OPINIóN
Renunció Martín Guzmán

Martín Guzmán, el tecnócrata que se convirtió en la principal pieza política del “albertismo”

El cuestionado ex ministro de Economía era el dique de contención del presidente Alberto Fernández frente a las fuertes críticas de un sector del Frente de Todos, liderado por la vicepresidenta Cristina Kirchner. Ahora le tocará al Mandatario recibir directamente esos dardos venenosos.

Alberto Fernández y Martín Guzmán, en tiempos más felices.
Alberto Fernández y Martín Guzmán, en tiempos más felices. | Presidencia

La velocidad con la que Martín Guzmán pasó de académico a tecnócrata, y finalmente a ser la pieza política más importante de la facción del Frente de Todos que comanda el Ejecutivo, fue exponencial. Su salida del gobierno luego de más de 900 días en el cargo -convirtiéndose en el sexto Ministro de Economía más duradero desde la vuelta de la democracia- marca un antes y un después para el experimento político que lideran Alberto Fernández y quien lo eligió a dedo para liderar la fórmula presidencial del pan-peronismo, Cristina Fernández de Kirchner.

Más allá de todos sus aciertos y fracasos, el paso de Guzmán por Hacienda dejará un vacío político difícil de llenar, porque había asumido (conscientemente o no) el rol de punching bag que absorbía por el Presidente las fuertes críticas de gran parte del arco político, en especial del sector más áspero del kirchnerismo, y al final de la misma Cristina, que no ahorró palabras para denostar su pensamiento económico. Sin ese dique de contención, Alberto deberá asumir directamente todos los cuestionamientos por el rumbo económico si es que decide seguir el camino trazado por Guzmán (y el Fondo Monetario Internacional), como también la responsabilidad de ejecutarlo, o pegar un volantazo en el medio de una fuerte y peligrosa escalada de las tensiones macroeconómicas.

El perfil político de Guzmán es probablemente el que menos acaparó la atención de los que estaban pendientes de sus acciones. Una de las principales quejas del kirchnerismo, normalmente en boca de Máximo Kirchner o Andrés “Cuervo” Larroque, era que justamente al ex ministro de Economía le faltaba voluntad política. Ganas de embarrarse. Le endilgaban falta de barrio y hasta una cierta incomodidad para comunicarse coloquialmente, como si se refugiara en los tecnicismos de la academia. Es probable que esos ataques ad hominen disimularan un rechazo a las formas y los manierismos de Guzmán, más que a su capacidad o incapacidad política.

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Desde que apareció en la escena política argentina, Guzmán siempre generó algún nivel de misterio. Era el pollo de un tal Joseph Stiglitz, premio Nobel de economía preferido por Cristina, y contaba con el sello de aprobación de la prestigiosa universidad de Columbia en Nueva York. Era nula su experiencia en cargos públicos, pero se había especializado en reestructuraciones de deuda y era crítico de las políticas de austeridad -ajuste-  que tradicionalmente impuso el FMI en sus salvatajes a países que habían caído en crisis de balanzas de pagos. Justo lo que se necesitaba en tiempos de implosión del modelo económico de Macri y un bail out express y a medida del Fondo que languidecía precipitadamente.

Martín Guzmán, cuando era un

Como es común en la mitología griega, muchos de las características que inicialmente son vistas como virtudes finalmente contribuyen al fracaso. Esa forma de hablar suave, monótona, llena de términos teóricos que construían autoridad y por ende confianza eran vistas como un bálsamo en el mundo de la grieta argentina. Que sonara “medio yanqui” cuando hablaba le sumaba puntos. La reestructuración de la deuda con acreedores privados y su sucesiva aprobación en el Congreso le valió una silla en la mesa grande, al lado de la mismísima Sra. Fernández de Kirchner, cuando se anunció.

Guzmán jugó fuerte y duró mucho más de lo que muchos esperaban.

En su carta de renuncia, Guzmán enumera los logros macroeconómicos de su gestión, que son varios y se basan en una noción keynesiana racional de las ciencias económicas. El crecimiento es más importante que alcanzar el superávit fiscal, en especial en momentos de crisis. No hay dudas que a Guzmán le tocó agarrar el fierro caliente después de la debacle de Macri que siguió el fuerte deterioro del segundo mandato de Cristina -que en vez de una bomba de tiempo fue un “slow motion trainwreck” como dirían en EE.UU., un descarrilamiento de tren en cámara lenta- al que se le suma la pandemia global del Covid-19, la invasión de Rusia a Ucrania y el desmantelamiento del ecosistema global de tasas bajas. Pero para que el crecimiento sea sostenible en el tiempo se debe contar con cuentas públicas algo ordenadas y un nivel de confianza que le permita al gobierno financiarse.

Cristina tiene razón en que la mayoría de los países del G20 no cuentan con superávit fiscal y así y todo no tienen los niveles de inflación de la Argentina, pero se olvida que tenemos el peor perfil de riesgo del grupo, lo cual refleja la confianza nula que nos tiene el mundo en términos económicos-financieros. La reducción del déficit junto con un superávit comercial y una deuda pagable compensarían esa falta de confianza.

Guzmán jugó fuerte y duró mucho más de lo que muchos esperaban. Por lo menos desde la derrota del Frente de Todos en las PASO del 2021 que el kirchnerismo lo tenía entre ceja y ceja, y progresivamente se fue ganando la  desconfianza de Sergio Massa, que siente que le escondió partes del acuerdo con el Fondo. Desde Juntos por el Cambio, a quienes Guzmán chicaneó políticamente en sus distintas apariciones públicas, siempre lo cuestionaron. Llegó a tal punto que se había convertido en la presa más cotizada por casi todos, obligando a Alberto a defenderlo como si se estuviera defendiendo él mismo.

Con una inflación que no da tregua y una serie de violentas corridas en los mercados de bonos en pesos que impulsó la disparada del dólar a valores record—uno de los estandartes de su visión macroeconómica es la creación de un mercado pujante de deuda pública en pesos—Guzmán y todo el equipo económico estaban en la cuerda floja. Más allá de los logros en ciertas variables de la macro, el día a día quema, y Guzmán nunca logró dar señales de que podría contener la inflación. A eso hay que sumarle la interminable interna en el área energética—controlada por La Cámpora—y los 935 días de desgaste en el cargo.