OPINIóN
momentos

Vivir en la dictadura, volver del exilio, reencontrar a desaparecidos

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Terrible. Era la situación en los “años de plomo”. Todas las noches se escuchaban gritos y disparos. | cedoc

Liliana González (profesora; compañera del pianista, compositor y director Gustavo Beytelmann, luego exiliados en Francia).

Ya hervía. Vivía en Florida, Vicente López. Teníamos un departamento en el séptimo piso. Me acuerdo que lo compramos porque, desde la ventana, los días que había sol, se veía la costa uruguaya; se veía Colonia. Y eso me encantaba. Ya en esa época, la situación era terrible. Terrible en el sentido de que todas las noches, ¡todas las noches!, escuchábamos gritos, ametralladoras, gente que gritaba: “¡Ayúdenme, ayúdenme!”. Nosotros nos acercábamos a las ventanas. Me acuerdo de que Gustavo me había dicho: “No prendas la luz!”, porque ahí éramos boleta. No veíamos a nadie, obvio, porque desde el séptimo piso estaba todo oscuro. Pero una o dos veces hemos encontrado cadáveres sobre la vía del tren. Estábamos al lado de la vía, en la estación de trenes de Vicente López, Florida, que iba a Retiro. (…) Le cuento una cosa que nos pasó. Gustavo no quería cortarse la barba; tenía barba y bigote. Muchos tenían barba y bigote en esa época. Era esa su imagen, lo conocían en la tele con barba y bigote. Para sacarse el pasaporte, tenía que cortarse barba y bigote. No te permitían, o si no un bigotito a lo militar… No se decidía. Aparte, era peligroso ir con pelo largo: barba, bigote, eras un estudiante… Una noche, teníamos que tomar el tren para volver a casa. Llegamos corriendo a Retiro y por el andén vimos que el último tren se nos había ido. ¿Qué hacemos? Era la doce y cuarto de la noche… Los Falcon negros, que iban de a tres adentro con las metralletas afuera, sin chapa, estaban por todos lados; pero sobre todo de noche… Tomamos un tacho, vamos a Florida, ya está. Teníamos plata para pagarlo. Ya era un gran lujo. De eso me di cuenta después. No íbamos en taxi todos los días ni mucho menos, pero podíamos pagárnoslo… Había gente que no tenía. Te quedabas sin el ómnibus, sin el colectivo, sin el tren y tenía que llamar alguien: “¿Puedo ir a tu casa a dormir?” Porque nadie tenía coche… De repente, veo a mi izquierda una sombra. Gustavo, mirando hacia adelante, me dice: “No mires, seguimos hablando.” El tachero nos mira por el retrovisor y seguimos charlando y yo veo un Falcón (al lado) de nuestro taxi. Sacan las metralletas y nos empiezan a apuntar… Yo no sé cuánto tiempo pasó. Íbamos por la avenida Libertador, hasta que en un momento el tachero dice: “Señores, yo no paso de la General Paz.” Nosotros vemos a 200, 300 metros adelante, el colectivo que iba a casa, que era el último también, y le dijimos: “Por favor, ¡llévenos hasta el colectivo!” “Yo, de la General Paz, no salgo.” Entonces, Gustavo me dice: “Apenas pare, larga la plata y salgamos rajando.” Con el Falcon al lado que nos estaba apuntando, con las metralletas a un metro y medio de distancia, por el costado, así, de una ventana a la otra, y Gustavo con barba, largamos la plata y entramos a correr y a gritar: “¡Espérennos!” Corriendo… Yo creo que me salían los pulmones. ¡No puedo decir lo que yo corrí! Y el colectivo que seguía avanzando, seguía avanzando…y yo decía: “¡Pero nunca más, no vamos a llegar, acá nos matan!” …Todo estaba oscuro. No había nadie en la calle. En esa época, a las dos de la noche, nadie estaba en la calle… Gritando, gritando y de repente vemos que el colectivo se para y espera. Llegamos corriendo. Estaba repleto: la gente iba colgada afuera porque era el último. Nos agarran así, nos hacen subir. Alguien me sienta. Yo no podía respirar… Nadie decía ni una palabra… Se ve que la gente, que estaba dentro del colectivo, miró para atrás, vio que íbamos corriendo, y que le gritó al chofer:” ¡Pare, colectivero, que hay gente que viene corriendo!” Nos hicieron subir. Inmediatamente dijo: “¡Métanse para adentro!” Cerró, a pesar de que había gente colgada, y dijo: “¡Todos para adentro!” … Todos agolpados así, caídos unos encima de los otros. Cerró las puertas y arrancó a todo lo que da… Abrió la guantera y dijo: “Los fierros, acá.” … La gente nos miraba… “No tenemos fierros.” Esas son las cosas que pasaban también. A él no lo revisaban. Si había una pinza, si la policía te paraba, la guantera del colectivero no la revisaban. Ésa era la solidaridad de la gente también. Alguien me pasó un poco de agua, otro me decía: “Cálmate, ya pasó, ya está, viste, los vimos.” … El tipo preguntó: “¿Hay alguien que se baja por acá? ¿No? Bueno, entonces meto pata.” Entró y no se paraba en las paradas: “Cuando alguien se quiera bajar, me dice.” Así que los colectiveros, también… Esa corrida… (…) Por primera vez, hace cuatro años, me volvió la imagen de esa corrida… en que yo sentía… a cada paso que daba, decía…: “¡Todavía no tiraron, todavía no tiraron, todavía no tiraron!” Yo estaba convencida de que nos iban a matar.

