OPINIóN
Milei presidente

Sin gloria y con mucha pena

La presidencia de Alberto Fernández se despide pero deja una lección a la sociedad que debería ser artífice de una política más responsable y menos berreta.

Alberto Fernández ONU 20230919
Alberto Fernández en la ONU | AFP

La vergüenza y la culpa son sentimientos poderosos que son capaces de controlar nuestras vidas de maneras exponencial. Estos sentimientos son los que más escapan de nuestro control porque son sensaciones desagradables que experimentamos cuando percibimos que algo que hicimos o que algo que somos está mal. Llevados al extremo nos hacen sentir una sensación de indignidad personal.

La primera solución que se nos puede ocurrir  es huir de cualquier manera del lugar o la situación que nos hace tener esos sentimientos. La vergüenza hace que deseemos ser invisibles y nos hace desarrollar una y mil estrategias para escaparnos de esta situación o inventar excusas para negar nuestras responsabilidades.

El presidente Alberto Fernández se ha referido en incontables oportunidades  a la vergüenza y casi siempre para referirse a la “vergüenza ajena”, esa que hoy toma el nombre de “cringe” entre la juventud.

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 “Nuestra mayor vergüenza es el hambre” decía al comienzo de su mandato. También en un mensaje con un fuerte ataque al periodismo sentenció "Una vergüenza nacional". De la misma forma dijo que ¨Debería darnos vergüenza a los hombres que la desigualdad exista¨ y por último también señaló que daban “asco” y “vergüenza” las escuchas ilegales realizadas durante el gobierno de Mauricio Macri.

El presidente llegó a calificar de "idiota" a un joven que se saltó el confinamiento para volver desde Brasil a su casa para luego echarle la culpa a su mujer por la fiesta clandestina que organizó en pleno confinamiento.

Tras su insistente mención de la vergüenza ajena en estos cuatro años, la ciudadanía empezó a entender hoy que la lección que daba “el profesor Fernández” no era sólo teórica sino también práctica.

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La mayor vergüenza ajena que siente el pueblo argentino es la que es de Fernández. Es la de estar en una crisis sistémica y de fin de ciclo que deja como primer saldo a destacar el 44.7% de la población pobre lo que significa que unos 20.800.000 argentinos están bajo la línea de la pobreza. Más bochorno aún genera el 62.9% de los chicos pobres con unos 4.400.000 indigentes.

El mismo ‘cringe’ dan las entrevistas al todavía presidente que ya se pone el traje de ex-presidente que desde hace por lo menos seis meses parece anhelar y declara como si no tuviera nada que ver con sus errores que dejan, entre las 20 millones de personas que hoy compone la población económicamente activa, un 40% tiene un trabajo estable y dentro este número un 33,1% de los trabajadores no llega a recibir un ingreso que cubra la canasta básica total y se ubican por debajo de la línea de pobreza según la UCA.

Fernández se escapa a una mejor vida, sin culpa, sin sobresalto y según él declama “sin vergüenza” pero seguro que esto es producto de la absoluta cobardía con la que decide terminar su largo período de “pato rengo”. Fabiola Yáñez ya partió, él pronto partirá con la excusa de ser requerido por dos universidades amigas en España aunque no parece muy codiciado su trabajo de profesor.

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No queda argentino que no sienta vergüenza ajena por vivir con pudor, incomodidad o rechazo, ante la acción embarazosa y patética de estas figuras públicas que ponen excusas infantiles para sus errores y subrayan éxitos triviales, cuando no imaginarios.

Las figuras públicas deberían tener respeto por la ética y la moral o al menos mostrar un mínimo decoro en no mostrarse abiertamente como desvergonzados para que el pueblo no sienta que tiene el fatídico destino de cargar con el doble peso de la vergüenza que no quieren cargar los políticos y el cartel de pelotudos que nos vemos obligados a llevar por hacernos cargo de las desvergüenzas y los errores ajenos.

La desvergüenza es en realidad una amenaza al orden social. Esta lleva a no respetar las reglas sociales acordadas y a ignorar valores sobre los que hemos construido nuestras sociedades.

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El final de su paso por la primera magistratura sin pena ni gloria pero con una innegable responsabilidad en los destinos de su gobierno, de su lugar como figura pública y del país que finalmente procesa su abandonado despreciándolo y, como respuesta, siendo despreciado por él mismo.

La sociedad debería tomar nota de los desplantes que cometen al perder los políticos que dicen querer al país y luego abandonan como rata por tirante. Sergio Massa está en esta lista aunque quiera irse silbando bajito oculto bajo un disfraz de estadista que se retira de la política para colaborar desde otros lugares de la vida pública. El día que perdió la elección frente a La Libertad Avanza, dijo “Hoy termina una etapa en mi vida política. Seguramente la vida me depare otras tareas y responsabilidades. Pero sepan que siempre van a contar conmigo defendiendo los valores del trabajo, la educación pública, la industria nacional y el federalismo como valores centrales de la Argentina". Pero ahora nos enteramos, casi al pasar, que tiene al menos tres ofrecimientos de trabajo en el exterior (seguramente devolución de favores). Es verdad que el sueldo de funcionario podrá ser alto pero sigue siendo pagado en pesos y que en dólares es más fácil afrontar la pobreza que supo conseguir en complicidad con Cristina y Máximo Kirchner y Axel Kicillof.

Esta es una lección que tenemos que tener en claro si queremos lograr que esta versión berreta de la política no vuelva nunca más. El pueblo argentino merece respeto y, sobre todo, los jóvenes que se fueron, y la mitad de los residentes que piensan en irse, merecen una perspectiva de un futuro posible dentro de los marcos de la estabilidad para dejar de ver que la Argentina “no podrá salir por muchos años de su decadencia”.

CP