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A 50 años del final

Así se consolidó Carmen Polo, esposa de Franco, como ‘la dictadora del dictador’ y figura central del franquismo

La artífice de un clan familiar que manejó muchos de los hilos de la sociedad franquista desde el Palacio de El Pardo. Su influencia, aunque sin estatus institucional formal, fue determinante en la política y la vida cotidiana del régimen, dejando un legado difícil de ignorar.

Francisco Franco y Carmen Polo
Presencia de Francisco Franco y su esposa, Carmen Polo, en una celebración litúrgica en la iglesia de Santa María | Kutxa Fundazioa

La tarde del último día de enero de 1976 amenazaba la lluvia en la localidad madrileña de El Pardo: un cielo color ceniza, acompañado de ráfagas de viento húmedo y frío, servía de telón de fondo a una escena de gran trascendencia histórica para el futuro de España, que intentaba dar los primeros pasos de una nueva era. Aquel día, los Franco abandonaba el palacio que había sido residencia oficial del fallecido jefe del Estado, Francisco Franco, y su familia.

Autoproclamado Caudillo y Generalísimo de todos los Ejércitos, el dictador que había concentrado un poder casi absoluto durante casi cuarenta años, había muerto apenas dos meses y once días antes, dejando tras sí un país lleno de incertidumbre política y social. Su viuda, Carmen Polo y Martínez-Valdés —la Señora, como la conocían todos desde su llegada al palacio— dejaba por fin las instalaciones que en décadas habían sido el epicentro de su influencia.

Por espacio de setenta días, doña Carmen se dedicó a empaquetar bienes que había aportado al palacio: joyas, muebles y obras de arte que, en realidad, pertenecían a Patrimonio Nacional. Aunque la dictadura había terminado y España iniciaba su transición hacia la democracia, su estatus económico permaneció privilegiado. Conocida en la intimidad como “la dictadora del Dictador” por su capacidad de interceder —y a veces callar— ante su esposo, recibió pensiones y gratificaciones que la convirtieron en lapensionista mejor pagada de España”.

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Los números hablan por sí solos: su pensión neta anual ascendía a 12,5 millones de pesetas, equivalentes a unos 75.000 € actuales. Para ponerlo en perspectiva, en 1988 representaba cincuenta años de un salario medio español, y hoy sería casi tres veces el salario promedio anual. Este blindaje económico, sumado a la concesión del Pazo de Meirás por parte del rey Juan Carlos I, demuestra que los privilegios de la élite franquista sobrevivieron al cambio de régimen: la transición disolvió su poder político, pero no llegó a desmantelar del todo su influencia económica y patrimonial.

Aquel verano de 1917, lo que comenzó con un encuentro fortuito entre Carmen y Franco, un hombre que según su familia era ‘poca cosa’, terminaría transformando por completo su vida y marcando el rumbo de la historia de España. Ella pertenecía a una de las familias más distinguidas y respetadas de la alta sociedad asturiana: Felipe Polo Flórez, un viudo joven, y sus cuatro hijos, entre ellos María del Carmen Polo y Martínez-Valdés, Carmina para la familia y amigas íntimas.

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Huérfanas de madre desde muy pequeñas, las hermanas crecieron bajo la estricta vigilancia de su tía Isabel, hermana de su padre. Con mano firme, Isabel se aseguró de que recibieran la educación más refinada y les enseñó que estaban destinadas a casarse con hombres acaudalados y ocupar un lugar destacado en la rígida sociedad ovetense. Carmen, consciente de las expectativas, siguió al pie de la letra ese destino que le habían trazado.

Cuando la señorita asturiana conoció al pequeño gran comandante

Era finales de aquel verano y Oviedo empezaba a recuperar su ritmo tras la huelga general de agosto, un conflicto que había colocado a Asturias en el centro de la atención por la lucha de los mineros de las cuencas carboníferas. Aquel clima servía de telón de fondo para la aparición de un joven comandante del Ejército de Tierra, Francisco Franco, un oficial gallego de veinticinco años conocido por su disciplina y su mirada firme, aunque más bajo de estatura que la mayoría.

Siguiendo un ritmo disciplinado, el joven Franco llevaba una vida centrada en su carrera militar, sin lujos ni excesos, con la vista puesta en regresar a la acción bélica y avanzar en el escalafón. Ante ese marco, Carmen Polo Martínez-Valdés, una adolescente asturiana de quince años, coincidió con él durante una romería popular cerca de Oviedo.

