OPINIóN

Tres hurras por el Consenso de Londres

El Consenso de Londres afirma que "no hay buena economía sin buena política" y que ninguna economía o sociedad puede prosperar sin un "Estado capaz"

Bill Clinton
El gobernador de Carolina del Norte, Jim Hunt, presentó al candidato presidencial Bill Clinton en un acto en la Universidad Estatal de Carolina del Norte, en Raleigh, el 4 de octubre de 1992 | Wikipedia

WASHINGTON, DC – En 1999, miles de activistas desembarcaron en Seattle para protestar contra una reunión de la Organización Mundial del Comercio que convocaba a ministros de finanzas y de comercio. La “Batalla de Seattle”, como se la conoció, fue un shock para muchos demócratas, especialmente para quienes habían crecido bajo el evangelio del libre comercio. Después de todo, fue un demócrata, el presidente Bill Clinton, quien había defendido el “comercio libre y justo” y presidido la creación de la OMC, cumpliendo así el anhelo de la posguerra de crear una organización mundial de comercio que complementara al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial.

Los manifestantes de Seattle objetaban no solo la globalización del comercio, sino también el llamado “Consenso de Washington”: el término acuñado por el economista John Williamson en 1989 para las diez reformas de política económica que los funcionarios estadounidenses querían aplicar a países latinoamericanos en crisis. Mucha gente (aunque no Williamson) globalizó rápidamente ese consenso, promoviendo sus recetas como el remedio adecuado para cualquier país con problemas económicos. En todos los casos, la receta era básicamente la misma: disciplina fiscal, liberalización de los mercados, privatización, desregulación y apertura al capital global. Lamentablemente, el resultado también fue siempre el mismo: un corsé de austeridad que infligió un enorme sufrimiento económico a la gente común en los países endeudados.

Dado ese historial, economistas, activistas y responsables de políticas deberían prestar atención a una reciente publicación de LSE Press: El Consenso de Londres: Principios Económicos para el Siglo XXI. Editado por Tim Besley, Irene Bucelli y Andrés Velasco —exministro de Hacienda de Chile entre 2006 y 2010—, el libro reúne 17 capítulos escritos por economistas, profesionales de políticas públicas y politólogos de todo el mundo, sobre una amplia variedad de temas económicos y políticos.

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En lugar de intentar resumir todo el volumen (que puede descargarse gratuitamente), subrayaré su valor para cualquiera interesado en el futuro del capitalismo en este siglo. Los cinco principios centrales del libro son altamente relevantes para es­fuerzos globales destinados a renovar o reinventar la formulación de políticas económicas. El primero es la idea de que “no se trata solo del dinero: el bienestar es la clave”. Esto es algo radical viniendo de economistas de la corriente principal. En Economía 101 se enseña orgullosamente que los economistas se ocupan de aumentar el “tamaño de la torta”, principalmente mediante los mercados, mientras que distribuir la torta es asunto de la política.

Esa “separación entre equidad y eficiencia” fue un principio rector del Consenso de Washington. Los autores del Consenso de Londres, sin embargo, están dispuestos a mirar más allá del dinero como medida de felicidad. “La autoestima, el respeto, el estatus social y el reconocimiento público importan mucho”, escriben los editores. “Son importantes en sí mismos y no pueden descartarse desde una concepción materialista del bienestar”.

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Este giro intelectual se apoya en un conjunto de trabajos ganadores del Premio Nobel en economía del comportamiento y econometría. Hoy, esos trabajos orientan esfuerzos para desarrollar métricas más allá del PBI y el desempleo, y para medir una “economía del bienestar” en lugar de simplemente medir el crecimiento. Fue en ese espíritu que la primera ministra neozelandesa Jacinda Ardern introdujo un “presupuesto de bienestar” en 2019, y que Gales aprobó su Ley de Bienestar de las Generaciones Futuras.

Un corolario de este enfoque en el bienestar es otro principio del Consenso de Londres: los gobiernos deben contribuir a construir resiliencia frente a turbulencias e inestabilidad socioeconómicas. “Los responsables de políticas deben colocar la lucha contra todas las formas de volatilidad en el centro de sus preocupaciones”, diseñando políticas -incluidos seguros sociales- en consecuencia.

El Consenso de Washington se centró únicamente en los trastornos dramáticos provocados por inflaciones rápidas y elevadas, que generalmente seguían a inyecciones excesivas de dinero por parte del gobierno. Pero el Consenso de Londres reconoce que muchas otras fuentes de volatilidad pueden trastocar la vida de las personas: la pérdida de empleo, la enfermedad o la discapacidad, o sobrevivir a los propios ahorros jubilatorios. Todo esto puede generar “consecuencias graves para la salud y el bienestar” ante las cuales el mercado no puede -o no quiere- ofrecer seguros accesibles, por lo que el gobierno debe intervenir.

El Consenso de Londres también afirma que “no hay buena economía sin buena política”, y que ninguna economía o sociedad puede prosperar sin un “Estado capaz”. Estos dos principios están estrechamente relacionados. El chiste clásico sobre economistas dice que, ante el problema de cómo abrir una lata, comienzan diciendo: “Supongamos que tenemos un abrelatas”. La política, con su desorden y su imprevisibilidad, es ese abrelatas.

En lugar de ver la política como “la gran restricción que lleva a políticos obsesionados con su supervivencia e influidos por intereses particulares a impedir que los tecnócratas benevolentes apliquen la política económica ‘correcta’”, esos mismos tecnócratas deberían pensar en la política como “la gran habilitadora”. Una buena política puede conducir a una buena economía, porque la política persigue objetivos que incluyen “estatus, respeto y dignidad”, no solo recompensas monetarias.

Por supuesto, una vez que los gobiernos políticamente hábiles logran aprobar buenas políticas económicas y sociales, esas políticas deben implementarse y mantenerse. Puede sonar obvio, pero hay que recordar que la implementación requiere un Estado capaz, lo que a su vez exige instituciones honestas con funcionarios públicos que tengan el conocimiento y los recursos necesarios para hacer su trabajo.

Esta es una lección para todos. Aunque los autores del Consenso de Londres se enfocan en los países en desarrollo, la “Agenda de Abundancia” que está ganando fuerza en Estados Unidos también se preocupa por la capacidad estatal. El problema no es necesariamente la falta de recursos, dado que algunos países pobres logran educar a sus niños mientras otros no. Más bien, se trata de dónde y cómo deciden los gobiernos invertir los recursos que tienen, y si cuentan con el apoyo de prestamistas e inversores globales que entiendan el valor de los servidores públicos comprometidos y talentosos.

El pasaje del Consenso de Washington al Consenso de Londres refleja no solo un cambio económico, sino también geopolítico. En un momento en que Estados Unidos rechaza principios en favor del poder crudo, un grupo multinacional de economistas en Londres está prestando atención a cómo viven y sienten las personas reales. Esperemos que puedan llevar a más países de la austeridad a la prosperidad.

Anne-Marie Slaughter, exdirectora de planificación de políticas del Departamento de Estado de los Estados Unidos, es directora ejecutiva del think tank New America, profesora emérita de Política y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton y autora de Renewal: From Crisis to Transformation in Our Lives, Work, and Politics (Princeton University Press, 2021).

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