OPINIóN
contrastes rioplatenses

El Uruguay ficticio de kirchneristas y de conservadores argentinos

Los dos polos de la política argentina acomodan la realidad uruguaya a sus prejuicios; lo que las elecciones departamentales terminaron de transparentar, y la opinión de los expertos.

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Fantasias. Militantes argentinos imaginaron una correlación inexistente con los comicios uruguayos. | cedoc

Las horas siguientes a las elecciones que se celebraron el domingo 27 de setiembre en Uruguay estuvieron marcadas por una corriente de opinión intensa que desde la Argentina se alegró profundamente por las victorias que en la jornada cosechara el Frente Amplio, equiparándolas a una supuesta gesta kirchnerista y alertando con ironía a los argentinos que pidieron residencia en el país vecino respecto a las supuestas consecuencias que ese triunfo acarrearía para sus vidas cotidianas. “Lacalle Pou pierde en Montevideo, ¿empiezan a volver ya?”, “Bolchevideo” o “Señor Galperín, venimos a expropiarlo” son algunas de las materializaciones que aquella corriente encontró en el mundo virtual, siempre tan propenso a la falta de rigor.

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Ficciones. Todo esto sería divertido si no fuera ficticio. Ocurre que Luis Lacalle Pou no tenía la más mínima esperanza de ganar Montevideo, bastión históricamente reacio al Partido Nacional y afín al Frente Amplio, que lo gobierna ininterrumpidamente desde hace treinta años. Ocurre, también, que la izquierda uruguaya no ejecutó un solo acto de gobierno tendiente a expropiar a una empresa, ni siquiera cuando su líder fue José Mujica. Y menos cuando estuvo guiada por el socialdemócrata Tabaré Vázquez, quien no solo respetó la tradición republicana y de seguridad jurídica de Uruguay, sino que se enfrentó duramente a Néstor Kirchner durante el conflicto por las papeleras que se dirimió en La Haya, le pidió al presidente Bush que intercediera ante una eventual escalada y no tuvo inconvenientes en vetar a Kirchner para la presidencia de la Unasur.  

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Ocurre, además, que Lacalle no puede estar triste porque, de la misma manera que el Frente Amplio perdió dos de las cinco intendencias a las que aspiraba pero conquistó Montevideo, Canelones y Salto, los dos primeros muy cómodamente, el partido del mandatario obtuvo nada menos que 15 de 19 intendencias en total. Pero ocurre, sobre todo, que los paralelismos entre kirchnerismo/frenteamplismo, por un lado, y lacallismo/macrismo, por otro, son incorrectos.

Lo sabe perfectamente el periodista Andrés Alsina, de larga trayectoria en Suecia, Argentina y Uruguay, y cuyo conocimiento profundo de la izquierda rioplatense es inapelable. "La simplificación mediante la cual se asocia al cristinismo con la izquierda uruguaya es irresponsable", dice. Y agrega: “Se trata de una generalización atractiva pero falsa, entre otras cosas porque Uruguay es un país profundamente antiperonista, donde la incorporación de las grandes masas a la vida política se dio con José Batlle y Ordóñez y por vía pacífica, en lugar de con Juan Domingo Perón, que tuvo que lidiar con una burguesía antidemocrática e impuso sus reformas por vía autoritaria”.

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Zonceras. Agrega Alsina, consultado por PERFIL, que la relación entre los mandatarios Luis Batlle Berres y Juan Perón fue “pésima” (ver recuadro) y, con su franqueza habitual, opina: “Toda la idea del Uruguay que hay en la Argentina es falsa”.

En la misma línea, el sociólogo y consultor político Federico Irazábal apunta: “Los tuits kirchneristas de esta semana son muy divertidos, y de alguna manera funcionan como la contracara de lo que vivimos en marzo, cuando asumió Lacalle Pou y los medios argentinos prácticamente decían que Milton Friedman iba a presidir el Uruguay. Y creo que lo que los argentinos desconocen en esa mirada idealizada y condescendiente es que el sistema de partidos uruguayo es distinto, que aquí no hay un partido radical en materia ideológica, y que normalmente todos tienen una gran dispersión en su composición, con lo cual tienden al equilibrio, porque el secreto del triunfo en las elecciones es la maximización del espacio del centro. Eso no sucede en Argentina, donde la política es mucho más movimentista, y donde la grieta condiciona aún más estos enfoques de barra brava, al punto de que se ha dicho que Carolina Cosse, la nueva intendenta de Montevideo, que nunca estuvo afiliada al Partido Comunista, es una especie de Rosa Luxemburgo”.

