Desde la prisión, Lázaro Báez envió un mensaje: podría cambiar de estrategia, contratar otros abogados y ofrecerse como testigo protegido. En el Gobierno y en los juzgados federales tomaron nota. Pero Báez tiene un gran problema para transformarse en un arrepentido: cómo hablar sin comprometer aún más a su hijo, Martín Báez, quien aparece en cada documento que se desempolva.
Cuando Báez enfrentó la detención, desde un núcleo muy reservado del kirchnerismo le habían enviado mensajes de tranquilidad con la promesa de que la estadía sería corta. Ya cayó en la cuenta de que las garantías de libertad se deshilacharon en el aire. Ni el juez Sebastián Casanello ni el fiscal Guillermo Marijuan van a incinerar sus carreras en su nombre. La presión política ahora va en sentido contrario a lo que ocurría en tiempos del kirchnerismo. La sala II de la Cámara Federal y el titular de la Corte, Ricardo Lorenzetti, ya avisaron secretamente que impedirán que la causa se duerma. La atención pública no cesa. Y al romperse el cerco, las pruebas comenzaron a envolver a Ricardo Echegaray, por las denuncias de encubrimiento en la AFIP frente a la fábrica de facturas truchas usadas para blanquear dinero negro, y a José López (Obras Públicas) y Julio de Vido, por el sistema de sobreprecios.
Todavía no trascendió quién llevó en aquellos tiempos a Angel Toninelli al primer lugar de a Dirección General Impositiva. Las consecuencias se extienden como una mancha de aceite.
El futuro se esconde en la defensa de Lázaro Báez. Poco antes de ser detenido, sus abogados renunciaron frente a la inminencia del cataclismo. Así se marcharon Gabriel Gandolfo y Nicolás Guzmán, quienes en nombre del penalista Pablo Medrano representaban a Báez. Nunca se supo, pero fue tal el desconcierto de aquellas horas que llegó a estar dos días sin abogados, a un ápice de que se venciera el plazo para que la Justicia le impusiera un defensor de pobres y ausentes. Ahora, si se inclina por un abogado como Fernando Burlando, con quien ya tuvo contactos, el futuro deberá leerse en clave de resistencia y silencio. Si se encamina por un estudio tradicional de la Justicia Federal, el horizonte insinuará oferta de arrepentimiento y confesión. Lo que ya no tiene es margen para el disimulo.