El secuestro del periodista Herbin Hoyos Medina, en 1994, duró sólo 17 días. Comparado con los rehenes que este año cumplen una década en cautiverio, puede decirse que tuvo suerte.
Fue liberado tras una gigantesca operación del ejército colombiano, que durante más de dos semanas intentó cercar al grupo guerrillero que lo tenía como rehén. Eventualmente lo lograron, en una embestida que se cobró la vida de cuatro miembros de las FARC.
Hoy, sin embargo, los familiares de los rehenes se oponen tajantemente a la llamada “opción militar”. ¿Por qué? “En el momento de mi secuestro, las FARC no tenían la orden de matar a los secuestrados” ante una incursión del ejército, explicó Hoyos Medina. “Eso vino después, luego de que fracasaran las negociaciones con el ex presidente Andrés Pastrana. Hoy, entre los guerrilleros la orden es explícita”, afirmó.
El debate en torno al rescate de los rehenes es un tema clave del escenario político colombiano y es el punto más importante del enfrentamiento entre el gobierno de Álvaro Uribe y los familiares de los secuestrados.
Durante los primeros años al frente del país, Uribe insistió en que una ofensiva militar era la única manera de recuperar a los secuestrados. Los familiares, sin embargo, insisten en que un canje humanitario –de rehenes por guerrilleros presos- es la única posibilidad de recobrar con vida a sus seres queridos.
Pero el grupo de “canjeables” sólo incluye a cerca de 50 rehenes, todos ellos “secuestrados políticos” y no soluciona el problema para los miles de secuestrados que no forman parte de este grupo de elite.
Eso sin tener en cuenta que, durante el último año, quedó demostrado que llegar a un acuerdo no será fácil: las FARC exigen la desmilitarización de los municipios de Florida y Pradera para comenzar a negociar, condición a la que el Gobierno se niega tajantemente.
“Para mí no hay duda de que la solución tiene que ser negociada. La participación de los gobiernos de Francia, Suiza y varios países latinoamericanos” ofrece una ventana de posibilidad, afirmó Hoyos Medina.
Pero para la guerrilla los rehenes políticos –con Ingrid Betancourt como estandarte- son un tesoro invaluable: no solamente les garantizan la atención del mundo, sino que además les proporcionan una herramienta de negociación con el Gobierno.