Apenas lo vio, Franco se fijó de inmediato en Carmina: alta, espigada, de profundos ojos negros y movimientos elegantes. Ella, que ya conocía algunas de sus hazañas de guerra gracias a sus amigas, se sintió halagada y atraída. Así comenzó un cortejo marcado por la clandestinidad y las dificultades: la familia Polo se opuso desde el primer momento, viendo en el joven un aventurero y un ‘cazadotes’, poco apto para una hija destinada a la alta sociedad.

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La familia, además, fue conocida por su estricta disciplina interna y su lealtad al dictador
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Su régimen se caracterizó por un fuerte control político, social y cultural, basado en el nacionalismo, el conservadurismo católico y la represión de la disidencia

Eran clandestinos los encuentros entre Carmina y Franco. Se comunicaban mediante cartas enviadas por amigos cómplices y se veían a escondidas, contando con la ayuda de personas como el doctor Federico Gil, médico de la familia Polo, durante las estancias veraniegas en la finca de San Cucao de Llanera. Cuando la familia descubrió la relación, reforzó la vigilancia y adelantó el regreso de Carmina al internado de las Salesas, pero el futuro dictador no se rindió.

Se madrugaba cada mañana para asistir a misa y comulgar en la iglesia del convento, aprovechando cada instante del amanecer y cada movimiento del convento, asegurándose de ver a su amada aunque fuera solo un fugaz instante.

Al pasar el tiempo, la familia Polo cedió y aceptó formalmente el noviazgo de su hija, dejando que los días transcurrieran con cierta normalidad. Si bien persistieron el desprecio y la desconfianza hacia Franco, la relación se normalizó poco a poco, y él pudo entrar en la casa de los Polo, compartiendo espacios y momentos con la familia bajo esa aceptación.

Cuando Carmen Polo temió que Eva Perón eclipsara a su marido

En 1947, España vivía aislada del mundo: los embajadores extranjeros habían abandonado Madrid, el país quedó fuera del Plan Marshall y estaba vetado en la Organización de Naciones Unidas (ONU), mientras el régimen del dictador Franco intentaba sostenerse con la autarquía. A pesar de ese modelo económico, la población sufría duramente, años de sequía habían vaciado las despensas y el hambre extrema golpeaba a amplios sectores de la sociedad.

Solo un país acudió en su ayuda ante esa soledad: la Argentina de Juan Domingo Perón y Eva Duarte, donde la primera dama no se limitaba al rol protocolar. A la par, había sido actriz de cine y radio, poseía un carisma arrollador y respaldaba sin fisuras el proyecto político de su marido, el peronismo, que pronto se convirtió en modelo a seguir.

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Ante la escasez y el aislamiento de España, Perón fue el único que defendió a Franco en la Asamblea General y rompió el bloqueo internacional enviando trigo y carne, ya que las vacías arcas del Banco de España no podían pagar los víveres. Eva visitó España en junio de 1947 dentro de su gira europea del “arco iris”, que también incluía Italia, Portugal, Francia y Suiza, concluyendo en Brasil y Uruguay, recibiendo trato de jefa de Estado y alojándose en El Pardo.

Tras su llegada a la Península Ibérica, la defensora de los humildes deslumbró a todos con su carisma y acciones, mientras Carmen Polo, la mujer más elegante del país, se sintió opacada por la juventud y el magnetismo de Evita. Aunque intentó mostrar lo mejor de su vestuario y joyas, la argentina brilló no solo en estilo, sino también supervisando la distribución de alimentos entre los más pobres. La competencia entre las primeras damas, si existió, la ganó la argentina.

Evita Perón, Carmen Polo y Francisco Franco 20251119
Su encuentro y relación histórica estuvieron marcados por diferencias ideológicas y sociales

El contraste entre ambas era abismal. Carmen Polo, recatada y pudorosa, representante de la moral puritana y la burguesía tradicional, se enfrentaba a la exuberante Eva, moderna y con glamour, vestida incluso con Chanel. La confrontación se personalizó en comentarios mutuos: Carmen Polo calificó a Evita de “insoportable” y que le había “faltado al respeto”, mientras que Eva describió a Carmen comola gorda” con cara de haber “chupado un limón”.

Sin perder de vista las formas, el choque era profundamente ideológico: Eva cuestionó la legitimidad del régimen franquista, señalando que Franco gobernaba tras ganar una guerra y no por elecciones, a diferencia de su marido. Subieron las tensiones cuando quiso visitar los barrios obreros, que Carmen interpretó como “barrios rojos”, y alcanzaron su punto crítico en El Escorial, donde sugirió que el monasterio podría convertirse en hospital para niños pobres.

Al mezclarse con celos personales, avivados por las “miradas furtivas” que Franco dirigía a Evita, la rivalidad se intensificó y culminó con la orden de Carmen Polo de que esa mujer “nunca más” volviera a pisar El Pardo.

MV/DCQ