OPINIóN
Cuarentena

Era en abril...

En España la metáfora bélica sigue haciendo su trabajo y, gracias a que el número de caídos en combate disminuyó en los últimos días, ahora nos permite vislumbrar la posguerra.

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Aislamiento | Jose Antonio Gallego Vázquez / Pexels

“Sabes hermano, lo triste que estoy…”, cantaba Juan Carlos Baglietto hace casi 40 años. Era en abril, como ahora. A punto de entrar en la quinta semana de cuarentena, en España la metáfora bélica sigue haciendo su trabajo y, gracias a que el número de caídos en combate disminuyó en los últimos días, ahora nos permite vislumbrar la posguerra que nos tocará vivir en los próximos años. Pero no todo lo que se dice sobre la pandemia se encuadra en las simplicidades del paradigma bélico.

Sopa de Wuhan y otros discursos

En las ciencias sociales, el coronavirus ha cocinado un caldo discursivo que va más allá del por momentos lúcido y por otros intragable libro “Sopa de Wuhan”, la exitosa compilation de análisis teóricos, interpretaciones filosóficas y pronósticos casi astrológicos que ha circulado profusamente por nuestras pantallas. Entre todas las cosas que se dicen y contradicen en estos días, hay una que se destaca: el discurso sobre el fin del capitalismo.

Coronavirus: aplanando la curva de contagios

Cualquier viejo militante del Partido Comunista sabe que el capitalismo, después de un largo ciclo de sucesivas recesiones y resurrecciones, entrará de manera irreversible en terapia intensiva. Y de ahí, a la morgue. Como un tatuaje, el capitalismo tendría su propia destrucción inscripta en el ADN de su cuerpo. Siempre que hay una gran crisis económica o financiera,filósofos, politólogos e incluso artistas vuelven a resucitar la frase de Marx -“la razón última de todas las crisis reales es siempre la pobreza y la limitación del consumo de las masas frente a la tendencia de la producción capitalista a desarrollar las fuerzas productivas, como si no tuvieran más límite que la capacidad absoluta de consumo de la sociedad”- y dicen seriamente, impostando la voz como Jim Morrison: “This is the end, beautiful friend”.

Pero no solo fin del capitalismo. Muchas cosas se acaban. Otros discursos, un poco más austeros, anuncian el fin del neoliberalismo y el estreno del largometraje “Keynes Returns” en julio. O a más tardar para Navidad. Algunos imaginan el fin de una era en que vivíamos a contrapelo de los ecosistemas (de ahí la venganza de los murciélagos y/o pangolines encolerizados con el Homo sapiens) y otros advierten embroncados que se acaba eso de “tener el pelo libre” y entramos en la época de la “libertad con fijador”. Este último esel discurso que quizá mejor cotiza en la bolsa filosófico-política: desde Yuval Noah Harar, el autor del best-seller “Sapiens”, hasta Byung-Chul Han, quizá el filósofo más leído de estos años gracias a la brevedad de sus libros,anuncian que se nos viene encima un panóptico digitalizado de control social(eso que en “Sopa de Wuhan” Paul Preciado denomina, con unasobredosis de prefijos, “técnicas farmacopornográficas de biovigilancia”).

El tiempo está fuera de quicio

Que el modelo chino pueda resultar sexy a las élites occidentales no es novedad. A más de un gobernante le gustaría dirigir una sociedad tan trabajadora, ordenada y obediente como la china. Y no podemos negar que algunos escenarios planteados por Yuval Noah Harar o Byung-Chul Han son verosímiles: es muy probable que los controles de temperatura en aeropuertos y otros delicatesen sociosanitarios –como las apps de geolocalización para detectar contagios-no tengan marcha atrás. Pero de ahí a pensar que esto se convertirá en la Era del Control Total, hay un trecho. Como dijo esta semana el filósofo Daniel Innerarity en una entrevista radiofónica, “no se puede implantar un sistema de control chino si no hay chinos”. O sea, por más que llenen las calles de videocámaras y nos metan un termómetro digital en nuestro órgano más personal (me refiero obviamente al teléfono móvil), la implantación de un sistema de control diseñado para las sociedades orientales difícilmente funcionará en otras latitudes y longitudes. O adoptará una forma que hoy no podemos predecir ni usando las más sofisticadas simulaciones matemáticas basadas en el Big Data.

