OPINIóN
Elecciones 2019

El último voto

La alegría de votar y la participación ciudadana en las redes sociales.

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Los jóvenes de entre 16 y 18 años deben volver a revisar el padrón provisorio. | NA

Llegó el día. Acabo de emitir mi último voto. Dada mi edad, legalmente ya no estaré obligado a hacerlo dentro de dos años. Tengo la constancia de color celeste con mis datos, firmada por el presidente de mesa. Me miro a los ojos con mi viejo en la foto que tengo en el escritorio. Recuerdo.

Entonces no se optaba entre nombres, Arturo o Ricardo, se discutían ideas y programas. Sentado a la mesa de la cocina, en Villa Domínico, mi viejo revisaba atentamente las "plataformas" de los partidos que llevaban de candidatos a Frondizi y Balbín y que ellos se comprometían a cumplir. Arrodillado en la silla para poder apoyar los brazos en la mesa,  yo revisaba los nombre de los otros partidos que se presentaban. Me daba pena que no los tuviera en cuenta. Señalé a uno de los últimos. "Votá a éste, que no lo vota nadie", le dije. Sonrió. Eligió a Balbín, ganó Frondizi.

Muerto ya mi viejo, muchos años después, me enteré por mi vieja de una historia familiar que no conocía. Cuando murió Evita, él se negó a vestir la cinta negra en el brazo del saco en señal de luto. Atendía un bar, despacho de bebidas, cuatro mesas y un billar al sur del conurbano. Trató de resistir las provocaciones, amenazas y el boicot promovido por el "jefe de manzana", un puntero político del barrio, pero tuvo que cerrar y nos mudamos. Mi viejo consiguió laburo de obrero. Nunca se quejó ni se lamentó por eso, ni me lo contó.

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Adolescente en los sesenta, formateado en la cultura revolucionaria, en la resistencia a los golpes de Estado, habituado a convivir con la violencia política, convencido de que había al fin una salida pacífica y democrática cuando Perón regresó al país, mi primer voto fue para el peronismo. Mi viejo no dijo una palabra. No había discusiones ni grieta en casa. El era más de escuchar. Ahora sé que eso viene con la edad.

Muerto Perón, a pesar de Isabel, López Rega, la Triple A, de los Montoneros, de Videla, de la dictadura, de las amenazas recibidas que me obligaron al exilio en España, cuando se recuperó la democracia opté nuevamente por el peronismo. ¡Voté a Luder, que proponía aceptar la amnistía dictada por los militares para evitar que se investigaran sus crímenes!. Mi cuota parte de la culpa que me hubiera perseguido toda la vida, me la salvó la mayoría que eligió al radicalismo. El histórico juicio que impulsó Alfonsín permitió condenar a los criminales. Los sindicatos peronistas le declararon trece huelgas generales y Alfonsín tuvo que anticipar la entrega del poder en 1989.

Voté a Menem, peronismo otra vez. A Menem, el que luego declaró: "si les decía lo que iba a hacer no me votaba nadie". Menos de dos años más tarde fuimos los primeros críticos del "menemismo" desde la revista La Maga. Nos hizo una demanda millonaria por una nota en la que se lo mencionaba como "el jefe de la mafia". Leche contaminada, contrabando de armas, negociados. Yoma, Dromi, Vicco, Spadone, Manzano. La corrupción arrasaba. Menem fue reelecto, pero ya no con mi voto.

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La pizza y el champagne, el uno a uno, la mafia sindical, los señores feudales en las provincias, la "cultura" menemista prostituyó definitivamente la política. En los años siguientes, los partidos, las propuestas, las ideas, se reemplazaron por tipos que, por recursos nunca aclarados ni declarados o por imagen, se convertían en candidatos a administrar el dinero público casi sin que se conocieran sus antecedentes.

Todo estaba permitido. Incumplir la palabra, cometer fraude, saltarse de sello en sello, contradecir lo dicho y prometido. Desalentado, decepción tras decepción, como la mayoría, dejé de elegir "a favor de" y comencé a votar "en contra de". Mi play list de candidatos en esos años coincide con sentimientos de ocasión. Más que una elección pensada era una apuesta, una ficha tirada al paño.

Me llevó tiempo comprender que a pesar de las alegorías futbolísticas, tan a mano para explicar de forma simple o binaria la grieta, la vida en sociedad es mucho más compleja que un Boca-River. No hay triunfo o derrota individual en el voto. Si bien nos miramos en el espejo, acá hace ya mucho tiempo que la mayoría pierde aunque en su momentos nos creemos ganadores. El verdadero poder, el de los sindicatos, los empresarios corruptos y la justicia cómplice, permanece mientras el del candidato elegido se escurre desde el primer día como arena entre sus manos.

El verdadero poder, el de los sindicatos, los empresarios corruptos y la justicia cómplice, permanece mientras el del candidato elegido se escurre desde el primer día como arena entre sus manos 

La participación ciudadana a través de las redes sociales parecen haber activado las marchas de una democracia que hasta ahora, propulsada sólo por el voto, funcionaba lentamente como una formidable planta depuradora de mierdas, canallas y miserables. Quedan todavía miles de esos, pero también podríamos coincidir en cientos de nombres que afortunadamente ya ni siquiera pueden asomar la cara o andar por las calles.

Guardo la constancia del que debiera ser mi último voto, miro la foto, ganó el peronismo le digo: tranquilo, no hay más obligación, pero la próxima voy y te llevo otra vez. Si hay algo que nunca nos van a quitar, viejo, es la alegría de votar.