Alberto Fernández debutó en su nuevo rol de líder del progresismo latinoamericano con gestos y un discurso de poco más de diez minutos con mensajes multidireccionales: un cerrado respaldo político a Evo Morales, frente a las protestas y motines que ponen en jaque su gobernabilidad; una abierta condena al lawfare (ver página 6), la supuesta guerra judicial con la que, según se sostiene, los poderes de turno persiguen a referentes opositores para silenciarlos; y un compromiso de reconstruir la integración regional basada en la igualdad con el Grupo de Puebla como plataforma política.
“Estoy muy feliz de que exista el Grupo de Puebla. Porque va a ser la voz que se levante para contar lo que pasa en América Latina y de donde salgan los dirigentes que van a poner a la región de pie. Podemos hacerlo porque los grandes hombres no solo nacieron en el siglo XIX, también nacieron en el XX. Con más confianza que nunca, vamos a cambiar esta América Latina”, arengó el mandatario electo.
Un día después que todo fuera optimismo por la liberación de Lula da Silva y una sensación de victoria acompañara la cena de protocolo en el Café Las Palabras, el reducto cultural del dirigente peronista Eduardo Valdés en el barrio de Almagro, el clima cambió radicalmente en el encuentro en el Hotel Emperador. El motivo eran las noticias que llegaban desde Bolivia, donde Morales volvió a denunciar que se orquestaba un golpe de Estado en su contra. Desde la habitación en el piso 20 donde se recluyó Fernández luego de su discurso de apertura, el presidente electo se comunicó por teléfono con el vecino del Altiplano para expresarle su respaldo, en su primer gesto presidencial como líder del Grupo de Puebla.
“Lo que ocurre en Bolivia es que hay una clase dominante que no se resigna a perder el poder en manos de un presidente que es el primer presidente boliviano que se parece a los bolivianos. Eso es todo lo que pasa”, había manifestado Alberto en su mensaje de apertura, unas horas antes. Ariel Basteiro, ex embajador argentino en La Paz que estuvo presente en la primera sesión de diagnóstico sobre cada uno de los países, fue convocado de nuevo al hotel con un llamado de Carlos Tomada. De pronto, Bolivia pasó a acaparar la segunda sesión de la jornada, ya sin Fernández, para debatir posibles vías de apoyo a Evo luego de que el presidente colombiano, Ernesto Samper, también hablara con él y Morales le expresara que “estaba en control de la situación”.
Ese espíritu de lazos personales es el que el presidente argentino electo describió cuando habló de la reconstrucción de la integración con el espejo de lo hecho en la década pasada. Alberto recordó al fallecido Marco Aurelio García y los puentes que tendieron con Carlos Ominami –padre de Marco– y los uruguayos Gonzalo Fernández y Rafael Michelini para facilitar la solución de los problemas. “Si uno quiere al otro, es muy fácil hacer política con él. Si uno se entiende con el otro, es muy fácil. Y esa regla la apliqué toda la vida”, comentó.
Quizás por ello se mostró conciliador con el chileno Sebastián Piñera, aunque no indulgente, y prometió que volvería a conversar con él en los próximos días. “Quisiera que Chile recupere su paz. Quiero mucho al pueblo chileno. Quisiera que el presidente Piñera haga un esfuerzo mayor porque Chile lo está reclamando. Porque ese es el modo de alcanzar la paz en Chile”, puntualizó Alberto. Y hasta para referirse a Brasil evitó la confrontación con Jair Bolsonaro y subrayó que “la unidad entre Brasil y Argentina es indisoluble. Ningún gobierno de coyuntura puede romperla. Nada la va a romper. Vamos a seguir trabajando por la unidad porque ese es el eje en América del Sur.”