OPINIóN
ELECCIONES 2025

¿Cuánta crueldad y miseria puede tolerar la sociedad en nombre del antiperonismo?

El antiperonismo, hoy, parece haber derivado en la excusa perfecta para soportar lo insoportable.

Espert y Milei
Espert y Milei | Cedoc

Lo que acaba de ocurrir, tal vez, no deba observarse simplemente como otro vuelco político o una victoria pasajera: parecería tratarse de un profundo desplazamiento de fuerzas, una expresión donde la derecha capitaliza un odio político persistente (y preexistente) que recorre la sociedad argentina desde hace décadas. El antiperonismo, más que una posición, parece una fe: no necesita argumentos, sólo enemigos dispuestos a pensar que todo lo impuro viene de ahí.

Cuando el Gobierno de Javier Milei parece posible —y ahora triunfante— por esa devoción antiperonista que se respira en cada sobremesa, en cada timeline, en cada charla de café, es inevitable preguntarse: ¿cuánta miseria, discriminación, represión y corrupción estamos dispuestos a soportar por borrar al peronismo de la faz de la Tierra? Porque sí: en el Gobierno de Milei hay corrupción, miseria y represión ostensibles y palpables, y —detalle no menor— no imputables al peronismo (al menos esta vez), que perdió las elecciones frente a él hace dos años. Pero todo parece justificarse en nombre de “no volver atrás”.

En las elecciones generales de ayer, La Libertad Avanza logró alrededor del 40,75% de los votos a nivel nacional, consolidando un triunfo tan amplio como estridente frente al 31,65% obtenido por Fuerza Patria, el frente peronista que buscó reagruparse bajo la conducción de Axel Kicillof. En la Provincia de Buenos Aires —territorio decisivo que concentra casi el 40% del padrón nacional—, el gobernador reelecto cosechó 47%, contra apenas 34% del oficialismo mileísta. Y no hace tanto: fue en el mes de septiembre. Un mes más tarde, el mileismo se simpuso allí donde había perdido y con una lista que encabezaba todavía un candidato vinculado al narcotráfico. Estos datos, lejos de ser anecdóticos, envían un mensaje claro: el antiperonismo es un atajo electoral, aun cuando no construya mayorías duraderas ni mejore la vida de nadie.

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El peronismo frente al espejo

Ni Kicillof desdoblando las elecciones ni Cristina reapareciendo desde la penumbra y con tobillera lograron alterar el fenómeno. Agitar el fantasma de un posible regreso de la expresidenta alcanzó para asustar a los mercados, que reaccionan con la sobriedad habitual: suben el dólar, la soja, el riesgo país y los precios del supermercado con la furia transformadora del Increíble Hulk.

Y es aquí donde se encierra el peligro: un Gobierno que capitaliza el rechazo al peronismo —decir “basta” al kirchnerismo, al viejo PJ, al “Estado cómplice”, al “clientelismo” o, más crudamente, “ponerle el último clavo al féretro de los Kuka”— puede encontrar en ese impulso el permiso social necesario para aplicar políticas salvajes y sobre todo, de precarización social.

Recortes jubilatorios que profundizan los del gobierno anterior de Alberto y Cristina, ajustes sobre discapacitados, presupuesto universitario salvajemente podado, pauperización laboral y represión de la protesta social: todo cabe bajo el paraguas de “la libertad”, si el enemigo es “el peronista”.

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Por eso, la pregunta que surge es brutal: ¿hasta qué punto aceptaremos que ese enemigo simbólico sea el pretexto de una política que anula derechos reales? El antiperonismo, hoy, parece haber derivado en la excusa perfecta para soportar lo insoportable. La motosierra ya no corta el gasto público: corta la empatía, la solidaridad.

La historia argentina vuelve a demostrar su maestría en un arte peculiar: elegir verdugos. Y así, mientras el Gobierno celebra “el fin de la casta”, la sociedad celebra que el enemigo haya perdido, aunque eso signifique perder derechos propios. Como si el sufrimiento se volviera menos doloroso si lo ejecuta alguien que cita a Von Mises.

ML