Juan Luis Buchet, periodista argentino-francés. 

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El día que aterricé en Ezeiza, sentía que algo iba a pasar. ¿Cómo va a ser? ¿Va a haber un choque después de tanto tiempo de tener una Argentina soñada o prohibida, cortada de mis raíces? Miraba por la ventana: ¡Ezeiza, los árboles…Ah! Sí, está todo pareciendo igual. Bueno. No pasó nada. Pasaron diez años. ¡Diez años! Me emocioné muchísimo. Fue muy fuerte. Y después, ya estás ahí: Ezeiza, las costumbres, al final, las cosas habituales… Como si me hubiera ido ayer.

Eric Domergue, hermano de Yves, uno de los 24 franceses desaparecidos en Argentina durante la dictadura.    

Llegamos al Bosque de la memoria. Este es uno de los grandes parques que hay en Rosario; se llama Scalabrini Ortiz. Hay un sector que es el Bosque de la memoria propiamente dicho, que son árboles que fueron plantados en homenaje a los desaparecidos en general y varios árboles en homenaje a algunos desaparecidos en particular. Pero el único que contiene restos, en este caso las cenizas de Yves y de Cristina, es el timbó que tiene la placa donde están señalados los nombres y las circunstancias de las desapariciones. Así que están integrados acá, a este parque, a este bosque, e integrados también a esta ciudad donde se conocieron, donde militaron juntos poco tiempo, pero militaron juntos. Se amaron, fueron pareja hasta que los mataron acá mismo en Rosario. Eso fue la decisión que nos llevó a las dos familias, la familia de Cristina Cialceta Marull y la familia de Yves a que, ya que estuvieron juntos, no solo hasta la muerte sino hasta el reencuentro, entonces que sigan juntos también acá en este Bosque de la memoria. El 7 de agosto del 2010 fue la ceremonia y plantamos el árbol. Esa tarde estaba lleno de gente, muy bien acompañados, amigos, compañeros y algunos funcionarios de la ciudad o del gobierno de la provincia. Desde entonces, lo que era un arbolito, un tronquito con dos hojitas, se convirtió en flor de árbol, alto, fuerte. Y la satisfacción de saber que está bien, torcido porque es proprio del timbo y además por el viento que corre por este parque. Así que le dimos vida a la muerte, de alguna manera.

*Fragmentos de su libro Resiliencia.