Si fuera amigo de las teorías conspirativas (no lo soy, pero les presto atención porque la realidad puede ser maravillosa o sombría, pero es siempre sorprendente) diría que el actual escenario político pospaso -que se esfuerza por presentar a un peronismo que ya se está probando los atuendos y encajes para retornar al poder- no alcanza a disimular que más que una victoria de los kirchneristas, lo que está a punto de ocurrir se parece mucho, demasiado, a una victoria del supuestamente desaparecido Frente Renovador.
Siempre desde una perspectiva crudamente conspirativa, continuaría diciendo que daría la impresión de que en alguna zona oscura de la política se ha tejido un acuerdo gracias al cual quien se hace cargo del poder no es el o la titular de la corriente más representativa del peronismo, es decir el kirchnerismo, sino sus críticos internos, algunos de los cuales hasta hace apenas unos meses eran considerados enemigos irredentos y absolutos.
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Toda teoría conspirativa tiene mucho de ficción y delirio, al punto que los paranoicos suelen ser sus adherentes incondicionales, pero también un toque de descarnado realismo, en tanto supone que política y poder son lo mismo y que todas las mediaciones posibles no son más que engañifas o supercherías. Sabemos que las teorías conspirativas suelen ser delirantes, pero como la lógica del poder también suele ceder a la tentación de los más diversos delirios, conspiración y política pueden en cierto momento o en ciertas zonas de lo real, darse la mano.
Un esquema sencillo nos diría que toda realidad política se constituye con sus apariencias y sus profundidades. A veces coinciden, a veces no. A veces la verdad está en la superficie, a veces nada en las profundidades. Hoy las apariencias nos permiten observar que Alberto Fernández, Sergio Massa y Felipe Solá, entre otros y tantos, son las caras visibles del actual peronismo, del mismo modo que en otro momento, hace apenas un año, fueron las caras visibles del Frente Renovador.
Se dirá que en este Frente de Todos no están todos los muchachos y las chicas del Frente Renovador, pero es posible admitir que están casi todos. A los que se deberían sumara aquellos que hoy no están, aunque conociendo el “pragmatismo” peronista es muy, pero muy factible que no demoren mucho en sumarse a la causa, y hasta es posible que algunos ya se estén lamentando de no haberlo hecho en su momento, porque en estos menesteres de la política peronista el que llega primero tiene más derechos a reclamar los beneficios del poder que el que llega tarde porque se quedó dormido o porque estaba mirando para otro lado.
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Digamos que la denominada avenida del centro logró a través de un curioso gambito llegar al poder, o por lo menos a ocupar espacios estratégicos de ese poder cuando todos la daban por liquidada o reducida a un angosto sendero. El espacio abierto es tan promisorio que incluso habría lugar para Martín Redrado y el propio Roberto Lavagna, a quienes el señor Alberto Fernández ya les hizo los guiños y las señas necesarias para que sepan quién en esta vuelta tiene el macho de espada y las treinta y tres de mano.
Si en las apariencias todo parece indicar que el Frente Renovador está a punto de hacerse cargo del poder, en las líneas profundas también parece expresarse una tendencia parecida. Convengamos al respecto que las recientes declaraciones de Alberto Fernández están más cerca de los contenidos que expresaba Massa en sus buenos tiempos, que con las consignas que alientan los kirchneristas.
Digamos, a modo de apretada síntesis, que el kirchnerismo para acercarse a la presidencia ha tenido que ceder, aunque sea temporariamente, sus banderas y los principales sillones a los mañosos e intrigantes coroneles del Frente Renovador.
Aceptar el diálogo con Macri, advertir que no habrá default y que no se cerrará la economía, juntarse con Magnetto como si fueran amigos de toda la vida, advertir que si ganan no habrá venganzas y persecuciones, sugerir que se pagará al FMI sin dejar de presentarlo como “banca usurera”, son posiciones que tienen poco que ver con el kirchnerismo de paladar negro, y, sobre todo, con las palabras escritas en el libro “Sinceramente”.
Si esto fuera así, la consigna “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, podría muy bien traducirse: “Cristina al gobierno, el Frente Renovador al poder”. Imagino las objeciones a este Alberto Fernández aggiornado: “No hay que creerles”, “Son mentiras”, “Se enmascaran”, “Posan de democráticos para ganar elecciones, pero después van a venir por todo”.
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Puede ser. O por lo menos es una posibilidad, sobre todo conociendo el proverbial “pragmatismo” de nuestro populismo criollo. Puede que mientan o sobreactúen, pero lo que corresponde preguntarse es por qué mienten en esa dirección y no en otra. Verdad o mentira, farsa, tragedia o comedia, no deja de ser notable que el peronismo intente ganar estas elecciones agitando consignas que se parecen más a las del Frente Renovador que a las del kirchnerismo, tal como lo hemos conocido y tal como se manifiestan sus principales espadachines.
Esta identificación no excluye ambigüedades, oscilaciones que desde un hipotético centro político girarán, según las circunstancias, desde el kirchnerismo al menemismo, desde la derecha a la izquierda, desde el chavismo a Trump. Políticos como Fernández suelen ser indiferentes a ideologías, doctrinas o posiciones políticas permanentes. Esta suerte de cinismo político suele justificarse diciendo que la realidad con sus contradicciones y sinuosidades es cínica, motivo por el cual todo político que pretenda ser leal a su oficio o al principio de “La única verdad es la realidad”, debe adaptarse a esta exigencia.
Lo más sorprendente es que estos giros son consentidos por la Señora Cristina. Prudencia, buena letra, silencios sugestivos y aperturas que en otros tiempos hubieran sido consideradas insólitas. ¿Por qué ese cambio? No hay una sola respuesta a este interrogante, pero la más inmediata, la que conjuga pasión personal y pasión política es la que postula que la Señora advirtió que ya no había margen político para caprichos que condujeron a demasiadas derrotas. Ni tampoco hay márgenes personales, porque un capricho más y ella y sus hijos pueden terminar entre rejas.
Se sabe que de las decisiones políticas lo más difícil de eludir son las consecuencias. Y que la cárcel, en términos prácticos y simbólicos, es el peor destino para un político cuando esas rejas no son un castigo por haber luchado por un causa noble, sino la condena por haberse valido del poder para enriquecerse. Como se dice en estos casos: “El miedo no es sonso”.
La pregunta del millón en estos casos, es si cuando llegue la hora de la verdad el kirchnerismo aceptará dócil y sumiso que el poder se deslice desde el Instituto Patria al bar de Callao y Lavalle. Conociendo el paño, es posible que en caso de ganar en octubre, durante unos meses el romance entre unos y otros pueda simularse, pero en algún momento el conflicto se hará presente porque las diferencias son reales y prácticas.
Sería exagerado decir que los une el espanto pero mucho más sería suponer que están unidos por el amor. Como los protagonistas no pertenecen a la escuela diplomática de Viena ni son discípulos de Talleyrand, es probable que a la hora de los desencuentros el escenario se parezca más al del conventillo de La Paloma que al de los salones de alguna recoleta aula magna o algún histórico paraninfo de la UNL. Como dijera un viejo dirigente peronista: “Los compañeros cuando nos reunimos, no somos cardenales eligiendo al Papa, así que de vez en cuando un sopapo o un cuetazo se nos escapa”. Acomodarse en las butacas que la película recién está por empezar.
MC