Hay fechas que son especiales porque recuerdan algún hecho significativo de nuestra historia, que es precisamente lo que pasa con este 1 de julio, ya que nos trae a la memoria ese día del año 1974 en que fallecía el ex presidente Juan Domingo Perón a los 78 años.
Su cuerpo fue trasladadoal Congreso de la Nación, donde permaneció durante dos jornadas para que la población pudiera darle un último adiós. Una multitud intentó despedirse del fallecido líder, aunque las horas en que permaneció en el Palacio Legislativo fueron insuficientes para que todas las personas que querían hacerlo pudieran lograrlo.
Como en tantas otras oportunidades la literatura argentina no ha ignorado el hecho y, en el cuento La cola (1975), título que alude precisamente a la cola para ver los restos de Perón, Rodolfo Fogwill brinda una particular perspectiva del mencionado suceso. Puesto que nos interesa la manera en que la narrativa ha dado cuenta de hechos relevantes de nuestra historia política ocurridos desde mediados del siglo pasado, dedicamos esta columna a dicho relato.
En cuanto a aspectos históricos relacionados con los hechos que aborda esta narración, recordemos que Perón había permanecido muchos años en el exterior después de ser derrocado su gobierno en 1955. Había vuelto temporalmente al país en noviembre de 1972, estando aquí cerca de un mes durante el cual llevó a cabo distintas iniciativas políticas.
Su regreso definitivo sería unos meses más tarde, el 20 de junio de 1973, día en que las luchas internas entre sectores de la derecha y la izquierda peronista provocaron un trágico enfrentamiento armado, conocido usualmente como “la masacre de Ezeiza”. Entre ese día y el 1 de julio de 1974, es decir, entre su vuelta a la Argentina y su fallecimiento, se produjeron importantes cambios políticos.
En efecto, Héctor J. Cámpora renunció a la presidencia del país en julio de 1973 y se celebraron nuevas elecciones en septiembre de ese año en las cuales triunfó Perón, convirtiéndose así nuevamente en presidente, cargo que mantendría hasta el momento en que lo halló la muerte al año siguiente.
Con referencia a los funerales de Perón en particular, hay que recordar que sus restos primeramente se instalaron en la capilla de la quinta presidencial de Olivos, siendo trasladados el día 2 de julio a la Catedral Metropolitana donde se realizó una misa. Luego, el féretro fue conducido hasta el Congreso Nacional, lugar en el cual permaneció hasta el jueves a la mañana para que pudieran despedirse de él los numerosísimos simpatizantes que deseaban hacerlo.
Según los distintos cálculos, se considera que llegaron a desfilar ante el féretro entre 135.000 y 200.000 personas, pero se estima que fue aún muy superior el número de quienes no pudieron hacerlo.
En cuanto al relato de Fogwill, en primer lugar, debe tenerse en cuenta la relación intertextual que mantiene con otra obra, el cuento de David Viñas La señora muerta (1963), título que alude al fallecimiento de Eva Perón. En ese relato, el autor narra unos hechos ocurridos en julio de 1952, en los días en que se realizó el velatorio de Eva, durante los cuales miles de personas hicieron largas filas para despedirse de ella. En ese cuento, Moure, su protagonista, es un hombre que se siente ajeno al dolor de la multitud y solo está allí con el fin de encontrar una mujer para mantener relaciones sexuales.
Como puede observarse, es notoria la similitud del marco histórico en los dos cuentos, ya que ambos transcurren durante los funerales de los dos principales líderes del peronismo. Además, dicha relación está de alguna manera explicitada por Fogwill, ya que en un fragmento de su cuento el protagonista narra: “Trato de comparar esta cola con mi vago recuerdo de la de Eva Perón. Yo entonces tenía diez años y no estuve presente, pero la vi filmada. Las imágenes de aquellos films se confunden en mi memoria con las de un cuento que publicó Viñas en tiempos de Aramburu”.
Lo vínculos entre uno y otro texto no acaban allí, ya que también en el cuento de Fogwill su protagonista va a tratar de estar en la mencionada “cola”, pero ello no significa que tuviese simpatía por el líder fallecido.