Distintos polos, mismos vicios. El Uruguay irreal de los kirchneristas que nunca compararon el jacobinismo con que modera las sesiones en el Senado CFK con la calma con que realizaba la misma tarea la ex vicepresidente Lucía Topolansky también es proyectado desde la Argentina por conservadores que se llaman a sí mismos libertarios, que tal vez deberían aprender de auténticos liberales como Ricardo López Murphy, y que escriben como si desconocieran la esencia de la idiosincrasia oriental. Que, por otra parte, tampoco deben dominar al dedillo.

Pero ¿pueden ignorar que Luis Lacalle Pou no reniega del ejercicio de la política, a diferencia de Mauricio Macri, o que es un negociador de centro derecha, a diferencia de Jair Messias Bolsonaro? ¿Acaso desconocen que en Uruguay el divorcio por la sola voluntad de la mujer está vigente desde 1913, que el voto femenino rige desde 1927 y que el principal reformador en la historia del país -Batlle y Ordóñez- fue un civil de simpatías anarquistas que, pese a provenir de una familia tradicional, no reparó en frivolidades de clase cuando debió separar enfáticamente la Iglesia del Estado y aprobar leyes sociales de avanzada que la aristocracia porteña siempre miró con desdén?

Julio María Sanguinetti: "En Argentina el dilema es el republicanismo contra el populismo autoritario

¿Sabrán que en Uruguay el Estado propende al desarrollo de la industria de la marihuana, que las instituciones son un bien en común de la ciudadanía y que Julio María Sanguinetti, al que tanto admiran, defiende la despenalización del aborto desde hace décadas, es un enemigo furibundo de toda forma de discriminación basada en clase, raza o etnia, y está mucho más cerca en su visión del Estado de Ricardo Lagos, Felipe González y Fernando Henrique Cardoso que de los economistas que claman por la aplicación de medidas que no rigen siquiera en Viena o en Chicago, las ciudades donde surgieron las escuelas que las inspiraron? ¿Y que José Mujica llegó a decir respecto de Cristina Fernández: “Esta vieja es peor que el tuerto”?

Contrastes. El abogado argentino José Miguel Onaindia, un gestor cultural de nota que se desempeña como director artístico de los auditorios del Sodre, de Montevideo, y que continúa siendo profesor agregado de Derecho Constitucional en la Universidad de Buenos Aires, subraya que “el análisis de la política uruguaya desde la Argentina requiere de un sutil conocimiento de las agudas diferencias en las prácticas políticas y la historia constitucional de ambos países. Laicismo frente a Estado con culto preferido, partidos con ideario civil frente a partido predominante de origen militar, idearios republicanos frente a populismos descreídos del sistema democrático, hacen imposible las equivalencias. Porque además la política uruguaya de cualquier signo se destaca por una racionalidad en sus ideas y una tolerancia en su praxis que no permite la realización de analogías. La mesura en la expresión de los idearios y en la forma de llevarlos a cabo permiten que Uruguay sea un ejemplo casi único de estado social de Derecho en nuestro continente, puesto que el conjunto de principios republicanos que garantiza su Constitución constituyen la base para una convivencia que ningún triunfo electoral ha puesto en riesgo”.

Su lucidez hace juego inmediatamente con la de Jorge Luis Borges, quien escribió, con la maestría y el sentido poético de siempre: "El sabor de lo oriental con estas palabras pinto/ Es el sabor de lo que es igual y un poco distinto… Milonga para que el tiempo vaya borrando fronteras/ Por algo tienen los mismos colores las dos banderas”. Suena hermoso, y lo es. Pero para que sea enteramente cierto la Argentina deberá, en primer término, intentar entender al Uruguay. Y para comprenderlo tendrá que salir del provincianismo con que aplica esquemas anacrónicos a la dinámica realidad de los países que, en medio de los intensos días de furia que la aquejan, merecen ser sus circunstanciales objetos de análisis.

*Desde Montevideo.