OPINIóN
Salud mental

Deprimido, no; alienado

Las crisis argentinas quiebran a los argentinos. “Pero esto no es un fenómeno psicológico, sino político” dice el autor. Los ataques de pánico, la ansiedad, el consumo de psicofármacos y estupefacientes no pueden leerse solamente como fenómenos individuales. Son síntomas de un sistema que se nutre de la infelicidad.

Uno de cada cuatro argentinos presenta síntomas de ansiedad y depresión.
Uno de cada cuatro argentinos presenta síntomas de ansiedad y depresión. | Reperfilar

No estás deprimido, estás alienado. En este país, cada aumento de tarifas, cada corrida que hace explotar el dólar, cada despido que cae como un relámpago en la sobremesa no se mide solo en inflación, se mide en insomnios, en cuerpos tensos, en dolores de cabeza que se instalan como huéspedes, y en situaciones peores, en ataques de pánico que aparecen en la cola del banco o del supermercado.

Las crisis económicas no solo quiebran cuentas bancarias, quiebran cuerpos, quiebran mentes. Y, sin embargo, se nos repite que es “nuestro” problema, que se resuelve con una pastilla, con un taller de coaching o con frases de autoayuda o simplemente meditar y pensamiento positivo. Pero hay algo que la superficie no muestra: esto no es un fenómeno psicológico, es un fenómeno político.

Marx le decía alienación y describía esa fractura que escinde a las personas de su potencia creativa, generando un hiato en su capacidad de construir sentido, convirtiéndolas en piezas de engranaje que giran para un sistema que no eligieron y que se sostiene con su fatiga y su dolor. Hoy esa alienación se nos mete en el cuerpo en forma de ansiedad permanente, de la sensación de estar a punto de desmoronarse y no poder decirlo porque hay que seguir, porque hay que producir, porque hay que pagar el alquiler.

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En otros tiempos, cuando el capital necesitaba manos, la enfermedad mental era marginal. Pero ahora, cuando el capital nos precisa con nuestra atención, con nuestra mente, con nuestra energía emocional, la salud mental se ha convertido en un campo de batalla.

El capital necesita esas energías, pero en el mismo acto las quema. Genera ansiedad, pánico, depresión, y cuando nos rompe, nos devuelve al mercado en forma de consumidores de medicación, de terapias exprés, de promesas de bienestar que solo nos dejan listos para volver a girar. Producimos cuando no estamos consumiendo y consumimos cuando no estamos produciendo.

El capitalismo no se limita a generar nuestra tristeza como efecto colateral; se alimenta de ella. Se nutre de ese estado de ánimo mientras lo reproduce, crea una cultura de expectativas imposibles que nos arrastra a buscar placeres rápidos, a anestesiar la incomodidad, a creer que un “hoy me lo merezco” basta para sostener una vida sin horizonte.

Mejor no creernos el cuento de que todo es una cuestión de 'actitud mental positiva' ”

Así se fabrica la “depresión hedónica”: perseguimos el alivio inmediato mientras la satisfacción se mantiene siempre fuera de alcance. Hoy la Argentina es un país donde los costos devoran el salario antes de que llegue a las manos y donde la precariedad laboral se está volviendo la forma normal de contratación. El endeudamiento para pagar servicios, el miedo al despido y el temor al reclamo que incrementa el miedo al despido, hacen que la incertidumbre se transforme en un malestar que se retroalimanta en bucle y lejos de ser un fallo personal o un error de perspectiva, es el síntoma de un orden injusto. Y para colmo se nos susurra que no hay alternativa, que así son las cosas, que cada quien debe resolver su malestar en privado, con ansiolíticos o psicólogo.

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¿Quiere decir esto que no sirven los psicólogos ni los ansiolíticos? No, no es eso. Nadie dice que no haya que buscar ayuda, que no haya que buscar un profesional si la angustia se vuelve insoportable. No se trata de negar esa ayuda, se trata de no creer que ahí termina todo, de no confundir el síntoma con la causa, de no creernos el cuento de que todo es una cuestión de “actitud mental positiva” mientras el sistema nos ahoga en su lógica de precariedad y explotación.

La terapia y la medicación pueden sostenernos, darnos un respiro, ayudarnos a resistir. Pero no podemos dejar de ver que si no cambiamos las condiciones materiales que enferman nuestras vidas, seguiremos comprando parches que tapan momentáneamente el dolor sin transformar las estructuras que lo producen. Claro, el mercado de la terapia y de la felicidad también es parte del juego.

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Por eso es urgente repolitizar la salud mental, es decir, devolverla al debate entre la vida que necesitamos y las condiciones materiales que la vida hace imposible. Porque en esa brecha se cuelan nuestros malestares, nuestras angustias y ansiedades. Fisher, en Realismo Capitalista, insistía en que la depresión no es solo un “desbalance químico”,también es la expresión de un sistema que precariza la vida, que nos somete a la competencia, que nos aísla, que destruye los lazos que necesitamos para sostenernos. El trabajo alienado convierte al obrero en extraño (ya lo decía Marx), ajeno a su propio hacer y a sí mismo. Hoy la alienación se expande en forma de cansancio extremo, de sensación de inutilidad, de ansiedad y angustia mientras fingimos normalidad.

Abordar la depresión, la ansiedad, la angustia o el sufrimiento psíquico implica, en última instancia, abrir un debate también de orden político. El neoliberalismo requiere, para la reproducción de su lógica de consumo, explotación y precariedad, de subjetividades atravesadas por el malestar.

Las crisis de pánico, los episodios de ansiedad, los cuadros depresivos y el incremento en el consumo de psicofármacos y estupefacientes no pueden ser leídos únicamente como fenómenos individuales o biográficos: constituyen expresiones sintomáticas de un sistema que encuentra en la infelicidad de los sujetos una condición de posibilidad para sostenerse. En tanto nos mantiene emocionalmente vulnerables garantiza también nuestra docilidad y sumisión.

*Licenciado en Filosofía