OPINIóN
Columna de la UB

La práctica psicoanalítica en tiempos de pandemia

Nuevas vicisitudes. El contexto de pandemia nos convocó a interrogar algunos aspectos de la práctica psicoanalítica, tanto con relación al encuadre como a la posición y función del analista.

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Videollamada | Matilda Wormwood / Pexels

El contexto de pandemia nos convocó a interrogar algunos aspectos de la práctica psicoanalítica, tanto con relación al encuadre como a la posición y función del analista. Nos invitó a repensar cómo, frente a lo traumático, la presencia del analista es una forma de corporizar y sostener el valor de la palabra frente a la amenaza de un discurso totalizante que retorna y se impone devastador.

Tiempos de confinamiento, reviviscencias del desamparo que puso en jaque al deseo y nos enfrentó a lo temido, llevando el nombre de virus, estableciendo un abrochamiento entre pandemia y castración. Se trata de un momento en que la angustia marca la presencia de la emergencia de un real, de época y ciencia, que se avecina como imposible de soportar.

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El escenario circunscripto por la pandemia puso de relieve la proliferación del uso tecnológico como medio para posibilitar las relaciones humanas. Videollamadas, zooms y skypes se impusieron como nuevos modos de lazo subjetivo. La voz, y la mirada, como objetos que, a través de dichos dispositivos, devienen presencia.

¿Qué vicisitudes plantea la práctica analítica en el contexto actual? El inconsciente, dice Lacan, es un concepto que no puede separarse del de la presencia del analista. Incluso la presencia del analista es una manifestación misma del inconsciente.

Del mismo modo, que el inconsciente se funda “como los efectos de la palabra sobre el sujeto” (Lacan) significa decir que dichos efectos son inseparables de lo que acontece en la transferencia, puesto que ella se sostiene en la presencia de una voz, una mirada y una palabra que hacen cuerpo.

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La presencia del analista es aquello de lo que depende, en este contexto que impone el aislamiento, el lazo que permite alojar al sujeto, en la medida en que ubica una distancia que media entre la soledad del aislamiento y un acercamiento virtual que permita operar como modo de lazo, no sólo entre analista y analizante, sino también, destacando la posición ética y política del analista, como aquello que en su discurso, se orienta hacia la producción de efectos subjetivos que son inseparables del campo de lo social.

El uso tecnológico, que impuso de un modo sinigual el Amo virulento, inauguró una nueva posibilidad de que los analistas, soportes de deseo, pudiéramos sostener el discurso analítico -su implementación en el caso por caso- como el reverso del discurso del Amo viral.

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Nunca dominaremos completamente la naturaleza; nuestro organismo (…) será siempre una forma perecedera (…) Pero este conocimiento no tiene un efecto paralizante; al contrario, indica el camino a nuestra actividad” (Freud). De modo que, frente a la angustia confinada, un analista ofrece la posibilidad de articular un decir.

 

* Florentina Gamarra. Profesora de la Facultad de Humanidades de la UB.