Estamos en crisis. Todos los indicadores se derrumbaron. Los índices de empleo, los económicos y seguramente cuando al final del año el World Economic Forum (WEF) publique el Gender Gap Report 2020 la brecha económica de género se habrá detonado, más aún de lo que ya estaba.
El WEF mide cada año cuatro ejes fundamentales para medir brecha de género sobre 153 países en todo el mundo. Brecha económica, participación política y acceso a la educación y a la salud, son los cuatro ejes del informe. En el último reporte en diciembre de 2019 faltaban 257 años para que la brecha económica de género se cerrase, 49 años más que el año anterior.
Sólo en Latinoamérica, durante mayo, junio y julio 2020, el 20% de las personas perdieron sus empleos, según un informe reciente de Naciones Unidas y entre las mujeres perdieron más empleo las que estaban a cargo de niños y adultos mayores.
Este dato muestra claramente que aún la mujer está estereotipada como la responsable de las tareas de cuidado y domésticas. Una expresión indiscutible del sistema cultural en el que vivimos, un rol que no tiene más fundamento que una expectativa de la cultura y no una condición natural de la mujer, por tener un cuerpo capaz de gestar, parir y lactar.
Si persistimos en no desafiar las normas culturales que se transforman en comportamientos naturalizados, nada cambiará. Este modus operandi privó al mundo de nuevas ideas, que sin lugar a dudas el mundo necesita para salir de la crisis y comenzar a crecer de nuevo.
El ingreso de las mujeres no sólo al mundo laboral, sino a lugares de poder, no implica sólo justicia, sino un incremento de la productividad y la generación de nuevas ideas que cambien el círculo vicioso de la cultura androcéntrica.
Quienes mueven la economía del mundo generando trabajo y sobre todo en nuestro país, deben preguntarse por qué solo el 10,3% de los lugares en los directorios son ocupados por mujeres, por qué aún no se llega al 50% o por qué en el mundo solo el 6% de los CEOs son mujeres, incluso en industrias cuya composición general es de mayoría mujeres.
El acceso de las mujeres a lugares de poder y al mudo laboral en las mismas condiciones que los varones, no se producirá naturalmente y más aún cuando meritocracia y género se presentan como dos cuestiones no compatibles.
La meritocracia es un sistema de gobierno que en el ámbito de las organizaciones supone que las personas más cualificadas ocupan los lugares de mayor jerarquía y poder. Esto implica igualdad de oportunidades y esfuerzo personal. El problema no es la definición en sí misma, sino cómo se lleva a la práctica. Las reglas del mundo laboral están definidas por la cultura androcéntrica y las mujeres tuvimos que adaptarnos a ellas. Pero como este sistema cultural no integra el eje femenino (según su definición tradicional) sino que valora sólo lo masculino, el resultado no solo es la falta de mujeres en lugares de poder, sino en qué condiciones las mujeres estamos en ese mundo, definido solo por una sola mirada.
La resistencia innata de los seres humanos a la diversidad y a eliminar todo aquello que no sea “igual a mí” es una de las explicaciones de por qué las mujeres no accedemos a igualdad de oportunidades. Quizá sea una forma diferente de ver el mundo, una manera distinta de llegar a los resultados.
Un buen ejercicio para los líderes de las organizaciones es preguntarse: cuáles son los valores fundantes de la organización, cuál es la definición de esos valores, cuáles son las características que deberían tener las personas fundamentales para que lleven esos valores a la acción y quiénes entran y no en esa definición. Seguramente les sorprenderán las respuestas y quizá sea el inicio de un replanteo profundo relativo a la igualdad de género y por fin se integren a la conversión.
* Emprendedora, Creadora de Alabadas.com, especialista en Innovación Cultural con perspectiva de género.