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La política después del atentado

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Acuerdos. En el Congreso, oficialismo y oposición firmaron repudios conjuntos contra la violencia. | telam

Desde 1983 a la fecha solo dos personas obtuvieron la reelección presidencial: Carlos Menem y Cristina Fernández. El riojano marcó en sus diez años y medio de gestión una era. Quiso más pero no pudo. Su largo exilio fue el Senado, donde se apagó lentamente. CFK regresó luego de un break de cuatro años para ejercer una influencia decisiva desde la vicepresidencia. Luego de treinta meses de una incómoda convivencia política con Alberto Fernández terminó de consolidarse como la única líder del Frente de Todos. Ganó por astucia y perseverancia, no por cansancio. Y también por una larga lista de errores no forzados de su compañero de fórmula, un verdadero experto en desaprovechar oportunidades.

Esa fue solo una de sus batallas. La otra se libró en el frente judicial, para ella sólo un apéndice de la estructura de sus enemigos políticos y económicos: el “partido del lawfare”. Cuando aparecía acorralada por el vigoroso y enfático alegato del fiscal Luciani, multiplicado hasta el infinito en los “medios hegemónicos” apeló a la mística del movimiento: “no me juzgan a mí, juzgan al peronismo”.

Hizo de Juncal y Uruguay su Puerta de Hierro y despertó el fervor de un sector de su militancia, ávida de épica después de treinta meses de un gobierno menos que mediocre. Restaurada en su rol de única conductora aplicó el clásico manual que sugiere atacar como mejor forma de defenderse y mantener así vigente el lucrativo antagonismo que supo inaugurar Néstor Kirchner.

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Cristina ha sabido generar un fenómeno de identificación que no se extingue

En pleno desarrollo de este proceso sucedió lo inesperado: alguien se propuso asesinarla. No sabemos aún si se trata de un “lobo solitario” o de un miembro activo de alguna manada rencorosa. Pero el fallido intento aceleró los acontecimientos en curso hasta el vértigo. En pocas horas congregó manifestaciones de a centenares de miles en todo el país. Por si alguno dudaba, el cristinismo confirmó su esencia compleja.

Ante quienes se empeñan en caratularlo solo como un fenómeno escénico y delictivo se rebela en toda la dimensión su sólida relación afectiva con una porción relevante de la sociedad. Muchos de quienes la apoyan admiten la existencia de corrupción, pero la absuelven a ella de culpa y cargo y/o consideran lo sucedido como un precio mínimo por “los doce mejores años de gobierno de las últimas décadas”. También decidieron eximirla de responsabilidades frente a muchas decisiones que el tiempo demostró erróneas. En todo caso “la Jefa no se equivoca” afirman quienes disuelven las fronteras siempre difusas entre la lealtad y la obsecuencia.

Estos comportamientos y actitudes revelan un fenómeno poderoso que ha sabido generar una identificación que no se extingue. Eso la convierte en una de las personalidades políticas más importantes de la historia argentina. Con plena conciencia de esa fidelidad acuño una propia moneda, en cuyo anverso está el amor de su gente y en el reverso el miedo de la dirigencia oficialista y opositora. “Solo hay que temerle a Dios y a mí, un poquito” dijo durante el transcurso de un acto en la Casa Rosada en el 2012.

Una década después, ella y su máxima siguen en vigencia, lo cual no deja de sorprender en el contexto de una sociedad política que todavía conserva rasgos patriarcales y machirulos. Ella huele los miedos ajenos y actúa como hembra alfa de la manada. Ahora cuenta ante sus adherentes con un bonus track: la narrativa de una protección divina que la salvó de una muerte segura, una mano de Dios (¿El Diego?) que la rescató de las garras asesinas. O simplemente la combinación de la buena suerte y la impericia atacante. Creencias al margen, allí está, desafiante, en el centro de la escena.

Cualquier futuro posible será más amable del que se hubiese presentado con el magnicidio

Otra fracción de la política le compite con idéntica determinación. Que también congrega sus razones y emociones, movilizando multitudes cuando le toca y empeñándose en dar batalla por el alma nacional. Y por el poder. Se equivocan quienes simplifican ese mundo como antiperonista o antikirchnerista. También hay complejidad, variedad y diversidad allí. Por supuesto que entre sus integrantes se cuentan quienes practican “pasiones tristes”. Pero en esencia lo componen quienes adhieren a su propio ideal de Argentina. Sus líderes han condenado mayoritariamente el intento magnicida (la sesión especial de la Cámara de Diputados logró consensuar un documento de repudio al atentado. Elegimos resaltar esa acción efectiva de parte de los principales bloques por sobre otras actitudes efectistas anteriores y posteriores).

Su agenda, que venía compleja, sumará dificultades a partir de ahora. A la abundancia de candidaturas las atraviesa la posibilidad de que un oficialismo anabolizado consiga disolver las PASO, esa herramienta que tantos dividendos le otorgó en los últimos años a Cambiemos/Juntos.

Claro que las dudas se multiplican en todos los rincones de la política. El oficialismo sabe que la economía es una cancha muy inclinada, carcomida por la inflación y amenazada por meses recesivos. La hiperquinesis de Massa compra algo de tiempo, pero todavía no alimenta las reservas del BCRA. Y sin dólares no se puede despejar el fantasma de la espiralización de la crisis.

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Por su parte, las grietas internas opositoras van más allá de las ambiciones personales y se traducen en posturas conceptuales divergentes. Si en agosto de 2023 hay PASO: ¿quiénes deben participar de ellas? ¿Los que están ahora? ¿Los socios actuales más la derecha de Milei y Espert? ¿Estos últimos, sin los radicales y la Coalición Cívica? Los fantasmas se tornan más amenazantes si cambiaran las reglas de selección de candidatos.

A veinte años de las elecciones post convertibilidad, las más fragmentadas de la democracia, cabe preguntarse: ¿podría registrarse un giro de 360% que nos devuelva al punto de partida? Es una posibilidad. El peronismo y el kirchnerismo mimetizados podrían perder encanto para votantes de centro y clases medias castigadas por la crisis. En paralelo, el empoderamiento de un polo opositor conceptualmente más hermético podría hacer volar a “las palomas” hacia otros destinos.

Nunca faltan los que sueñan con “el camino del medio”, más allá de las dificultades prácticas que siempre ha tenido esa vocación a la hora de la verdad. Muchas especulaciones se abren, cada una con sus respectivos riesgos. Pero algo puede servir de consuelo. Cualquier futuro posible será mucho más amable del que se hubiese presentado si el agresor criminal del pasado jueves hubiese logrado lo que buscaba. Su fracaso salvó mucho más que una vida.   

*Politólogo. Ex presidente del Banco Provincia.