“Yo juro ante Dios porque es el único juez en el que creo”, dijo la hermana María apenas se sentó ante el juez Daniel Rafecas. En una sala contigua de los tribunales, esperaba su turno la hermana Marcela. Llegaron a Comodoro Py 2002 vestidas de religiosas, la única prenda que tienen desde que renunciaron a sus posesiones, cuando tomaron los hábitos. Hacía meses que no pisaban la calle. Marcela, la más joven, había salido sólo para votar, en noviembre pasado. La más anciana, María, hace veinte años que es monja de clausura, ya no vota y sólo tuvo que retirarse del monasterio para ir al hospital porque sufre de los bronquios.
Pero la clausura de María Antonia Casas, de 76 años; y Marcela Estefanía Albin, de 38, no sirvieron ante la obligación legal de ser testigos de la detención de José López, el secretario de Obras Públicas kirchnerista que apareció en la madrugada del 14 de junio con casi nueve millones de dólares y un rifle.
“Al señor José”, como lo llamaron, lo vieron dos o tres veces desde que están en el convento. A veces con su esposa, Ana María Díaz, también imputada. Solían donarles comida y ropa. Y siempre hablaban con el obispo Rafael Di Monte (fallecido en abril pasado) y la madre Alba, de 95 años, jefa del convento. Como Marcela era la cocinera, sabía cuándo iba a venir “el señor José” porque la superiora le mandaba preparar scones.
En la noche del 13 de junio, Alba les avisó que José iba a venir. Aunque ya habían terminado de rezar, se quedaron despiertas esperándolo. A las doce de la noche, la superiora las mandó a dormir porque era tarde y ya no vendría. Ninguna imaginó que a las 3 de la mañana las sorprendería el timbre. “Atendí el portero eléctrico y el policía me explica que el vecino de enfrente había visto a un hombre que había saltado el portón con bolsos para adentro –dijo María–. Entonces le dije que me espere un momentito, fui al interno que está en el comedor y llamé a la madre Alba para avisarle que estaba la policía. Me atendió y la madre Alba me dijo que abra el portón ‘porque José se va’. Ahí me enteré yo que estaba José en el interior del Monasterio”.
Tras aparecer con los bolsos, López “fue directo a ver a la madre Alba”, contó Marcela. Un rato despué, “me llamó por el interno, para pedirme que le lleve scones”. La detención de López la vio por el visor del sistema cerrado.
Como al pasar, la hermana Marcela lamentó que el obispo Di Monte nunca hubiera hecho los papeles que la convertían en monja, y el juez Rafecas la consoló recordándole que su compromiso era con Dios, contaron a PERFIL testigos de la audiencia. Ambas coincidieron en que no conocían el contenido de los bolsos. Hubo una contradicción menor sobre el momento en que habían visto el rifle, así que se enfrentaron en uno de los careos más respetuoso que se recuerden en tribunales.
Subrayaron que nadie le pedía explicaciones a la madre Alba sobre sus decisiones y que tampoco sabían quién era “el señor José”. El delicado estado de salud que enfrenta la madre superiora la salvó de una indagatoria. El obispo Di Monte se llevó sus secretos a la tumba, salvo por los documentos que se encontraron en la inspección ocular al convento. La que no podrá escapar es la hermana Inés, asistente directa de Alba, citada como acusada de encubrimiento para el 1º de agosto.