OPINIóN
Crimen de Villa Gesell

Un mes sin Fernando

El Dr. Enrique De Rosa comparte su análisis sobre los hechos sucedidos la trágica madrugada en la que lo asesinaron.

Fernado Baez Sosa 12022020
Fernando Báez Sosa perdió la vida por la brutal golpiza que recibió. | Cedoc Perfil

El viernes 17 de enero de este año, un grupo de jóvenes, de chicos, se disponía a ir a divertirse a un “boliche”, a una “disco” diríamos hace unos años, antes llamábamos a este una “boite”, una caja, por lo cerrado y casi exclusivo del lugar, ya hace mucho. Reminiscencias o no, el lugar elegido se llama, y hoy ya es tristemente célebre “Le brique”, siguiendo el uso del francés un trágicamente premonitorio “el ladrillo”. Los ingresos al ladrillo son tarde y la escena ocurre en las primeras horas del 18 de enero de 2020.

Un músico, animador, dentro de Le brique invita a saltar, el pogo que llaman, en este episodio de descontrol controlado, son varios los participantes que lógicamente chocan entre sí. El alcohol sin duda ya está instalado en la mente de los participantes, permitiéndoles un grado de desinhibición que ayuda a la celebración, cada noche, todas las noches una pequeña ofrenda a Dionisio o Baco, pero claro eso es historia antigua y nadie recuerda ya los relatos que se convirtieron en cuentos y luego en mitos para luego desaparecer, pero sin embargo su poder permanece. De ese descontrol controlado, pautado, con reglas casi deportivas, participaban entre otros un grupo de 10 o más, factor que hoy será de creciente interés, jóvenes venidos de Zárate, amigos y compañeros aparentemente y exclusivamente para los demás de un deporte que compartían, el rugby, un combate controlado y con reglas muy estrictas también. Todo bajo reglas conocidas y aceptadas.

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El festejo, el partido para ese grupo, había comenzado y todos conocían las reglas, los roces formaban parte del juego, de la bacanal, de la fiesta, sin embargo, casi en una secuencia trágica un vaso se rompe y en un choque las reglas de juego parecen desaparecer súbitamente, el acuerdo queda anulado y algunos deben ser retirados del lugar. Ya antes los empleados de seguridad, los patovicas o los patos Vicca, según sería el origen del nombre por unos pollos doble pechuga alimentados con hormonas, retiran a los más exaltados y también al que fue agredido en especial por uno de ellos, de todas maneras, el grupo estaba compacto, sin duda la lógica del rugby estaba funcionando, y seguían al líder, quien sería el más difícil de retirar. Ya antes los pato..., perdón los empleados de seguridad, contarían que sacaron a varios más esa misma noche, en general no lo hacen de buenos modos, quizás no sea posible, quizás sea parte del juego compartido.

Al retirarlos del lugar el juego había terminado, en apariencia o según las reglas implícitas, sin embargo un grupo, en particular algunos, después durante este mes conoceríamos sus nombres profusamente, había quedado en el conflicto y había dado lugar a otras reglas más primarias que los habían trasladado a los orígenes de la bestialidad más primitiva de la horda primaria, y había encontrado una presa. Eran pasadas las 4 de la mañana.

Nadie sabe lo que puede un cuerpo...

La presa aparte era una sola, más pequeño físicamente, un joven de 19 años, estudiante de derecho, hijo de padres paraguayos instalados en Argentina hace ya muchos años. Sin embargo, el equipo, la manada, la horda, sabía cómo actuar y no dejarían la supuesta afrenta libre, y las reglas de la calle hacían que los límites de la cancha ya no existieran, ahora solo existían los propios, y éstos obligaban en un código tribal a un escarmiento, a demostrar quienes eran ellos, que este sujeto no había “comprendido” su superioridad social, ya que esto no era claro para ellos en su actuación sin la subjetividad individual debían luchar contra ella para ver si alguna vez los límites que darían forma a una personalidades se establecían.

Esta práctica de búsqueda en detrimento de otros y destruyendo lo que ya estaba destruido por dentro, la venían realizando desde hace tiempo, en terrenos que simplemente no tendrían nada que ver con el rugby sino con el delito. Como siempre las señales no fueron reparadas por quienes de alguna manera las conocían, de hecho, posteriormente infinidad de relatores nos contarían que “sabían” que esto pasaba. De la misma manera la horda se abalanzó sobre Fernando Báez Sosa y en una desproporción numérica y física y ante la regocijante debilidad de la víctima, se enardecía. Hay quienes aseguran haber escuchado alguien ordenar, incitar: “matalo”. Muchos videos, por nuestro tótem actual, los smartphones, nos mostrarían eso, sin embargo, impidió que mientras se filmaba se pudiera poner coto a la barbarie. La poca o nula resistencia de la víctima, aseguraba que el juego fuese muy atractivo, como todo aquel que lo repetimos una y otra vez conscientes de la retribución conductual. ¿Hubieran actuado igual con un grupo de 10 inmigrantes paraguayos habituados a largas horas de trabajo, o cinco al menos? No, sin duda, y esa ausencia de peligro, era regocijante, la recompensa segura.

La barbarie del verano: la barvariedad de los civilizados

“Matalo, me lo llevo como trofeo”, habrían dicho.

Y eso hicieron, no hubo una pelea, sino un sacrifico, una ejecución.

Otra más.

Hace un mes que hablamos de este drama social repetido, muestra de algo de todas las semanas y como siempre nos horrorizamos, pero consumimos la información sin podernos preguntar más qué artículos del Código Penal estarían en juego, infinidad de abogados o periodistas haciendo las veces discuten eso. Eso permite colectivamente no plantear el problema en su real dimensión, y al menos mantenerlo en el lugar que esta sociedad ha decidió.

El arrepentimiento que no llegó, análisis del Dr. Enrique De Rosa

Hay pecadores, criminales, locos, en todo caso los que salen de la norma y el resto de la sociedad es piadosa, ya que nada de eso tiene que ver con nuestro civilizado comportamiento. Curiosamente todo esto pasa en una región en un país que venera a un hombre que también fue juzgado, torturado y sacrificado, mientras los fariseos se regodeaban de su virtud.

Es poco probable que aprendamos o cambiemos algo, ya que como siempre fue otro y a nosotros nos está signado el comentar, filmar y señalar. Mientras tanto, las familias de los Fernandos cargan esa cruz el resto de sus vidas.

 

* Psiquiatra Forense- Presidente de la Asociación Argentina de Victimología.