No abundan los antecedentes en nuestra historia reciente de una campaña electoral tan intrascendente, banal y aletargada como la que está pronta a cerrarse de cara a las PASO del domingo.
Está claro que fenómenos como la apatía, el desencanto, la frustración, el pesimismo en cuanto a las expectativas de futuro e, incluso, la bronca y el enojo, no son en absoluto una novedad en lo que respecta a nuestra cultura política y las oscilaciones pendulares de este bendito país que parece eternamente atrapado entre Escila y Caribdis, cada vez más lejos de alcanzar esa tierra prometida, que no es la Itaca de Ulises, sino nada más, pero nada menos, que la senda de un país normal.
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Si los climas de opinión reinantes no son entonces el rasgo saliente del proceso electoral, lo que resulta un hecho anómalo -por momentos hasta curioso- es la respuesta que ante ello vienen evidenciado en términos estratégicos los principales candidatos y espacios en pugna.
Varios interrogantes se develarán el domingo electoral, algunos de ellos mucho más importantes para el futuro del país que la definición de algunas internas y el posicionamiento de las principales fuerzas de cara a las generales de noviembre.
En primer lugar, qué sucederá con respecto a los niveles de participación electoral. Un tema en absoluto menor, y en que ya no sólo talla la frustración, apatía y desencanto, sino también las consecuencias de la pandemia, tanto en lo estrictamente sanitario por el temor de algunos electores al contagio como en el plano emocional por el agotamiento y el cansancio.
En las elecciones provinciales que se realizaron anticipadamente (Corrientes, Jujuy Misiones y Salta), el descenso en la participación osciló entre los 8 y los 15 puntos. Frente a este escenario, la pregunta clave a desentrañar en las urnas es, ¿a quién afectaría más este fenómeno? ¿Al oficialismo o la oposición?
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En segundo lugar, qué comportamiento electoral tendrán los jóvenes, una franja etaria donde el desencanto y la apatía parecer haber prendido con más fuerza, en particular en los denominados “centennials”, es decir, los que nacieron entre 1996 y 2005, que representan unas 7 millones de personas y que, en la Ciudad de Buenos Aires, representan el 19% del padrón.
La última "Encuesta de Satisfacción Política y Opinión Pública" publicada el mes pasado la Universidad de San Andrés, da cuentas del profundo descontento de este grupo con el gobierno nacional: el 73% desaprueba la gestión de Alberto Fernández. Respecto a las causas, el relevamiento señala que el 50% de los centennials es crítico de las medidas restrictivas adoptadas en pandemia y el 63% pidió que se priorice la economía por sobre la salud.
No deberían llamar la atención estas tendencias a la luz de la cruda realidad que enfrentan estos jóvenes, con un nivel de desempleo que casi triplica la media nacional, que condena a casi 7 de cada 10 de estos jóvenes a la pobreza y, un descontento que no sólo tiene que ver con el presente sino que se plasma en las expectativas negativas en relación al futuro. Lo que sí llama poderosamente la atención son los mensajes y estrategias elegidas para interpelar a este sector, que parece abonar una visión estereotipada de la juventud, que lleva a banalizar mensajes, a lanzar contenidos audiovisuales, y en algunos casos a publicar piezas de comunicación impostadas que rozan el ridículo. Desde las declaraciones de Tolosa Paz en relación al sexo, pasando por el TikTok de Manes, o el rap de Manuela Castiñeiras, nadie ha logrado trascender los lugares comunes para abordar el fenómeno con una mirada más profunda, que tiene que ver con la falta de expectativas de futuro, de oportunidades para crecer y concretar proyectos de vida.
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En tercer lugar, cabría preguntarse cómo se expresará este “malestar” evidente. Si se configurará como “voto castigo”, “voto bronca”, o se plasmará en el ya mencionado abstencionismo. Vinculado a esto, otro interrogante se impone, ¿existen terceras fuerzas capaz de captar ese votante y dar la sorpresa?
En este sentido, uno de los hechos anómalos del escenario electoral parece ser que no hay terceras fuerzas capaces de capitalizar electoralmente este escenario. Las encuestas muestran que a pesar de la apatía y desencanto, las preferencias tienden a concentrarse en el oficialismo y la principal fuerza de la oposición, que podrían llegar -con proyección de indecisos- a capturar el 80% de los sufragios.
Seguramente tanto la izquierda -habitual depositario de un porcentaje del voto protesta- como Randazzo en la provincia de Buenos Aires podrán recibir a algunos votantes desencantados. Mejor le irá probablemente a Milei en la Ciudad de Buenos Aires donde su impertinencia e incorrección política, que por momentos se desliza hacia el agravio y el insulto, así como sus disparatadas propuestas, podrá captar no sólo a algunos descontentos y quienes buscan castigar a ambos extremos de la grieta, sino también a un creciente y preocupante comportamiento antisistema que crece entre los centenialls, aunque no sólo en ellos.
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Sin desconocer que en política, como en la vida misma, siempre hay lugar a lo contingente, y que muchas veces existen los llamados “climas de opinión” que se forman por el impacto de los medios y que se filtran en las encuestas a través de mecanismos como el “espiral del silencio” que acuñara Elisabeth Noelle-Neumann para describir la tendencia de ciertos encuestados a mantener silencio frente a las opciones que parecen contar con mayor legitimidad social o aparecen como “políticamente correctas”, lo cierto es que todo indica que no habrá grandes sorpresas en este plano.
Así las cosas, independientemente de las respuestas a los interrogantes planteados, y de los resultados de las urnas, los principales candidatos y fuerzas políticas tendrán una urgente tarea de cara a las generales del 14 de noviembre: hablarle a los ciudadanos de aquello que realmente les importa y les preocupa y, para ello, la precondición ineludible es escuchar.
* Lucas Doldan. Politólogo, docente y consultor. Autor de “Comunicar lo Local” (La Crujía, 2019).