Las elecciones en Estados Unidos siempre capturan una importante parte de la atención en la política mundial. La razón es sencilla: gran parte de aquellos que deciden o acompañan los diversos sistemas de toma de decisión del planeta son hijos tardíos de la bipolaridad o en su defecto de la unipolaridad. Para quienes mandan si algo sucede en Washington, importa.
Sin embargo, la noticia es que esta situación está mutando a que importe cada vez un poco menos. El surgimiento de nuevos polos de poder y actores que consolidan su capacidad de impactar en el sistema internacional hacen que las intrigas palaciegas de los congresos del PC chino también lo hagan.
El dato central es que a nivel global vamos a tener que seguir lidiando con los Estados Unidos, más allá de quién ocupe el salón oval. Debemos tener presente que el próximo presidente es uno de cuatro años o potencialmente menos. Al mirar el escenario internacional de mediano plazo, resulta claro considerar que el trabajo de ser el “líder del mundo libre” es uno que demanda una resistencia personal de fuste ya que el presidente siempre se encuentra a 10 minutos de la próxima crisis internacional o doméstica.
El dato central es que a nivel global vamos a tener que seguir lidiando con EE. UU., más allá de quién ocupe el salón oval
Quien asuma el 20 de enero de 2021 lo hará en un contexto donde la pandemia y la necesidad de recuperación económica -no solo de Norteamérica, sino también de occidente- demandará un liderazgo que piense, tanto en “hacer grande a América nuevamente”, así como también hacer grande al mundo nuevamente como sucedió en el establecimiento del orden liberal.
Esta situación de crisis no permitirá que exista una “luna de miel” por elección. Biden deberá reunir aquello que comenzó a dividirse en el verano norteamericano de 1968 de cara a las elecciones entre Nixon y Humphrey que, se expresó en una agria serie de debates entre el conservadurismo de William Buckley y la agenda progresista de Gore Vidal. La crisis del 2008 y la ruptura social que eso supuso -y que tuvo como protagonista a Elizabeth Warren y a Berny Sanders por el lado demócrata- fue la que permitió ganar ascendencia al impertérrito movimiento conservador del Tea Party que posibilitaron la llegada de Trump al poder y que continuará aun con Donald fuera del poder. En este sentido, las derechas son también revolucionarias y agente de cambio, por lo tanto, seguiremos con un presidente no populista inmerso en una retórica en el Congreso populista.
Elecciones en Estados Unidos: Joe Biden superó el récord de votos de Barack Obama
El cambio tecnológico pondrá presión a la próxima administración norteamericana. El advenimiento de temas interconectados entre comercio, desarrollo tecnológico y seguridad continuará marcando la agenda en las relaciones multilaterales y bilaterales. La (buena o mala) relación entre EE. UU. y China se derramará al resto del planeta, como ya se observa en el caso del 5G a los mercados europeos y las restricciones que los diversos socios de la OTAN imponen a la nación asiática. Con mayor o menor virulencia, veremos una relación que presentará aristas conflictivas con Rusia y China.
La era de la competencia entre los grandes poderes llegó para quedarse con las consecuentes zonas de influencia interpenetradas por comercio, cultura y entretenimiento. La proliferación de toda clase de aparatos con sensores también supondrá un riesgo que se incrementará, en tanto nos hemos vuelto dependientes de la tecnología donde ambos poderes se encuentran rivalizando. Para los débiles la turbulencia va a continuar.
Los próximos cuatro años no pueden considerarse un espacio para construcción de políticas de largo plazo. Posiblemente la política de repliegue y acomodamiento continuará en el EE. UU. del 2021-2024. Sin liderazgo occidental, el liderazgo asiático jugará un rol fundamental en la perspectiva de largo plazo para países de la región.
*Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Austral.