OPINIóN
Contradicciones

Entender la Argentina

Es sumamente difícil definir la identidad de los argentinos, oscilante entre europeísmo y latinoamericanismo, izquierda y derecha, conservadurismo y progresismo, nacionalismo y aperturismo. Cada presidente eligió su sesgo y le resultó imposible esquivar la crisis que produciría la exageración de sus propias ideas.

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A veces me pregunto si realmente queremos entender a la Argentina. Lo hago porque solo un diagnóstico que sea lo más objetivo posible puede ser un buen punto de partida para encaminarnos mejor.

Pero ¿cómo realizarlo en el terreno de las ciencias humanas, si para el ser humano es imposible no tener la visión sesgada que surge de la subjetividad, a través de la cual entendemos y creamos nuestra realidad, y siendo justamente ella la que genera el conflicto de lo político?

Si bien, dado que somos sujetos, nunca puede lograrse una objetividad absoluta, no por ello  debemos renunciar a acercarnos a ella lo más posible cuando queremos entender. Lo que deberíamos hacer, entonces, como cualquier investigador serio, es minimizar los sesgos, ya  que cualquier juicio de valor a priori impide entender los hechos. Citando a Spinoza, intentar  mirarnos desde la perspectiva de la eternidad. O como Kant llama a su crítica, ser capaz de cuestionar los límites de la propia razón.

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Lo que yo recomendaría, entonces, a cualquiera que quiera entender algo con mayor nivel de objetividad, es que cuando vea, lea o escuche una explicación acerca de ese algo, si percibe un juicio de valor a priori, pare ahí y siga por otro lado. O sea, que si a uno le parece que lo que dice o hace el otro no tiene sentido, es que no ha tomado la distancia suficiente para entenderlo. Recién entonces podremos decir mejor, en qué aspectos tanto uno como el otro estamos equivocados o acertados y en qué medida.

Podemos definir “entender” al proceso de llegar a percibir la cadena de causa y efecto que  explica una determinada contradicción aparente, y que por lo tanto permite aliviar una determinada tensión que existe entre esas dos realidades contrapuestas.

¿Pero, cómo nos damos cuenta de que estamos entendiendo? Una de las formas de detectar que el proceso de entender está siendo iniciado legítimamente, es que al principio sentimos una cierta inseguridad que aparece al desestabilizarse algunos de nuestros juicios de valor a priori. Y lo que nos permite detectar que lo hemos logrado en cierta medida, es un aumento de la serenidad, producto de la reducción de la tensión entre nuestras percepciones contradictorias.

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Otro indicador de haberlo logrado es que podemos hablar con personas que ven un determinado fenómeno desde perspectivas opuestas sin desestabilizarnos.

Por lo tanto, hay que tener valor para llevar este proceso adelante, pues nos lleva a ver el mundo en forma distinta, lo cual puede alejarnos de algunas personas que queremos y acercarnos a otras que antes no queríamos. Pero paga. Esto es lo que se llama un proceso crítico, que es lo opuesto a criticar.

Por supuesto que no todo es entender en la vida, también está el actuar. Luego del análisis que nos permitió llegar a un diagnóstico satisfactorio, debemos pasar a la síntesis, la cual nos llevará a la acción.

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Pero hay otra consideración más a tener en cuenta cuando se trata de entender una historia y es que debemos asegurar que el parámetro de validez del análisis sea histórico y no de otro tipo, ya sea ideológico, axiológico, filosófico, espiritual, físico, etc.

Para un análisis histórico nos puede ser de gran utilidad la herramienta dialéctica, que si bien entiende las dinámicas en forma muy simplista (la dinámica de lo real es infinitamente más compleja que una tensión dual), por ese mismo motivo es más práctica.

Pero para no simplificar en exceso, debemos recurrir también a un marco holístico que nos permita entender la dinámica entre opuestos, pero asumiendo siempre que no hay un conflicto original ni una conclusión definitiva.

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La mirada holística permite aceptar que no existe una tensión esencial, por ejemplo entre espíritu y materia o entre grupos sociales predefinidos. O sea, que no la constituye ninguna polaridad a priori, ya que el marco holístico asume que todo es parte de un rompecabezas infinito que cambia constantemente sus piezas de lugar formando una unidad inapresable.

Un par de ejemplos para nuestro país:

1- La tensión europea-latinoamericana: simplificando mucho, podemos decir que la Argentina es un país cuya identidad está en juego permanentemente debido a un acentuado conflicto entre una identidad que podemos llamar europea (aunque aquí incluyamos también a los grandes países anglófonos del mundo) y otra latinoamericana, aunque a lo largo de nuestra  historia esta pugna se haya ido suavizando. Esta sería la polaridad más relevante que provoca nuestra constante inestabilidad y los bruscos cambios de ciclo que sufrimos.

Los otros países latinoamericanos tienen una identidad más estable, estructurada entre una élite dominante de cultura europea y un pueblo dominado de cultura latinoamericana. Son países con mucho menor proporción de clase media que la Argentina, por lo cual las clases altas y bajas están desconectadas en su intersubjetividad y se relacionan casi siempre en forma utilitaria.

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En cambio, en la Argentina hay una clase media con suficiente masa crítica para conectar las clases altas y bajas, pero al no tener aquella una identidad suficientemente fuerte como en los países más desarrollados, se desestabiliza constantemente esa conexión. Así las clases medias, simplificando, se han aliado a veces con las elites (al formar por ejemplo los cuadros profesionales) y otras veces con el pueblo (formando por ejemplo la dirigencia de las masas - casi no ha habido dirigencia surgida de las clases latinoamericanas en Argentina-).

