OPINIóN
VIOLENCIA ESCOLAR

Metáfora de un mundo violento

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Golpes. Sin prevención, se llega tarde y se trabaja sobre los efectos y se multiplican las causas. | shutterstock

Por estos días los medios de comunicación exponen un fenómeno que no siempre es noticia pero que sin embargo está muy presente: la violencia escolar. En la televisión y en las redes sociales se viralizan videos de chicas y chicos peleando dentro y fuera de las escuelas, descargando furias, golpes, tirones de pelo, arañazos y demás.

Somos testigos de otros testigos que filman la violencia y que las multiplican como un espectáculo, el de una especie, la nuestra, que goza con lo que luego quiere destituir.

¿Cómo erradicar la violencia? ¿Es posible? ¿Estamos a tiempo? Es difícil cuando está tan arraigada. Si ni hay prevención, llegamos tarde, trabajamos sobre los efectos mientras se multiplican las causas. La violencia tiene origen multicausal y es como la levadura, si la dejamos, crece en intensidad. Su inicio suele ser sutil y luego incrementarse. Pero siempre se trata del uso ilegítimo del poder y de la fuerza que busca, intencionalmente, dañar a otra persona. El daño puede ser físico o psicológico, sea uno u otro, afecta la integridad del ser lastimado.  

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Hay enojo por diversas razones, pero la agresión es la prueba de que fallaron otras formas de tramitar el malestar. Somos seres simbólicos. La comunicación, el uso de las palabras, es la marca de nuestra evolución. La violencia que llevamos dentro solo debería ser un mecanismo defensivo, expresarse si nuestra vida corriese riesgo. El diálogo es lo opuesto a la violencia, pero la sociedad, cada día con mayor frecuencia, promociona lo opuesto: el uso de la violencia por sobre las palabras. La palabra está en desuso, ya no parece ser una herramienta fundamental para la resolución de conflictos. Y si surgen palabras, suelen ser violentas, llevan cargas simbólicas que remiten a la denigración.

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La violencia que se expresa en los colegios, dentro y fuera, o en los clubes, no es más que la expresión de una violencia mayor, la social. Los adultos son los que enseñan a ser violentos. Ejemplos, miles: Una madre que entra a la cancha de fútbol y agarra del cuello al nene de 11 años que le hizo una falta a su hijo, Cristiano Ronaldo tirándole el celular a un pequeño hincha con autismo, la televisión, los videojuegos.

Pero basta asomarse, salir a la calle y ser testigos de la intolerancia. Todo es ya y disruptivo. Violencias inmediatas, pura descarga. El semáforo está pasando de amarillo a verde, está pasando, no llega a estar en verde, y ya empiezan los bocinazos, el apuro, la violencia del ruido y el acelere. Un error en el manejo es interpretado como intencional; un mundo paranoico. Y de fondo, tantas injusticias sociales, robos, y otra guerra, vista como nunca, en vivo, tic toc, mezclada entre otras imágenes insignificantes, perdiendo así su dimensión trágica. En este contexto circulan y crecen nuestras niñeces, se forman (¿o se deforman?) las personalidades, muchas de las cuales luego aparecerán en videos viralizados para el goce de millones de espectadores que replican las violencias.

Para comprender y desarticular las diversas formas de la violencia tenemos que ir a las causas, llegar a los orígenes y trabajar en las escuelas, en ese pequeño mundo donde se empiezan a reproducir los aprendizajes sociofamiliares. Cuando vamos a fondo, y tratamos de comprender los cimientos de la violencia, vemos al menos tres orígenes fundamentales:

  • La discriminación. Los estereotipos impuestos socialmente son uno de los mayores desencadenantes de violencias. La asignación a lo diferente como aquello detestable. Lo distinto como eso que hay que combatir.  
  • La falta de contención, diálogo y presencia familiar. Niñas y niños que son víctimas de diversas formas de violencia intrafamiliar y que luego reproducen lo sufrido, activa o pasivamente, en las escuelas y en el afuera.
  • El uso problemático de sustancias tóxicas. El consumo de alcohol, pastillas y marihuana aparece cada vez a más temprana edad. Consumos que no solo pueden favorecer expresiones violentas sino además preparar el terreno de futuros seres adictos.

Para instaurar cambios profundos, es clave una política acorde, dispuesta a campañas reales de erradicación de las diversas formas de la violencia y la formación de profesionales y agentes especialistas en prevención y detección temprana. No debemos bajar los brazos y dar por hecho, resignarse, de que el mundo es así, loco y violento. Siempre es mejor hacer algo, establecer que otra forma es posible, que la violencia es una deformación del ser humano inmerso en un campo social sumamente complejo. Naturalizar la violencia la instala más.

*Psicólogo (UBA).  Escritor.