La Iglesia se permite ciertos matices, entre tanta verticalidad centenaria. Mientras Francisco vuelve cada vez más explícita su antipatía hacia el Gobierno, con especial mirada crítica sobre la política social, la conducción del Episcopado ensaya gestos de autonomía y disconformidad con algunas decisiones papales: por caso, la reunión que mantendrá con Hebe de Bonafini. El Gobierno a su vez pretende aprovechar esa minigrieta eclesiástica, en un intento por aislar a Francisco y limitar su rango de influencia.
“Creo que más allá de las cosas que nos gusten o no, entendamos que la tarea del Papa es espiritual y evangélica, no política partidaria”, señaló días atrás el jefe de gabinete Marcos Peña. Lo hizo, tal su perfil techie, en un mensaje que publicó en Facebook y tituló “El Papa y Hebe”. El estratega macrista buscó así despolitizarlo y, sobre todo, desargentinizarlo.
La carta de Marcos Peña llegó cuando la opinión de Francisco sobre el PRO, en un principio librada a una puja de interpretaciones, se hizo más áspera y evidente: en un encuentro reciente con un grupo de jóvenes de la Pastoral Social porteña, el Papa repitió su comparación entre el clima político actual y el posterior al golpe de 1955.
La fundadora del comedor Los Piletones, Margarita Barrientos, denunció que el Papa no la recibió “por cuestiones políticas”. Sin embargo, ayer Francisco aclaró que nunca estuvo al tanto de la visita, según le confió al sacerdote de Buenos Aires, Fabián Báez, en una conversación telefónica. El propio Peña blanqueó en su post que “muchos sienten que son demasiados gestos para un lado y pocos para el otro”. Se trató de un planteo más desafiante que el que había hecho la canciller Susana Malcorra: “Francisco es argentino, pero ahora es jefe de Estado”.
Dentro de ese vínculo friccionado, arrastra a toda la Iglesia hacia una postura casi helada ante el Gobierno. Francisco y la jerarquía local, sin embargo, muestran dos velocidades distintas.
En la reunión que la cúpula del Episcopado mantuvo con Macri en Olivos, el tono fue bastante más amigable que el del encuentro a cara de perro que el Papa había tenido con el Presidente. Los obispos pidieron la cita y, al mismo tiempo que Peña difundía su carta, entregaron el documento “El Bicentenario. Tiempo para el encuentro fraterno de los argentinos”. A diferencia de textos anteriores, en éste tuvo mínima injerencia el director de la Pastoral Social, Jorge Lozano, uno de los interlocutores papales. La ausencia de Lozano se evidenció en el resultado: un enfoque crítico, pero más perfilado hacia lo doctrinario que a lo social.
Desde el Episcopado confirman que casi no hay diálogo institucional entre el Papa y el grueso de los obispos. Los embajadores “informales” de Francisco son: el rector de la UCA, Víctor “Tucho” Fernández, el obispo Lozano (en junio coordinará un encuentro con movimientos sociales, incluida la Tupac Amaru) y un heterogéneo grupo de civiles (el legislador Gustavo Vera, el militante social Juan Grabois y la periodista Alicia Barrios).
Lejos del equilibrio que ensaya la jerarquía, los Curas en Opción por los Pobres (leales a Francisco) muestran los dientes. Y no sólo contra el Gobierno: “Nos duele el silencio ominoso de los obispos ante la actual situación”.
Amor y furia: de Lilita a Hebe
Con cita agendada para el 27 de mayo en El Vaticano, Hebe de Bonafini se sumó a la larga lista de dirigentes que cambiaron de opinión respecto al Papa. En honor a su carácter explosivo, la modificación fue radical. En 2007, la jefa de las Madres de la Plaza de Mayo afirmaba que Jorge Bergoglio era “fascismo” y representaba “la vuelta de la dictadura”. Ahora, al calor de los planteos cada vez más críticos del Papa hacia el Gobierno, Bonafini revirtió aquella mirada. Pero no es la primera en hacerlo: casi todo el kirchnerismo archivó sus históricos cuestionamientos a Bergoglio. Y ahora el macrismo recorre el camino inverso: del respeto, a la indiferencia o el enojo. En la campaña de 2013, antes de su actual dureza, Elisa Carrió empapeló la Capital con carteles que la asociaban al Papa. Abajo de un enorme “Lío” (en alusión al pedido de Francisco), figuraba el nombre de Carrió y un ruego: “¿Y si ahora la ayudamos?”.