- Realmente no te gustan los políticos ¿O sí?
- Me gustan dos o tres, pero incluso no estoy realmente seguro sobre uno de ellos. No creo que el sistema funcione.
- ¿Tienes alguna solución?
- Necesitamos un sistema donde los políticos se sienten y discutan los problemas, acuerden lo que es mejor para los intereses de todas las personas, y luego se haga.
- Eso es exactamente lo que hacemos. Pero las personas no siempre están de acuerdo.
- Pues se les obliga a aceptarlo.
- ¿Pero quién va a obligarlos? ¿Tu?
- Por supuesto que yo no.
- Pero alguien.
- Sí, alguien sabio.
- Eso suena muchísimo a dictadura para mí.
- Bueno, si funciona...
El diálogo transcurre en un contexto de fantasía, pero lo sorprendente es que podría estar replicándose ahora mismo en nuestro ámbito inmediato sin que nos demos cuenta. Esta escena con tintes románticos, perteneciente al Episodio 2 de la saga Star Wars, lanzado en 2002, podría reflejar la creencia de millones de jóvenes que hoy en día, muchas veces sin notarlo, desarrollan un tipo de pensamiento con el potencial de favorecer rápidamente una nueva etapa de autoritarismo en el mundo, y en cierta medida por el uso de sus smartphones.
En lo cierto, la percepción del entorno, del presente y, por tanto, también del futuro, se ha visto siempre profundamente comprometida por el desarrollo tecnológico. Desde que los primeros homínidos desarrollaron la capacidad de moldear su entorno en base a la construcción de artefactos, la expectativa sobre nuestra vida y aquello que es bueno o malo para ella, fue evolucionando al ritmo de estos. De tal modo, tanto la lanza que permitió cazar el primer mamut como el dispositivo celular que llevamos usualmente hoy día en nuestros bolsillos, condicionan, las más de las veces de manera subrepticia, aquello que esperamos del mundo.
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Por ejemplificar, aun cuando persisten enormes bolsones de miseria en donde esta generalidad no se cumple, el acceso a una ducha caliente, agua potable, nutrientes esenciales e incluso educación, es parte de la cotidianidad de cientos de millones de seres humanos cada día; condición que reviste una excepcionalidad absoluta si comparamos esta misma situación con cualquier otra en la historia de la humanidad. Y del mismo modo, y de manera concomitante, cuando se percibe la carencia de algunos de estos bienes hoy considerados básicos, la reacción social suele ser lo suficientemente contundente para provocar cambios en los sistemas políticos, caída de gobiernos, etc.
La fórmula podría resumirse en una frase: “el bienestar demanda bienestar”, y, por tanto, conforme accedemos a mayores niveles en las condiciones de vida, más demandantes nos volvemos con respecto a la garantía de estas.
Ahora bien, pensemos: ¿qué tipo de demanda surgirá de los cientos de millones de jóvenes que hoy día acceden a soluciones inmediatas a través de la tecnología? Al alcance de unos pocos clicks, las más de las veces prodigados a través de la pantalla de su celular, la resolución de problemas tanto complejos como cotidianos, se ha vuelto casi de una rutina. Baste observar con atención a los niños y a los jóvenes, para darse cuenta de que, frente a un desafío, de cualquier índole, una de las primeras reacciones (sino la primera y principal) es recurrir a “la máquina de resolver problemas”: el smartphone.
Los estadounidenses le dedican más tiempo a los smartphones que a la TV
Para estas generaciones, la inmediatez, el conocimiento certero y la eficiencia se han vuelto valores casi absolutos sin que muchas veces lo perciban, simplemente porque estas virtudes están a su alcance y son parte de su bienestar cotidiano.
El problema surge porque la democracia republicana no suele garantizar ninguno de estos valores a priori. Como en el diálogo que iniciaba esta reflexión, muchas veces la sociedad demanda acuerdos y consensos inmediatos, mientras que el sistema solo puede garantizar la participación de distintas voces y el respectivo debate que viene con estas. De tal modo, los infinitos pasillos burocráticos y los debates por momentos interminables que conforman la dinámica política, contrastan con una cotidianidad en la que la resolución de problemas resulta infinitamente más certero y veloz.
Aquellos que amamos la libertad y, por ende, la participación política, debemos por tanto estar advertidos de que el nuevo desafío ya no proviene tan solo de las ideologías que promueven el autoritarismo como parte de su naturaleza, sino de la extensión de un ethos, una actitud, cada día más difundida, que genera la expectativa de que la inmediatez, la eficiencia y la efectividad, debieran reinar por sobre valores por momentos percibidos como extemporáneos y fácilmente sacrificables en favor de la garantía de ese bienestar que damos por supuesto.
Ciencia y Tecnología, ausentes en el debate político
Una masa crítica de ciudadanos convencidos en un futuro inmediato de que sistemas políticos tan autoritarios como tecnocráticos pueden ser más efectivos a la hora de garantizar el bienestar social, terminarán favoreciendo la proliferación de estos. Quizá comprobaremos entonces tristemente, que la libertad suele ser en esencia como la salud, la amistad o el amor: algo que solo valoramos en su justa medida en ese momento fatídico en que se pierde.
A la memoria de Gabriel Sandoval.