En 1891 el pintor noruego Edvard Munch caminaba junto a unos amigos por un fiordo cerca de Oslo. Sin previo aviso, algo le sucedió que tuvo que apartarse a un costado del sendero a contemplar el paisaje. “El cielo se tiñó de rojo sangre, me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio - sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad”, escribe en su diario y agrega: “Me quedé quieto, temblando de ansiedad, sentí un grito infinito que atravesaba la naturaleza”.
De esa experiencia surge el famoso cuadro: El grito. Hoy en día, cuando contemplamos este lienzo, todavía sentimos aquella angustia existencial. La paradoja es que vemos a alguien atormentado emitiendo un alarido, pero que nos transmite un silencio absoluto. Una manera de describirlo podría ser: un grito ahogado de silencio.
Desde ahí partimos para pensar algunas preguntas: ¿Por qué es tan difícil darse cuenta si una persona cercana está sufriendo? Más específicamente -y con esto nos meto en nuestro tema-: ¿por qué nos resulta tan complejo ver o escuchar si alguien de nuestro entorno está apostando compulsivamente y padeciendo sus consecuencias?
Decimos que la ludopatía es una adicción silenciosa, porque a diferencia de las adicciones con sustancias donde hay claros indicios de la enfermedad (olor a alcohol, tambaleos, vómitos, estados de inconciencia, pupilas dilatadas, mandíbulas duras, etc.), dicha afección puede permanecer oculta durante mucho tiempo.
Incluso la persona misma que está atravesando el problema no lo reconoce: la enfermedad echa raíces, crece de forma sostenida y fuerte, las secuelas maduran gravemente, sin que pueda emitir ningún llamado de auxilio. Con el psicoanálisis, podemos pensar en una satisfacción muda que deja al sujeto sin lugar.
El entorno logra descubrir la adicción porque esa otra vida, que estaba silenciada, sale a la luz de forma abrupta, como un grito desesperado. Por ejemplo: aparece un acreedor reclamando el pago de una deuda. Algo que ocurre a menudo. Si bien en esta columna hablamos de adultos, cabe aclarar que hay casos de menores de edad que endeudan a la familia a escondidas para apostar o juegan cuantiosas cantidades de dinero, y que eso sólo puede darse porque existen sitios de apuestas ilegales.
Pero una vez que el ludópata traspasó todas las barreras de control, entonces, la familia, suele decidir acercarse a hablar del tema, y en ese momento se encuentra con fuertes resistencias.
Básicamente hay dos mecanismos que funcionan de forma sinérgica para que la persona afectada no reconozca su problema y no acepte ayuda. Por un lado, la ilusión de control: considera que se puede manejar el tema, que se trata de retirarse cuando se va ganando, o que puede dejarlo cuando quiera.
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Por otro lado, el pensamiento mágico: sólo hace falta una buena racha, un golpe de suerte, para ganar y solucionar los contratiempos, que serían las deudas.
Al encontrarse con estas barreras, una reacción habitual del entorno es sentir desazón, bajar los brazos o incluso creer que esta situación se puede resolver sola. Otra reacción es pagar las deudas, “dejarlo en cero”, y seguir adelante.
Es común que sucedan este tipo de cosas, porque no es una situación fácil de enfrentar. Hay dolor por sentirse dañado debido a las consecuencias de la adicción: “Me robó plata”, “Se jugó su sueldo”, “Destruyó nuestros sueños”. También culpa: “No pude darme cuenta antes”, “Lo hace porque no se siente feliz en su vida”, “No sé cómo ayudarlo”.
Un aspecto fundamental es pasar de la urgencia a introducir tiempo. Primero tenemos que saber que no se puede salir de esta problemática tomando decisiones desesperadas. Dejar una adicción es parecido a hacer un duelo. No se puede hacer un duelo, como la pérdida de un ser querido, de un día para otro. Se necesita un tiempo de trabajo, de elaboración de una pérdida, en este caso: el vínculo de dependencia con las apuestas.
Para poder realizarlo es fundamental ingresar en un proceso terapéutico que no sólo sea abstenerse de seguir apostando, sino también descubrir las raíces del asunto. ¿Por qué? Porque sino, por un lado, quedaría la semilla de la compulsión plantada en una tierra fértil que podría crecer en otro momento, ya sea de las apuestas o de otras afecciones. Por otro lado, para hacer nacer algo distinto es crucial un trabajo en el que se ponga en palabras aquel silencio que alimenta lo destructivo.
*Psicoanalista especialista en Ludopatía y Tecnodependencias