OPINIóN
Universidad Hospital Italiano

La discapacidad en la formación médica: un vacío a saldar

Los discapacitados “cuentan con la posibilidad de desplegar su autonomía, y cuando necesitan apoyos para ejercerla, es nuestro deber brindarlos, no reemplazarlos”, sostiene la autora y se pregunta si los especialistas en salud son adecuadamente formados para interactuar correctamente en estas situaciones.

Discapacidad 09122025
Discapacidad | Pixabay

Trabajo hace años formando profesionales en discapacidad y, sin embargo, todavía me sorprende que una de las barreras más persistentes no sea tecnológica ni arquitectónica, sino actitudinal.

Si hay una idea que debería guiar toda formación en salud es que la discapacidad no está en la persona, sino en la interacción entre esa persona y las barreras del entorno. Entre esas barreras —y esto no siempre gusta escucharlo— también podemos estar quienes trabajamos en el campo de la salud. Y esta es una cuestión de derechos. Sin hablar de la convención que explícitamente lo refiere para la formación de profesionales, podemos ser facilitadores o, sin quererlo, obstáculos. Y esa diferencia no depende solo de infraestructura o equipamiento: depende también de nuestra formación y de nuestras actitudes.

Hoy hablamos de accesibilidad física, comunicacional, académica y, sobre todo, de accesibilidad actitudinal. Esta última tiene que ver con los prejuicios, estereotipos y representaciones sociales sobre las condiciones de discapacidad. Y es la que define si un profesional reconoce al otro como un sujeto pleno de derechos, con autonomía, deseos y modos de funcionamiento diversos. Lamentablemente, sigue estando ausente en la mayoría de las currículas de grado.

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Discapacidad y formación médica

No necesitamos que cada estudiante de profesiones de la salud domine lengua de señas, braille o sistemas alternativos de comunicación; lo fundamental, en esta etapa, es que comprenda la importancia de la accesibilidad. Lo específico podrá incorporarse más adelante, reconociendo además que cada servicio de atención debe contar con las condiciones de accesibilidad necesarias para garantizar la equidad.

“El sistema de discapacidad se está cayendo, está colapsando y necesitamos una respuesta urgente”

Pero sí necesitamos que desde el primer día entiendan algo fundamental: lo diverso es lo frecuente. En la consulta cotidiana conviven cuerpos distintos, trayectorias distintas, modos de comunicación distintos. Si el profesional no parte de esa premisa, termina forzando a las personas a encajar en un molde.

No necesitamos que cada estudiante de profesiones de la salud domine lengua de señas, braille o sistemas alternativos de comunicación; lo fundamental es que comprenda la importancia de la accesibilidad"

Cuando en la formación de grado no se abordan contenidos sobre discapacidad, accesibilidad y derechos, podría interpretarse que se termina privilegiando, quizás sin intención, una práctica más cercana a una mirada biomédica que tiende a reducir a la persona a un diagnóstico.

Y desde ahí, inevitablemente, se habilitan prácticas paternalistas: hablarle al acompañante, infantilizar, tomar decisiones por el otro, asumir que no puede elegir. Sin embargo, las personas con discapacidad cuentan con la posibilidad de desplegar su autonomía, y cuando necesitan apoyos para ejercerla, es nuestro deber brindarlos, no reemplazarlos. En mi experiencia formando profesionales de distintas disciplinas, hay un momento que siempre se repite: cuando entienden que muchas “limitaciones” no son de la persona, sino del sistema que la recibe.

Se habilitan prácticas paternalistas: hablarle al acompañante, infantilizar, tomar decisiones por el otro, asumir que no puede elegir. Sin embargo, las personas con discapacidad cuentan con la posibilidad de desplegar su autonomía"

La Organización Mundial de la Salud insiste cada vez más en que los sistemas de salud deben ser accesibles, inclusivos y centrados en la persona. Pero para que esa recomendación se traduzca en prácticas reales, necesitamos formar profesionales capaces de alojar la diversidad. Profesionales sensibles a sus propios sesgos. Profesionales que entiendan que la accesibilidad no es un trámite, sino una ética del encuentro. La buena noticia es que esto puede enseñarse de forma transversal. Y cuando se enseña, transforma, abre caminos concretos para empezar a saldar una deuda pendiente.

En definitiva, no se trata sólo de rampas, intérpretes o protocolos, sino de profesionales que miran a la persona que tienen enfrente y deciden alojarla en toda su singularidad. El desafío es construir una inclusión recíproca, en el que profesionales y pacientes nos hagamos sentir parte de una misma comunidad. Y despertar esa conciencia y ese interés empieza en las aulas.