Él es asesor de prensa de un banco y marcha hacia el lugar vestido en forma informal, munido de un carnet de periodista comprado un año atrás y de una cámara fotográfica con flash, intentando obtener imágenes de lo que suceda en esa interminable fila. Asimismo, otro punto de vinculación entre ambos cuentos es que, aunque no en la mencionada “cola”, también en este caso el protagonista estudia con cuáles de las mujeres con que participa en una reunión podrá más tarde mantener relaciones sexuales.
Los pensamientos del narrador no están en la muerte del líder peronista, sino en otros variados asuntos alejados del dolor que acompaña a la multitud que realiza la inacabable fila. De una manera insensible y hasta cínica (rasgo habitual en muchas narraciones de Fogwill), el protagonista por ejemplo elucubra sobre las ganancias que tendrían los periódicos ante la muerte de Perón: “Quise estimar la proporción de papel impreso por publicidad en el día comparándola con la de las ediciones habituales de los mismos diarios. Las empresas editoras han hecho su negocio: hoy tendrán más tiraje, distribución más económica y mayor venta de publicidad”.
Por otro lado, los cálculos que realiza el protagonista no se limitan a los diarios, sino que se extienden también a otros aspectos como las numerosas personas que hacen la “cola” y las escasas posibilidades que tendrían muchas de ellas de acercarse al fallecido líder: “Si mis cálculos son correctos, la gente que hoy, miércoles a las diecinueve, está en la cola que no avanza, jamás verá el cuerpo velado en el Congreso. Anoche la cola se incrementaba a razón de doscientas personas por minuto mientras en el Congreso circulaba a menos de cincuenta personas por minuto”.
En otra de las cuestiones en que se detiene el protagonista es en lo alejado que está alguien como él del tipo de gente que realiza la fila y se alegra de ir vestido de la forma en que eligió y no de otra más formal: “La cámara y la campera: su conjunción me protege. No caminaría con la misma soltura vestido con un traje y con un portafolios de cuero bajo el brazo. Fue buena idea traer la cámara, nadie dudará de mi identidad. Algo de mí transmite que nada tengo que ver con esta gente, pero quien lo detecte lo imputará a mi estatus de periodista y me permitirá seguir”.
Asimismo, esa distancia con los peronistas lo lleva a recordar que alrededor de 1950, cuando él era un estudiante, evitaba pasar cerca de las unidades básicas peronistas, pues allí estaban los “negros”: “Los ‘negros’ eran textiles, cerveceros, sindicalistas o suboficiales de policía que nos sorprendían fumando y rompían nuestros cigarrillos. Si casualmente vestíamos el uniforme de la escuela privada nos gritaban ‘contreras’ y alguna vez nos obligaron a gritar con ellos ‘Viva Perón’ ”.
Además, con referencia a la relación entre diferentes sectores sociales, el protagonista recuerda un episodio ocurrido en 1953, cuando dos “negros” se habían infiltrado en el Club Náutico. Al darse cuenta de esto, se había corrido la voz de esa presencia entre los habitués del lugar, quienes encontraron a los ajenos al lugar y los acorralaron. En esa situación, mientras algunos querían golpearlos, otros solo deseaban entregarlos pacíficamente a la Prefectura.
Este recuerdo le motiva al protagonista una escéptica y mordaz reflexión sobre las transformaciones sufridas entre los años cincuenta y los setenta: “Ahora recuerdo a quienes insistieron en golpearlos y quienes tratamos de entregarlos a la prefectura sin mayor violencia. Entre los primeros había algunos que son ahora peronistas: abogados de sindicatos, médicos peronistas, montoneros, miembros del CDO. ¿Recordarán aquella escena de 1953? Después de la revolución todo cambió. Perdimos el miedo físico a los negros y creo que ahora ellos parecen temernos a nosotros”.
La narrativa argentina ha dado cuenta de nuestra historia política asumiendo las más variadas formas. En el caso de La cola, retomando en cierta medida un camino iniciado anteriormente por David Viñas, Fogwill, aborda los funerales de Perón desde el punto de vista de un personaje que concurre a ellos, pero que lo hace desde la perspectiva de alguien ajeno al sentir de esa doliente multitud.