Hace meses que he dejado de escribir en Facebook e Instagram. “Sucede que me canso de ser hombre” confesó Pablo Neruda en un poema inolvidable de Residencia en la tierra, que aún recuerdo. No me canso del hombre sino de sus acciones: estamos destinados a destruirnos. La revolución tecnológica nos ubica a distancias siderales del hombre de las cavernas mientras la condición humana se distanció apenas algunos centímetros de nuestros violentos antepasados.
Los países que amo, en los que viví, están al borde del enfrentamiento y el desastre. ¿Los países o los hombres de esos países? Nací en la Ucrania Soviética pero también residí en Magnitogorsk, en los montes Urales y en Moscú.
En mi infancia hablé dos idiomas, el ruso, el idioma preponderante en la URSS, y el ucraniano, el idioma local sometido, una dependencia que Rusia intenta restaurar con su brutal agresión y que generó una repulsa universal que hoy, tenuemente, puede transformarse en sospechosa indiferencia. “Lo peor de la tragedia reside en que nos habituamos a ella” reflexionaba Simone de Beauvoir.
La invasión a Ucrania ocupa cada día menos espacio en los medios: los partidos de futbol apasionan mucho más. Residí, trabajé y estudié en la Israel idealista, solidaria y de una ejemplar sensibilidad social, la de los años 1950. Hoy me angustia su futuro cuando los intereses personales de Benjamín Netanyahu sumados a una ultraderecha religiosa, fanática y parasitaria, pero elegida por la mayoría, intenta anular su esencia democrática en un circunstancial ejercicio del poder, ignorando a la inmensa minoría.
La mentira como forma de justificar la incapacidad de los gobernantes
También amo a la España que nos acogió durante la dictadura militar argentina. Fuimos testigos y partícipes de su ejemplar transición democrática y disfruté durante 37 años su hospitalidad y su apasionante creatividad política.
Hoy, esa España ya no es la misma: en el horizonte, la derecha cavernaria acecha, amenaza y actúa.
Argentina, mi país, oscila entre la incertidumbre, la improvisación y la charlatanería vacua. La solución: un pacto con un programa común entre los dirigentes lúcidos de los partidos democráticos, de los sindicatos y empresarios.
"Argentina, mi país, oscila entre la incertidumbre, la improvisación y la charlatanería vacua"
La política –y con razón- está desprestigiada en la Argentina, pero abundan ciudadanos preparados y con vocación de servicio, no de enriquecimiento, que, unidos, pueden cambiar al país convocando a los ciudadanos.
Me pregunto si podemos encontrar a esos diez hombres justos para generar un cambio profundo e imprescindible en la Argentina o nos asemejaremos a la bíblica Sodoma y Gomorra, corrupta, sin justicia y sin ley, donde fue imposible hallarlos. Como castigo, según la Biblia, ambas ciudades fueron destruidas. ¿Existen en la Argentina diez hombres justos? ¿Dónde están? ¿Cómo convocarlos? Urge una respuesta.
*Cofundador del diario La Opinión.