Fui reflexivo, fui moderado, y preservé la unidad”, le aseguró en una segunda entrevista, en noviembre de este año. Un principio que, teniendo en cuenta lo que tuvo que aguantar, está a su favor, en la medida en que estaba convencido que una recomposición del oficialismo estaba casi condenada al fracaso durante su primer mandato. 

¿Con una diferenciación ideológica tan claramente expuesta, hubiera podido liberarse de las ataduras kirchneristas cuando los legisladores y ministros que respondían a CFK, empezando por Wado de Pedro, lo desafiaron con tanta fuerza? Con una paciencia infinita, y un humor apenas perceptible, se limitó a hacer hincapié sobre la contradicción profunda de CFK: “¿Porque se enoja Cristina conmigo, si hago lo que ella pide?”. Una ética de convicción, pero una verdadera dificultad para implementar una ética de responsabilidad.

Alberto Fernández, un presidente cautivo de sus principios

La cuestión de fondo es la de la concepción de la función presidencial. Alberto Fernández quiso ser un presidente “normal” en un país que no lo era. Recusa los “ismos”», por lo tanto, la emergencia del albertismo. Recusa la personalización del poder, haciendo caso omiso de que el régimen político argentino, como en Francia o en los Estados Unidos, es un régimen presidencialista. 

Un caso análogo se produjo con el presidente François Hollande en Francia (2012-2017). Este siempre se declaró como “un presidente normal”. Después de perder la posibilidad de una reelección, Hollande dijo más tarde:”no debería haber dicho presidente normal”. ¿Qué había pasado ? Hollande, en 2015, era el blanco, no solamente de burlas (del tipo: “un Rey de opereta”), sino también de una ofensiva por parte de los rebeldes de su partido Socialista, unos 40 diputados, incluso el ministro de la Recuperación Productiva que fue luego ministro de la Economía. Llamó a la unidad “frente a la tragedia que amenaza al país” (el ultraderechista Frente Nacional estaba en condiciones de acceder al poder), pero los rebeldes nunca dejaron de oponerse. 

“Han debilitado la credibilidad de mi política sin lograr la visibilidad de la suya. Han cortado la rama en la que estaba sentado”, afirmó. Preguntado sobre lo que, a sus ojos, debía ser la cualidad primordial de un Estadista, mencionaba Hollande: “la sinceridad”. Lo contrario de François Mitterrand, que quedó en el poder durante dos septenios (1981-1995), a quien sus detractores le atribuían el apodo de “el Florentino” en referencia a Maquiavelo, aquel que aconsejaba al príncipe: “simula y disimula”. 

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Alberto Fernández fue sometido, como el faraón que estuvo lejos de ser, por las antiguas plagas de Egipto: deuda, pandemia, guerra y sequía) y por el fuego nutrido de la oposición y de su propia coalición. Ha sido cautivo, para bien o para mal, de sus principios.

Quedará como un hombre de constancia. En economía, no se equivoca: no hay dinero mágico. Entre los factores de inflación, el déficit fiscal influye más que el acuerdo con el FMI. En las cuestiones societales y familiares, la ley de la interrupción voluntaria de embarazo es un logro considerable. En el combate federalista, ha recalcado la idea que “no hay argentinos periféricos y centrales. La Argentina es una”. Políticamente, considera, tal vez demasiado rápido, que el peronismo es “un partido demócrata por excelencia”. Y él, enforma atípica, es un peronista-alfonsinista, que dedica un culto de razón a la socialdemocracia. 

Entre 2019 y 2023, Alberto Fernándeztuvo dos adversarios, uno tan implacable como el otro: la inflación, y su vicepresidenta. Sin embargo,planteó una idea, la de una Argentina más igualitaria, confiando en el método del sentido común, y buscando la “verdad superadora”.

* Politólogo. Ex profesor del Instituto de Estudios Ibéricos y Latinoamericanos (IHEAL) de la Universidad de la Sorbona, Francia