Claudio Bonadio, el juez que más dolores de cabeza causó en las últimas semanas al Gobierno, es uno de los hombres clave para entender la dinámica entre la Justicia y la política.
Sus amigos le tienen devoción y cariño; es detestado por sus contrincantes y “víctimas” de su supuesta “arbitrariedad”. “Trabajador”, “inteligente”, “caprichoso” y “temperamental”, lo definen tanto amigos como enemigos. Este juez peronista pidió la detención de Ricardo Jaime y esta semana procesó al secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, por supuesto abuso de autoridad.
Aquel mediodía en que Moreno fue indagado dijo que el juez no le hizo ninguna pregunta. Sólo lo escuchó y lo dejó ir. La decisión sobre Moreno estaba tomada hacía rato.
Mientras varios de sus colegas admiten que esperan que pase octubre para llamar a indagatoria a distintos funcionarios o procesar a otros que ya fueron indagados, Bonadio apretó el acelerador y puso quinta. Colocó al Gobierno en aprietos y sus decisiones resultaron favorables para su amigo Sergio Massa. Un año atrás, este escenario “bonadístico” hubiese sido impensado.
En 2012, decidió no imputar al ministro Julio De Vido en la causa por la tragedia de Once. En 2010 y 2011, sobreseyó a dos de los secretarios privados de la Presidencia K por supuesto enriquecimiento ilícito. Desde hace años no llama a indagatoria al vice, Amado Boudou, en una causa por un supuesto auto trucho, entre otros casos. Pero con el cambio de escenario político, el contexto judicial mutó.
Bonadio colecciona lapiceras, practica tiro y caza y fue secretario de Carlos Corach, su trampolín para ingresar en la Justicia Federal. En su última declaración jurada, enviada a la Asociación Civil por Igualdad y Justicia (ACIJ), Bonadio declaró poseer 40 mil pesos en armas de puño y hombro, una cifra que sorprendió, por su modestia, a un experto consultado por PERFIL. Su arma más simbólica es aquella Glock que le regaló el ex montonero Rodolfo Galimberti, con quien practicaba tiro en Belgrano.
En 2006 escribió una monografía sobre unidades especiales en las distintas fuerzas de seguridad, halagada por su maestro de tiro, Ricardo Río.
El ex ministro de Economía Domingo Cavallo lo incluyó en la famosa “servilleta” en la que Corach habría anotado a los jueces que le eran fieles. No bien asumió como juez federal, le asignaron un despacho diminuto en el Palacio de Justicia. Entonces, los juzgados federales todavía no estaban en Retiro. Enseguida dejó de pasar desapercibido. En el Palacio aún recuerdan cuando todavía no había tenido oportunidad de actuar como juez de turno y ya había intimado por escrito a la Corte Suprema menemista –con la que mantiene buenos vínculos– a que le asignaran un teléfono celular, entonces beneficio de pocos en la Justicia.
Otra anécdota pinta su temperamento y su relación con sus superiores, en este caso la Cámara Federal. El juez tenía dos causas por falsificación de documento público. En una procesaba al imputado, en otra lo absolvía. Ambas causas fueron a Cámara. La dos salas, I y II, fallaron de forma contradictoria. Bonadio los citó a un plenario instándolos a que se pusieran de acuerdo. Los camaristas se enfurecieron. El hecho era inédito.
Más de cincuenta denuncias
Entre 2000 y 2012, Bonadio afrontó 47 causas en su contra en el Consejo de la Magistratura, órgano encargado de controlar a los jueces. Todas fueron desestimadas. Eran por presunto mal desempeño de sus funciones, incumplimiento de los deberes de funcionario público, amenazas, violación de las garantías constitucionales, manipulación de la investigación e incumplimiento de las garantías de defensa en juicio. También fue denunciado por supuestamente dilatar y evitar ahondar en causas de corrupción en las que se investiga a funcionarios públicos o empresarios amigos del poder. La causa por la tragedia de Once le costó tres denuncias más y la de Ricardo Jaime, otra más.