OPINIóN
Mitos argentinos

Las fricciones antiperonistas en el espejo de la historia

La tensión interna que atraviesa al gobierno no es una originalidad en el escenario político actual. Sí lo es que el antiperonismo haya logrado construir una coalición que sea electoralmente competitiva.

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Los Fernández. El peronismo nació de vertientes muy variadas y tiene una larga historia de tensiones internas. | cedoc

La Argentina es un cantero de mitos políticos y, desde mediados del siglo XX, uno de los más resonantes es el que rodea al peronismo. La construcción de este mito contemporáneo no cesa porque resulta funcional a todos los que, de uno u otro modo, se sirven de él: sus partidarios, los que lo creen la fuente de todas las desdichas nacionales, y los que se dedican a interpretarlo. Exaltar la presunta peculiaridad peronista contribuye, a su vez, al mito-madre: la creencia de que Argentina sería una rara avis con un destino decadente o virtuoso según se lo mire, pero siempre originalísimo. De este modo, el mito transversal de la excepcionalidad argentina ha sido indistintamente alimentado por el nacionalismo folklórico, el “medio pelo” encandilado con las luces del centro capitalista, y los analistas de diverso pelaje. 

Pasiones. Un mito difundido supone que las pasiones políticas argentinas serían más fanáticas que las que pueden encontrarse en otras latitudes. Especialmente en comparación con aquellas que podríamos denominar civilizadas, siendo desde luego muy indulgentes con el sangriento itinerario del colonialismo occidental. Pero ni aún así la imagen resiste análisis. Aunque dramáticos para nuestro pago chico, los episodios más cruentos de las luchas políticas locales del siglo pasado aparecen disminuidos en un ejercicio comparativo con los que distinguieron al ciclo de la guerra civil europea, según la fórmula acuñada por Ernst Nolte. En verdad, la conducta predominante del argentino militante se halla más emparentada con el gaucho del Facundo, proclive a sacar su cuchillo para herir antes que para matar. No casualmente un retrato semejante de sus compatriotas trazó el escritor italiano Curzio Malaparte. Pintorescos y dados al arrebato emocional en razón de una insuficiente domesticación de sus pulsiones, no son sin embargo los latinos los que ocupan los primeros puestos en el podio de los artífices de las masacres fríamente planificadas.

Peronismo. Según ciertas narrativas la presunta decadencia argentina encontró su origen en el peronismo, un movimiento populista propenso a las divisiones y al uso de la violencia para dirimirlas. Es cierto que desde su nacimiento el justicialismo reunió a corrientes diversas, y que las ambigüedades de la florida retórica de Juan Domingo Perón se vieron también más tarde plasmadas en unos libros que, aun pasados a máquina en el fragor de las sucesivas batallas del político exiliado, podrían suponerse más estabilizados. Así, por caso, si bien una lectura atenta revela una insistencia en la prosapia cristiana y antimarxista del “socialismo nacional” que a fines de los sesenta lanzó públicamente en el que tituló La hora de los pueblos, no menos cierto es que lo hizo, todo indica que adrede, en una confusa saga que, al transitar sin solución de continuidad por las experiencias fascistas, los modelos nórdicos y el maoísmo, se prestaba a las más diversas exégesis. 

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Precisamente de ellas hicieron uso en los setenta las numerosas organizaciones de cuadros de las radicalizadas juventudes peronistas que, desde las dantescas estampidas en los bosques de Ezeiza, se dispusieron a tramitarlas mediante la irrefutable crítica de las armas. Lo que distinguió sin embargo al peronismo de otras corrientes políticas fue menos el recurso trillado a unos métodos facciosos y violentos ya largamente asentados en las prácticas políticas argentinas, que su desarrollo en el marco de un movimiento de masas cuya ocupación privilegiada de la centralidad política hacía que esas pujas internas impactaran directamente en la escena nacional y, en ocasiones, en el mismo aparato del Estado. 

Antiperonismo. Esto no significa que el antiperonismo haya reunido a una suma coherente de pacíficos caballeros republicanos. La Unión Democrática juntó a radicales, comunistas, socialistas, demócrata progresistas, católicos, independientes, y a varias asociaciones civiles. Aunque los conservadores fueron excluidos de la alianza por el viejo encono de los radicales, llamaron a votar por ella. Años más tarde la Revolución Libertadora fue el corolario castrense de un movimiento insurreccional de las clases medias que dio sitio a sus expresiones armadas mucho antes de la ola guevarista: los Comandos Civiles. También la historia de estos grupos fue contradictoria, al punto de que La marcha de la libertad, devenida en el himno antiperonista de la Marina liberal, encontraba su origen en las parroquias y estaba evidentemente inspirada en la falangista Cara al sol. 

Desde la división entre personalistas y antipersonalistas, hasta la que protagonizaron frondicistas, balbinistas y alfonsinistas, la historia del radicalismo no resultó menos facciosa. Ni hablar, por supuesto, de las izquierdas, quienes a la usanza de los rebuscados debates doctrinarios de los clérigos medievales, erigieron un sistema de sofisticadas querellas sostenidas en una reproducción políticamente poco fértil de aquello que Sigmund Freud había identificado como “el narcicismo de la pequeña diferencia”.

Novedades. Miradas en aquello que el ingenio de Tulio Halperín Donghi bautizó como el espejo de la historia, las actuales fricciones antiperonistas no resultan entonces tan originales. La novedad radica, en todo caso, en que el antiperonismo ha logrado constituir una coalición electoralmente competitiva. Si bien hay indicios de que la estrella del empresario Mauricio Macri podría empezar a apagarse, es ya un dato de la historia que esa alianza política lo tuvo por uno de sus artífices decisivos. Una noticia finalmente halagüeña para el sistema democrático instaurado en 1983 que, a pesar de algunas voces alarmistas, parece todavía brindar el marco para la resolución institucional de los conflictos políticos. 

Recordemos que el medio para poner un coto a la vocación hegemónica de Cristina Kirchner fue, en la coyuntura de las elecciones legislativas de 2013, el armado electoral del ahora oficialista Sergio Massa. Mediando el gobierno de Cambiemos, y en el marco de la elección de los representantes ejecutivos que definen la orientación macroeconómica, seis años más tarde la mayoría de la población eligió una fórmula integrada por la otrora derrotada. Puede así ponderarse la contracara de lo que usualmente se destaca como un humor oscilante entre los representados: el voto mayoritario se expresa en una ductilidad que esconde un saber político.

*Doctor en Historia (UBA-Conicet).