Si alguien desde el exterior rescata algo inusitado de la pasada elección legislativa es el resultado logrado por Javier Milei en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es por ello que “el fenómeno Milei” fue destacado por medios como The Guardian, el Financial Times o el Süddeutsche Zeitung.
Ahora, cuán novedoso o dónde está lo excepcional del resultado del candidato libertario es algo en duda. En primer lugar, Milei resalta por sobre otros candidatos ya que su buen desempeño electoral fue en la capital del país, donde está asentado el poder político, económico y cultural. La frase “Dios está en todos lados, pero atiende en Buenos Aires” es la fuente de este sobredimensionamiento del “efecto Milei”.
Javier Milei no le conviene a nadie
En segundo lugar, si vamos a los datos duros, el 17% y los dos diputados logrados por el candidato libertario no suponen el primero de una fuerza política que propone expandir el rol del mercado en la economía. En las elecciones legislativas de 1989 en la entonces Capital Federal la Alianza de Centro obtuvo un 22% y tres bancas. La figura que combinaba popularidad y Estado acotado era entonces Adelina Dalesio de Viola.
En tercer lugar, los análisis destacan la aceptación de Milei en los jóvenes. Esto tampoco es nuevo. La segunda mitad de los 1980s fue el período dorado de la agrupación liberal estudiantil Unión para la Apertura Universitaria (UPAU) que ganó varios centros de estudiantes en la Universidad de Buenos Aires y en otras públicas de la Argentina.
¿Qué entonces es lo inédito en Milei? Quizás que su liderazgo está fundado en un proyecto básicamente individual. Si se asume libertario, lo es hasta en este rasgo fundante.
De la mano de Javier Milei, ¿vuelven los liberales?
Milei reúne tradiciones viejas y nuevas. Si uno tomara la definición minimalista de populismo de Cas Mudde y Cristóbal Rovira Kaltwasser, Milei encuadra dentro de un liderazgo populista. Su uso del término despectivo “casta” para designar al establishment político cierra muy bien en la definición que los autores hacen del populismo como una ideología “delgada” -baja profundidad conceptual por lo cual ofrece soluciones simples a problemas complejos- que divide a la sociedad entre el “pueblo puro” y la elite corrupta. La “casta política” es la que oprime las fuerzas productivas del mercado en base a impuestos y a un gasto público excesivo.
Así Milei se conecta con el Tea Party estadounidense. El símbolo no oficial de la bandera amarilla con la serpiente y la leyenda “Dont Tread On Me” es su punto de contacto. También tiene vínculos con el viejo poujadismo francés de los 1950s y los liderazgos coetáneos de Donald Trump, Jair Bolsonaro y José Antonio Kast.
Es más interesante tomar la mirada de política pop que ofrece Adriana Amado. Milei responde a un liderazgo que es bien propio de la cultura pop. Su peinado es común en el animé japonés y su irascibilidad recuerda al Increíble Hulk del comic y de la serie televisiva de los 1970s. Milei se asemeja al científico David Banner quien se transforma en Hulk cuando algo lo altera -en Milei, el agobio de un Estado parásito propio del entorno cultural “comunista”- o bien cuando es sometido a alguna inquisitoria por su perseguidor implacable, el periodista Jack McGee. Hulk, al igual que Shrek, son monstruos verdes sensibles, queribles.
Javier Milei y Santiago Cafiero: esos raros peinados nuevos
Con agudeza sociológica, Amado describe a los liderazgos latinoamericanos de estar imbuidos de una aureola religiosa. El líder político es el portador de la salvación unívoca que permite la verdad divina. Hugo Chávez es el profeta que acerca el credo de Simón Bolívar al pueblo venezolano y latinoamericano.
Milei sería un Moisés que en vez de bajar del Monte Sinaí con las Tablas que contienen los Diez Mandamientos, acerca al pueblo oprimido “La acción humana” de Ludwig von Mises y “Camino de servidumbre” de Friedrich von Hayek para liberarlo del yugo socialista. Cuando Milei sostiene que su acción es de corte moral reafirma su lazo místico.
La gran incógnita es cuál será el futuro de Milei. Si podrá organizar una burocracia política o si bien, como David Banner al final de cada episodio del Increíble Hulk, cargará un bolso con sus cosas y partirá hacia otro destino con la melodía “The Lonely Man” (“El hombre solitario”) de fondo.
* Christian Schwarz. Dr. en Sociología (UCA). Docente UCA, UNTREF, UCES.