Con la mira puesta en lo que ocurra hoy en Ecuador, donde el Gobierno tiene a su candidato preferido en las elecciones generales, el presidente Alberto Fernández apuntala su proyección internacional. Un perfil que le gusta explorar, pensando más allá de la región, y una agenda en la que se mueve mucho más cómodo que frente a las fricciones domésticas. Si el economista correista Andrés Arauz se consagra en primera vuelta, lo presentarán como otro acierto de la geopolítica del Frente de Todos.
Entre foros virtuales –Cumbre de Adaptación Climática, Davos y Puebla–, la gira de dos días al vecino Chile y múltiples diálogos bilaterales con algunos de los principales líderes, la política exterior predominó en las labores de Fernández a lo largo de las últimas dos semanas. En la Casa Rosada están convencidos que todo es ganancia en ese campo. Incluso que “los mejores goles del Gobierno” provinieron de su agenda externa, empezando por la renegociación de la deuda con los privados y la apuesta por el asilo a Evo Morales para apoyar el retorno de la democracia en Bolivia.
A título general, en el Ejecutivo presentan la política internacional de Fernández como la “construcción de un multilateralismo solidario y pragmático”. Otros la llaman “la tercera vía, también frente al mundo”. Por supuesto, no escasean quienes todavía miran hacia el eje con México con un tono romántico o las voces más duras del Frente de Todos que leen cualquier votación contra Venezuela como una traición. Forma parte de la genética de la coalición con la que debe lidiar a diario.
Pero en el Gobierno nadie duda que la fortaleza del Presidente radica en eludir los sesgos y entonar un discurso franciscano con énfasis en la cooperación y, últimamente, el ambientalismo. De allí que hable con el ruso Vladimir Putin sin que esto le impida conversar media hora con el entonces presidente electo Joe Biden, aunque luego Moscú y Washington crucen amenazas. Se mensajea con el chino Xi Jinping y, a la vez, comparte sendas videoconferencias con las cabezas de Europa, la alemana Angela Merkel y el francés Emmanuel Macron. Y de todos recolecta apoyos para su próximo gran desafío: cerrar un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
Por momentos, en la Casa Rosada, sobrevuela la sensación de que algunas veces Fernández se olvida que es presidente en tanto puede recibir y pasar una hora y media escuchando a representantes de una cooperativa cordobesa, chateando con un ciudadano que consiguió su teléfono y le pide resolver un problema familiar y hablando largo tiempo en las reuniones del Grupo de Puebla donde el único jefe de Estado que participa es él. Considera que ese debe ser su rol pero parte de su equipo busca convencerlo de lo contrario. Por lo pronto, en la última cumbre del foro progresista se excusó de participar en vivo y compartió, en cambio, una grabación de siete minutos.
Así y todo, quienes rodean al mandatario ponderan la consolidación de su figura en la región. Buscan internacionalizar esa imagen de Fernández que fue su gran capital para ganar la elección en 2019: la de un candidato capaz de dialogar con todos en Latinoamérica. “Alberto habla con (el boliviano) Luis Arce pero Arce no habla con (el uruguayo Luis) Lacalle Pou. Alberto también habla con Lacalle Pou”, ilustra un funcionario vinculado al área.
Esta disposición para conversar con unos y otros lo posicionó a Fernández ante los ojos de Europa en temas como la crisis venezolana. En el Ejecutivo confían que funcione del mismo modo con Estados Unidos.
“Venezuela es todo lo que ven hoy cuando miran a Latinoamérica”, afirma otro funcionario y rememora unas palabras que el entonces presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, le dijo a Barack Obama cuando el estadounidense le reconoció que él no podía dialogar diplomáticamente con Irán como lo hacía el sudamericano. “Lo mejor es no dejarlos solos”, le explicó. Tal es el enfoque que el Gobierno trabaja con España, Francia, Chile, República Dominicana, Perú y otros respecto a Caracas.
La recomposición del vínculo con su canciller, Felipe Solá, en la previa de su gira por Santiago, también ayuda a que la pata internacionalista del Gobierno –ramificada en varios gestores– se ordene un poco más. Esto no altera que el grueso de la diplomacia presidencial siga manejándose desde la Rosada, donde el secretario de Asuntos Estratégicos, Gustavo Béliz, pisa fuerte. Luego, siempre hay un margen para los imprevistos de Fernández, como una cena privada fuera de agenda con sus amigos Carlos y Marco Enríquez-Ominami en la casa del segundo, acérrimo enemigo de Sebastián Piñera, en plena visita de Estado al país vecino.
El tuit del domingo pasado, poniendo el foco en un potencial fraude en las elecciones ecuatorianas, también forma parte de esos equilibrios. Un guiño a Puebla y al ala más progresista dentro de su Gobierno. Algunos de esos funcionarios, como la coordinadora de Cascos Blancos, Marina Cardelli, están en Quito como observadores electorales. También los legisladores del Parlasur Oscar Laborde, Mario Metaza y Pablo Vilas, propuesto como embajador ante ese país sin que el gobierno de Lenin Moreno respondiera nunca el placet.
Hacia adelante, la agenda externa guarda varios desafíos. Un posible encuentro personal con el brasileño Jair Bolsonaro en marzo; una foto con Putin ese mismo mes y hasta una gira a China. “Y cuando quiera Biden que nos llame que vamos”, bromean en un despacho de Casa Rosada, con algo de cierto: el embajador en ese país, Jorge Argüello, concentra gran parte de sus esfuerzos en conseguir que sea el primer sudamericano en concurrir. Todo sujeto a los avatares de la pandemia porque, en lo que respecta a Fernández, ya le tomó el gusto a ese rol de internacionalista.