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La tragedia de Macron

La tragedia de la presidencia de Emmanuel Macron es que lo que se anunció como una alternativa al hiperpartidismo solo ha profundizado el partidismo. Y su campaña para forjar un nuevo consenso solo creó un consenso contra su presidencia.

Macron-Presidente-Francia
Egipto | AFP

Francia ha batido un récord histórico. Su primer ministro, Sébastien Lecornu, dimitió menos de 24 horas después de formar gobierno. En un país en el que la Constitución de 1958 consagró una estabilidad institucional basada en la primacía política de la Presidencia, se trata de una enorme conmoción política.

¿Cómo ha llegado Francia a este punto? En un momento en que la presión de los mercados aumenta a medida que la deuda francesa se hace cada vez más insostenible, ¿qué debemos esperar a continuación?

Para entender esta crisis, debemos volver al inicio del segundo mandato del presidente Emmanuel Macron en 2022. Por lo general, tras la elección de un presidente, las elecciones parlamentarias posteriores conducen a una victoria del bando presidencial, alineando el ejecutivo y el legislativo.

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Esto no ocurrió en 2022. Así que, para gobernar, Macron tuvo que hacer aprobar la legislación en la Asamblea Nacional sin una mayoría de votos. Podía hacerlo porque la Constitución francesa permite al Gobierno promulgar leyes sin que se voten, a menos que el Gobierno caiga. Esto tampoco ocurrió. Las muy impopulares reformas de las pensiones de Macron, que aumentaron la edad de jubilación de 62 a 64 años, se promulgaron de esta manera.

Estas dificultades para formar una mayoría parlamentaria pueden parecer triviales, ya que improvisar coaliciones viables es una práctica que lleva mucho tiempo en toda la Unión Europea. Pero el sistema político francés hace que este proceso sea más problemático porque es un híbrido: a la vez presidencial y parlamentario.

Cuando la mayoría parlamentaria refleja la política del Presidente, el sistema funciona bien porque está ampliamente dominado por el Presidente. Cuando la mayoría parlamentaria se opone al presidente, el sistema puede seguir funcionando, pero esta vez de una forma más parecida a las repúblicas parlamentarias. El peor caso es cuando no hay mayoría en la Asamblea Nacional, como ocurre actualmente. El Parlamento no está ni a favor ni en contra del presidente.

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Actualmente hay tres bloques de tamaño más o menos igual en la Asamblea Nacional: la extrema derecha (Agrupación Nacional), el centro y la derecha (que apoyan más o menos a Macron) y la izquierda. La izquierda y la extrema derecha están de acuerdo en derogar la ley de pensiones y en gravar más a los ricos. Pero es inconcebible que gobiernen juntos, ya que difieren profundamente en cuestiones de identidad, seguridad, medio ambiente e inmigración. El bloque de centro-derecha y la extrema derecha pueden estar de acuerdo en cuestiones como la inmigración y la seguridad, pero discrepan fundamentalmente en política económica, especialmente en pensiones.

Pero la realidad es aún más compleja, porque estos tres grupos, con la excepción de la Agrupación Nacional, también están divididos. La izquierda está dividida entre un Partido Socialista de mentalidad reformista y una franja populista radicalizada liderada por Jean-Luc Mélenchon, mientras que las fuerzas centristas incluyen tendencias de derecha, centro-derecha y centro-izquierda, con diferencias tácticas muy notables entre ellas.

Lógicamente, se podría imaginar una coalición entre los socialistas y un bloque que incluyera el centro y la derecha. Pero esto parece cada vez más difícil, porque los cálculos que están haciendo ahora los partidos políticos están siendo eclipsados por sus cálculos para las elecciones presidenciales de 2027. Más allá de estas dificultades hay otros dos problemas: el hiperpresidencialismo del sistema político y la falta de una visión común sobre el futuro del modelo social del país.

Macron tiene una buena imagen internacional. En Francia, ha aplicado una política de oferta que ha mejorado innegablemente los resultados económicos, tanto antes de la pandemia como durante y después de ella. Pero Macron sigue estando mal equipado para entender las reglas y la realidad de la política francesa actual. Nunca fue elegido antes de 2017 y no tiene raíces locales. Se ve y se considera a sí mismo como alguien que está por encima de la contienda, y apenas tiene en cuenta a quienes le disputan el más mínimo poder. Se trata de un patrón típico francés heredado de la monarquía. Hoy, la mayoría de los seguidores de Macron le rechazan para salvarse de una posible debacle.

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Macron está pagando ahora el precio de su desastrosa decisión en 2024 de disolver la Asamblea Nacional tras las elecciones europeas, cuando objetivamente no tenía ninguna razón para hacerlo. La crisis actual es la consecuencia de esa decisión, que ha llevado al nombramiento de tres primeros ministros en apenas 13 meses.

Macron está a punto de nombrar un cuarto primer ministro para ganar tiempo y evitar la convocatoria de nuevas elecciones. Pero si este nuevo primer ministro también fracasa, y si las nuevas elecciones conducen una vez más a un parlamento indeciso, la presión sobre Macron para que dimita será enorme. El mejor escenario, entonces, es tener un gobierno frágil que gane tiempo antes de las elecciones presidenciales de 2027. Pero esto está lejos de estar garantizado.

Pero aunque la responsabilidad de Macron es abrumadora, la dejadez de los partidos políticos franceses también es culpable de la situación actual. Centrados todos ellos en las elecciones presidenciales de 2027, cada uno actúa como si tuviera mayoría absoluta por sí solo y se niega a transigir.

La crisis actual también se deriva de una ausencia total de reflexión y consenso sobre el futuro del sistema social francés. De cada 1.000 euros (1.160 dólares) de gasto público, el más elevado de Europa, unos 250 se destinan al pago de las pensiones y 200 a financiar la sanidad. Todo el mundo lo sabe, pero no hay consenso sobre cómo modernizar un sistema social que ofrece ventajas reales pero es financieramente insostenible a medio plazo.

Para comprender hasta qué punto niegan los franceses la magnitud de sus problemas, basta ver que tanto la izquierda como la Agrupación Nacional hacen campaña por la derogación de la reforma de las pensiones y abogan por volver a la anterior edad de jubilación de 62 años. Lo hacen a pesar de reconocer el creciente riesgo que la deuda nacional francesa supone para la economía.

La tragedia de la presidencia de Macron es que su proyecto de modernizar el sistema político francés ha fracasado. Ha hecho saltar por los aires el sistema, pero no tiene una visión real sobre qué poner en su lugar. Su responsabilidad es enorme, pero no es el único culpable.

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(*) Zaki Laïdi, ex asesor especial de la Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad (2020-24), es profesor en Sciences Po. / Project Syndicate