Hoy se celebra el Día de los Cafés de Buenos Aires en honor a la apertura del Café Tortoni en 1858.
Históricamente, el café ha sido ese lugar ideal para pensar, para delinear proyectos en servilletas de papel y para tratar de arreglar el mundo; el reducto donde pasear la soledad o amontonar a los amigos.
Después de tanto tiempo de aislamiento, los cafés volverán a ser ese espacio donde reencontrarnos.
El cosquilleo de una primera mirada alborotada de ansiedad jamás lo podrá proporcionar una app de citas. Tampoco un último “no sos vos, soy yo” puede ser digno de lamento si se recibe por mensajería instantánea.
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Aquietados, estoicos y extemporáneos, los cafés son un buen refugio para esconderse o mostrarse, para celebrar un triunfo o sacarse el mal gusto de las noticias con una "lágrima".
El cambio de época dejó atrás aquel cafetín en el cual -dicen que dicen- se aprendía “filosofía, dados, timba y poesía”. El bajo porteño perdió sus antros. Los piringundines de La Boca se pasaron de moda.
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La crisis y la pandemia liquidaron al unísono a algunos notables, como La Puerto Rico. Aún recuerdo lo que decía el cartel que estaba cerca de la puerta de ingreso sobre Adolfo Alsina para resumir este espíritu fraternal de la tertulia: “Científicos han descubierto una novedosa forma de chatear en directo y en 3D; lo llaman tomarse un café con alguien”.
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Afortunadamente, hay otros que volvieron, como La Giralda, y dos que se están emperifollando para el regreso: La Ideal y la Confitería del Molino.
Lo cierto es que hoy los cafés están de fiesta. Seguramente, habrá más de un mozo bien predispuesto para servir en bandeja de aluminio alguna historia en blanco y negro de caferatas y compadritos.
* Mariela Blanco. Periodista. Autora del libro "Leyendas de ladrillos y adoquines".