 

Proyecciones de Pascua

Todos hemos mencionado, escrito o tuiteado la palabra “fin” en estas semanas. Es un sentimiento compartido. Repasemos la lista: se acaba un mundo, un modo de producción, una actitud frente a la vida, una forma de relacionarse con las otras especies, una manera de convivir entre los Homo sapiens... Estos discursos no son ajenos al imaginario cristiano: basta pensar en los movimientos milenaristas que en el siglo X anunciaban el apocalipsis o, en su versión postmoderna,advertían de la caída de los sistemas informáticos la noche del 31 de diciembre de 1999 (el llamado Year 2000 problem, Y2Ko Millennium bug).

Al igual que Karl Marx, el milenarismo, una visión catastrófica pero al mismo tiempo esperanzadora inspirada por el libro del “Apocalipsis” del Nuevo Testamento,pregonaba el fin de los tiempos y la llegada de una nueva era: “Ellos (los que no habían adorado al monstruo ni a su estatua) nunca serán apartados de Dios, sino que serán sacerdotes de Dios y del Mesías, y reinarán con él durante mil años. El resto de los muertos no volverá a vivir hasta que se cumplan los mil años”. O sea, la cosa venía en números redondos y de cuatro cifras.

Pandemia…y después

A pesar de que el coronavirus se les presenta como un instrumento ideal para captar adeptos y darle una interpretación mística a la pandemia,hasta ahora los enunciadores religiosos casi no han jugado sus cartas. Con el SIDA fue muy diferente: una encuesta realizada en España por el Plan Nacional sobre el SIDA en 1991 confirmaba que 13 de cada 100 españoles creían que esa enfermedad tenía su origen “en un castigo divino”. A pesar de que estamos a pocos días de Semana Santa, todavía no hemos visto predicadores ni fanáticos por las calles anunciando el fin del mundo o invitando a acelerar el trámite. De todas maneras, no sería para descartar que, al menos en España, cuando se cuente este confinamiento a las futuras generaciones se diga que la cuarentena “comenzó para Carnaval” y terminó poco después de “la Pascua de Resurrección”.

Si repasamos todos estos discursos, parecería que cada sujeto o colectivo proyecta sobre la pandemia su visión del mundo y le hace decir lo que quiere: los anticapitalistas citan a Marx y sueñan con el fin de ese modo de producción, los ecologistas auguran el fin de un comportamiento abusivo del Homo sapiens con su entorno y, en cualquier momento nos tocarán el timbre los Hombres de Fe, con el folleto del“Apocalipsis” de San Juan en la mano, para avisarnos que thegame is over. Y en medio de tanto palabrerío, no tardará en irrumpir un matemático con sus plantillas de Excel y simulaciones matemáticas anunciando que, él sí, tiene la posta de lo que pasará.

Coronavirus: aplanando la curva de contagios

El efecto Baglietto

La película “El Hoyo” (Netflix) es lo más parecido a una adaptación libre de una novela de Mario Levrero, el gran escritor uruguayo que, debido a sus largas estadías en Rosario y Buenos Aires, podríamos considerar rioplatense. En su trilogía “involuntaria” –sobre todo en novelas como “El Lugar” o “La Ciudad”, un poco menos en “París”) Levrero pintó un mundo kafkiano, delirante y oprimente donde los personajes deambulan por espacios repetitivos sin entender bien de dónde vienen o hacia dónde van. “El Hoyo” va por ese camino pero en formato vertical.Además de Levrero, en “El Hoyo” también hay algo de “El Cubo”, otro clásico de la ficción claustrofóbica. Fin del spoiler.

El largometraje del vasco GalderGaztelu-Urrutuia guionado por David Desola y Pedro Rivero ganó un par de premios en 2019 en Canadá y España, pero pasó sin pena ni gloria por los cines. Ahora, “El Hoyo” está reventando las taquillas virtuales en España, Estados Unidos, y decenas de países. Si durante la guerra de Malvinas las radios dejaron de transmitir música en inglés y descubrieron el rock nacional, convirtiendo un temaangustioso como “Era en abril” en el hit del invierno, “El Hoyo” sintoniza a la perfección con este deprimente mes que acaba de comenzar. Tiempos difíciles.