Se va un año muy particular. Este período previo a que celebremos nuestro 40 aniversario de vida democrática ininterrumpida tiene varios asteriscos que nos obligan a reflexionar. En el último tiempo vivimos desde esperadas condenas judiciales por serios casos de corrupción hasta un intento de magnicidio. Desde una especie de llamamiento a la lucha armada por parte de un exjefe del ejército a escuchar a un economista que fantasea con ser presidente que le parece viable vender órganos para vivir.
La corrupción, el crimen, alentar a la población a tomar las armas o a vender sus órganos para acceder a algo que le garantiza la Constitución Nacional no solo son claras fisuras del Estado de derecho, sino la evidencia de que volvieron a quedar en la lista de pendientes las convocatorias a diálogos serios, que tengan propuestas y ejes en los que podamos reafirmar nuestras fortalezas sin importar preferencias partidarias.
En ese sentido, la cultura es parte de la solución porque es una herramienta fundamental para cualquier sociedad que pretenda vivir en democracia. Su capacidad de ampliar horizontes, poner a la creatividad al frente y fomentar el respeto por las ideas es indispensable si queremos formar ciudadanía, pensamiento crítico y encuentro en la diversidad.
También, como lo expresé anteriormente en estas páginas, la cultura puede ser motor de la economía pública y privada, y ser parte de la solución de otra deuda de la democracia. Perdón lo repetitivo y autorreferencial, pero creo que es importante decirlo una vez más. De aquella nota quisiera extraer ejemplos de números y dejar más en claro por qué hay que contar con esta actividad impulsora del desarrollo: la cultura de la Buenos Aires prepandémica generaba el 5,3 por ciento de los empleos privados. Lo mismo que la gastronomía y hotelería juntos, algo menos que la construcción y más que los servicios financieros, inmobiliarios, jurídicos y contables. Todo eso sin contar que influye directamente en todos los sectores mencionados, generando trabajo y dinamismo en los barrios, y que aporta sobre todas las cosas calidad de vida. Además, cada eslabón contribuye en mayor o menor medida a las arcas estatales.
La cultura es una herramienta fundamental para cualquier sociedad en democracia
La fórmula es simple y solo requiere de apostar cada día más al sector. Estar convencidos de que es un camino doblemente virtuoso para alcanzar el desarrollo y reforzar nuestra vida democrática. Quienes gestionamos cultura tenemos que tener en claro que somos vehículo para generar emociones y bienestar. Que estamos para brindar espacios, climas y atmósferas propicios para la creación, y que eso repercutirá positivamente en distintos niveles.
Continuando por esta línea, quiero recordar a quien nos devolvió la libertad. Raúl Alfonsín tuvo una enorme influencia en lo que los argentinos en general y los porteños en particular entendemos por acceso a la cultura e impulso del sector. Desde la tarea en Nación de Carlos Gorostiza, eliminando listas negras, invitando a todos a participar, porque solo así se vive en democracia, hasta lo realizado por Mario “Pacho” O’Donnell (en una Buenos Aires que todavía no era autónoma, el gobierno radical eligió a un peronista para un cargo central), que entendía que la cultura “no es un ámbito de adoctrinamiento, sino de disidencia, de confrontación, de discusión”. O’Donnell desarticuló el modelo centralizado y llevó el arte a los barrios. Fue un precursor de la enorme cantidad de festivales que hoy son moneda corriente y que terminan impactando en distintos eslabones de la economía.
Por último, quisiera hacer una mención histórica y actual del Centro Cultural San Martín, lugar que hoy dirijo y que en la vuelta a la democracia fue guiado por el gran Javier Torre. Javier decía por entonces que cuando llegó a El Cultural se encontró con una especie de inmenso hospital, en el que no quedaba nada. Su objetivo era que funcionara, que hubiera jazz, cine, literatura, una buena biblioteca, que fuera un lugar para trabajar y experimentar. Eso atrajo a una enormidad de artistas y, por consiguiente, de público, que disfrutó de recitales, debates, teatro, ciclos de cine o danza, conferencias y talleres, encendiendo las luces de un lugar que permanecía dormido por dentro y por fuera.
Hoy, creo que sigo ese camino, pero falta un convencimiento colectivo mayor de todas las posibilidades sociales y económicas que genera nuestro sector. A eso tenemos que apuntar y creo que a eso llegaremos. La democracia nos espera. Depende de nosotros.
*Director del Centro Cultural San Martín.