OPINIóN
Debate presidencial 2019

Diálogo entre reyes desnudos

La desalentadora versión de los mini monólogos estilo Twitter

Los Candidatos sobre el escenario del Debate_g 20191020
Los candidatos en el escenario de la facultad de Derecho exponen sus propuestas. | Juan Obregón

Si el primer “debate presidencial”, había sido indigente en cuanto a ideas, planteo de visiones convocantes y volumen de pensamiento, esta nueva versión de los mini monólogos estilo Twitter (¿quién puede desarrollar seriamente una idea en dos minutos?) resultó desalentadora. No tanto por lo que se dijo, como por lo que permitió avizorar acerca del futuro. Los dos principales candidatos, de quienes se podría esperar, y a quienes cabe exigir, algún grosor intelectual y cierto compromiso de consensuar políticas y mantenerlas, de buscar acuerdos que integren las diferencias acordables (hay otras que no lo son), se dedicaron con un furor casi adolescente a cavar la grieta llevándola hasta el centro de la Tierra. Chicanas baratas, planteos de asombroso primitivismo, pobreza argumental, cansadoras repeticiones de brulotes infantiles. El presidente aventurando otra vez futuros luminosos, como si alguna vez hubiese sido capaz de cumplir alguno de los prometidos durante cuatro años. El exjefe de gabinete del kirchnerismo repitiendo dogmática y pastoralmente todo lo que va a hacer, aunque sin decir cómo lo hará. El primero describiendo un país mágico e ilusorio, presente en su deseo y ausente en la realidad, el segundo volviendo a la dinámica peronista de proponer como futuro el pasado (igualmente ilusorio e improbable, salvo en la corrupción). Al escucharlos da miedo pensar lo que viene, gane quien gane.

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Mientras ellos se trenzaban exhibiendo hasta la impudicia sus zonas oscuras y su inopia como estadistas, los tres outsiders del grupo (Espert, Del Caño y Gómez Centurión) hacían las veces del chico que, en El traje nuevo del emperador, el clásico cuento de Hans Christian Andersen, denunciaba la desnudez del rey. En este caso ambos estaban desnudos y ni siquiera el atril los tapaba. Cada uno a su turno, y desde ópticas ideológicas diferentes, estos tres candidatos pusieron en evidencia las falacias y las flagrancias que los otros dos mostraban a medida que avanzaban en su riña carente de toda grandeza. Cuando Espert alentó a Macri y a Fernández a abrazarse porque, según dijo, “muchachos, ustedes son lo mismo”, puso acaso el dedo en la llaga. Las similitudes quizás no pasen por los modales, ni por el packaging de cada uno, pero sí por lo que, al final del día, sus políticas producen. Pobreza, deriva, crisis económicas, anemia republicana, desaliento, enfrentamientos peligrosos e irreversibles, negocios para los propios y para los amigos y corrupción, sea de guante negro o blanco. En medio de esto, Lavagna continuaba con un discurso racional y asincrónico respecto del país en que vivimos.

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Todo esto es lo desalentador tras un simulacro en el que los periodistas cumplieron un papel de simples preceptores. Algunas encuestas simultáneas al debate mostraban que la mayoría de las personas no cambiará su voto luego del evento. Era de esperar, ya que cada uno le habló a su público cautivo, como en los partidos en que no hay hinchada visitante, otro desquiciado invento argentino. En el caso de que quienes cambien su elección lo hagan como resultado de lo que vieron y escucharon, quizás los dos principales candidatos vean mermar sus porcentajes de votos. Es lo que merecen.