OPINIóN
Efemérides 5 de julio

El pueblo en armas cambia la historia

La primera revolución patriótica fue la defensa de Buenos Aires durante la Segunda Invasión Inglesa. Una población con escasos rifles y cañones, se defendió con cuchillos, palos y agua hirviendo. Reemplazaron al virrey por un militar local y nació un nuevo poder integrado por milicias, hacendados y contrabandistas.

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Segundas invasiones inglesas (1807). | X @Tano2412

El 5 de julio de 1807, el ejército inglés invade por segunda vez la ciudad de Buenos Aires. Después de la derrota de la primera invasión y previendo una nueva, se crean regimientos de milicias urbanas y la mayor parte de los hombres adultos se alista en alguno de los diferentes cuerpos y regimientos que se organizan -Patricios (porteños), Arribeños (de Córdoba a Potosí), Montañeses (Cantabria), Vizcaínos, Gallegos, Andaluces e incluso uno de Pardos y Morenos-.

Alrededor de 20 cuerpos entre infantería, artillería y caballería (7.000 integrantes en total según José María Rosa). Nacía el ejército local, miliciano y democrático, que elegía en asambleas a sus oficiales y éstos, a su vez, votaban a su general.

En la primera invasión, el peso de las batallas estuvo sobre los hombros de los componentes de los cuerpos organizados que batieron a los ingleses casa por casa hasta reducirlos en el fuerte, contando con el activo acompañamiento de una parte importante de la población. En la segunda invasión, envalentonado por el primer triunfo, el pueblo se volcó en masa a la defensa para impedir que los ingleses tomaran la ciudad.

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Primera invasión inglesa, la chispa de la revolución

Los batallones de chaquetas rojas se enfrentaron con una defensa popular y partisana de la que participaron incluso mujeres y niños. En este segundo intento, los británicos habían enviado diez navíos de gran porte (con más de 210 cañones), doce naves menores (con 175 cañones), cincuenta buques de transporte y casi 20.000 hombres entre tripulaciones y tropas. 6.000 soldados inician el ataque a la ciudad. Se trataba de un despliegue bélico impresionante para tomar una ciudad de 40.000 habitantes (contando mujeres niños y ancianos), defendida por milicias de ciudadanos con escasa o nula experiencia militar, pocos rifles, algunos cañones y en su mayor parte cuchillos, palos, piedras y agua hirviendo.

Catorce columnas con un promedio de 400 soldados de la más alta calidad profesional y con el mejor armamento de la época tenían que atravesar, cada una, sólo seis u ocho cuadras de casas bajas para llegar al Fuerte. La batalla fue feroz, casa por casa, y dejó un saldo de más de 2.000 pobladores muertos (entre hombres, mujeres y niños), amén de 350 milicianos, proporción que da cuenta del carácter fuertemente popular de la resistencia. El avezado ejército inglés tuvo 4000 bajas entre muertos, heridos y prisioneros.

El primer triunfo ante los ingleses elevó hasta el cielo la autoestima porteña, habiendo vencido a las mejores tropas del mejor ejército del mundo, pero éste creció más aún al batir a la segunda invasión, compuesta por una impresionante cantidad de tropas de experimentados soldados ingleses.

Así era Buenos Aires hace 215 años

Surgió así en el pueblo rioplatense la convicción de que podían enfrentar a cualquier fuerza armada. Pero, sobre todo, la experiencia de los dos intentos británicos les demostró también que nada podían esperar del rey ni de los gobernantes locales. Indignados por la caída de Montevideo, donde Rafael de Sobremonte había llevado sus tropas (que no intervinieron en la lucha), el 10 de febrero de 1807 depusieron al marqués y ungieron a Liniers como virrey.

“La revolución conservadora y muda en el río de la Plata era un hecho indiscutible, ya que nunca en trescientos años de gobierno español en América había sucedido tal cosa”, escribió Alejandro Horowicz en El país que estalló.

Para ubicarnos mejor en el contexto: hasta entonces el virrey era el representante del dueño de estas tierras. Un dueño elegido por Dios y santificado por el Papa, un monarca absoluto que sólo tenía vasallos que le debían obediencia absoluta. Ahora estos vasallos desconocían su autoridad, echaban a su representante y decidían por su cuenta aquello que antes sólo estaba en manos del rey.

Los porteños vieron desaparecer el ejército real, formaron sus propias tropas populares y democráticas, desconocieron la autoridad real y empezaron a decidir quién los gobernaría, ante la imposibilidad de comunicación o dependencia respecto de su monarca, y frente a su eventual represalia. ¿Cómo puede interpretarse esto sino como una revolución?

La población movilizada en armas había reemplazado a las tropas reales por sus propias milicias, había elegido autoridades y había modificado la composición del Cabildo (principal órgano de Gobierno) pasando de tener un criollo cada diez peninsulares a una paridad de cinco y cinco. Todo a caballo de la derrota del ataque del imperialismo inglés.

Así, la batalla por la reconquista cambia el mapa político para siempre. Esto se refleja en la creación de un cogobierno igualitario de españoles y criollos que, bajo la bandera del patriotismo real, recibe en sus manos la autoridad sobre el virreinato. Importadores, con apoyo de contrabandistas y hacendados (la albocracia con asiento en Buenos Aires) que debe cohabitar con ese doble poder popular que encarnan las victoriosas milicias (por eso su comandante termina como Virrey).

*autor del libro “Los orígenes de la dependencia argentina”