En el único caso que se aliaron las clases bajas con las altas fue en el gobierno de Menem, posterior al fracaso económico del gobierno de Alfonsín que fue el que más representó a la clase media de todos los que tuvimos. Es decir, la clase media es casi siempre el partido bisagra de la Argentina, especialmente desde 1930, por lo cual casi nunca llegó a liderar desde entonces una coalición.

En la Argentina hay una clase media con suficiente masa crítica para conectar las clases altas y bajas

Los países que adoptaron plenamente la democracia liberal (caracterizada por ser representativa, la tolerancia, el pluralismo político y social, los derechos individuales y sociales, la separación de poderes, la propiedad privada, la igualdad ante la ley y la libertad de expresión, asociación, culto y mercado, todo esto enmarcado en una constitución), al tener una identidad bien definida, pueden cambiar de ciclo alternando entre izquierda y derecha, conservadurismo y progresismo, nacionalismo y aperturismo, liberalismo e intervencionismo, etc. sin pasar por grandes crisis recurrentes como ocurre en Argentina cuando suceden estos cambios. En Latinoamérica podemos incluir en este grupo de democracias plenas a Uruguay y Costa Rica, cuya población es en su gran mayoría de ascendencia europea.

2- Las prioridades de los presidentes: un presidente (o cualquier persona), si quiere cambiar las cosas tiene que tener una sola prioridad y todo el resto de sus decisiones deben subordinarse a ella. La de Urquiza y Mitre fue la de la organización nacional, la de Sarmiento y Avellaneda mejorar el nivel educativo a través de la educación pública y la inmigración europea, la de Roca consolidar un sistema liberal agroexportador generador de riqueza, la de Yrigoyen incorporar a las masas inmigratorias europeas a la vida política nacional.

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La de Perón, incorporar al pueblo de origen latinoamericano, la de Videla acabar con la guerrilla de izquierda, la de Alfonsín la consolidación de la democracia, la de Menem modernizar la economía, la de Néstor Kirchner la inclusión social. Milei también tiene clara su prioridad, que es crecer económicamente. El resto de los presidentes fueron articulaciones entre estos ciclos políticos.

Pero cada cambio profundo tiene su costo. Hipólito Yrigoyen conmovió las bases de la economía liberal que había hecho crecer a la Argentina y tuvo su crisis político-económica en 1930. Perón se convirtió de hecho en un dictador disolviendo la República y teniendo su crisis político-económica en 1955.

Videla produjo la catástrofe de las desapariciones y su dictadura tuvo la crisis bélico-política-económica de Malvinas en 1982, Alfonsín destruyó la economía y tuvo su crisis en la hiperinflación de 1989. Menem dejó afuera del sistema a millones de personas y su modelo tuvo su crisis económica en el 2001. El modelo de Kirchner llevó al país a una pobreza y corrupción extremas, cuya crisis aún estamos atravesando.

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La exageración en cada modelo es necesaria para cambiar las cosas, pero es lo que su vez produce sus crisis. Lo más sano es reconocer esto a tiempo y saber cuándo retirarse y de qué manera. El problema es que generalmente, para cambiar las cosas hay que estar tan apasionadamente convencido de ellas, que a estos líderes les resulta imposible ver la crisis que va a producir la exageración de sus propias ideas.

Este punto ciego aparece porque si el líder reconoce las contradicciones de su propio modelo, pierde su base de poder. Perón y Alfonsín lo reconocieron tibiamente al final de sus mandatos pero al querer reencaminar su gobierno hacia otras prioridades, perdieron su base de sustentación y cayeron. Hay que ser muy capaz o muy poderoso para poder hacer eso. Felipe González lo hizo en alguna medida, al redirigir sus promesas electorales de izquierda hacia un política y economía moderadas e integrar a España en la OTAN y mantuvo su base de poder gracias a una apertura cultural progresista que España necesitaba como contrapeso al modelo franquista excesivamente conservador.

Perón, por ejemplo, no tendría que haber regresando en los 70 pues su ideología basada en un nacionalismo poscolonialista y autónomo de raigambre cultural conservadora que surgió en la posguerra, no encajaba con el nuevo paradigma mundial de la guerra fría en el cual las juventudes guerrilleras estaban alinedas con los régimenes comunistas (ya en crisis) de pensamientgo internacionalista.

Si Alfonsín se hubiese retirado antes, sabiendo que la democracia liberal de los 80 ya era un paradigma mundial sin vuelta atrás y que no tenían más sentido las dictaduras militares ya que la guerra fría estaba concluyendo, podría haber dejado lugar a un líder reformador más acorde con el espíritu de época que claramente se vendría en los 90.

Las frases que se me vienen a la mente que creo que mejor grafican la exageración de cada modelo son por ejemplo “la integridad basta para dominar al adversario”, “al enemigo ni justicia”, “con la democracia se come”, “volamos sin paracaídas” y “vamos por todo”.

De Milei quizás sea demasiado pronto para decirlo, pero asumiendo que su hubris se relacione  con lo que él llama la destrucción de la casta, aunque hoy realmente haya una crisis de representación muy grave, si logra encaminar al país hacia un modelo de crecimiento económico, se necesitará una masa crítica de dirigentes para estabilizar ese crecimiento.

Pienso que lo mejor que podrá hacer, si llega el momento, es dejar el lugar a otro liderazgo  antes que las propias contradicciones de su modelo nos lleven a otra crisis.

Así, en resumen, pienso que lo mejor que le puede pasar a nuestros políticos y otros dirigentes, es saber que su adversario ideológico no va a desaparecer nunca, ya que la dinámica histórica trasciende la política. San Martín y Washington (ambos modelos de lo que se llama un Cincinato) fueron ejemplos de quienes supieron retirarse a tiempo y por eso son figuras históricas antes que políticas, no pasando por la larga decadencia política que, por ejemplo, padeció Bolívar.