“Habrá que planificar muchas cosas. Existen problemas graves que resolver y no sabemos con qué nos vamos a encontrar”. Entre madera, canto de pajaritos y mucho verde, Martiniano Molina suspira: dice que acaba de recibir información acerca de que en una delegación se llevaron veinte cubiertas nuevas de camiones, un hecho seguramente menor, pero que lo inquieta, y que es la punta del iceberg de otras irregularidades con las que seguramente se irá desayunando cuando asuma como intendente de Quilmes (por Cambiemos) el próximo 10 de diciembre.
“Haremos una auditoría, el inventario dirá lo que había y se verá quién es el responsable. Así de simple”, dice a PERFIL desde su casa frente al río este chef de 43 años. Los últimos cinco meses de su vida se vieron modificados radicalmente cuando salió a caminar el municipio en plena campaña. “Está en juego la vida de la gente. Vemos tantas cosas, lo vengo definiendo como condiciones infrahumanas”, resume, confesando acto seguido que algunas imágenes del Conurbano lo golpearon en lo anímico. “Hubo momentos en los que flaqueaba. Veinticinco por ciento de alta marginalidad en Quilmes. Eso significa gente que se inunda, que no tiene techo, que no come, que no tiene cloacas, que tiene la basura alrededor de su casa o vive directamente sobre la basura... Hay muchas cosas para hacer”, agrega, y hace una pausa que antecede un sinceramiento visible: “Va a ser un recontra laburo”.
—¿Cuál fue la necesidad de meterte en este “recontra” laburo?
—Siempre busqué dar una mano para que los otros estén mejor. Cuando uno tiene resuelta su vida y viene haciendo cierto laburo en el que no ve un mejoramiento, entonces la herramienta que puede transformar la realidad de los vecinos de una manera más contundente es la política. Lo hago sabiendo los riesgos y que es un ámbito hostil. Pero bueno, acá estoy, tomé la decisión.
—Dos semanas después de la elección y con más calma, si fuera un plato, ¿qué gusto dirías que tiene la política?
—Si uno está decidido a involucrarse en esto, a comer el plato, puede llegar a tener un gusto medio amargo. Pero cuando uno proyecta cómo puede ser esa política que quiere, es un plato agradable, equilibrado y saludable. Estoy convenido de que existe ese plato, sobre todo por lo que pasó con los resultados que obtuvimos y frente a todo el aparato del oficialismo que nos agredió.
—¿Hay campaña sucia?
—La campaña sucia la inicia el actual gobernador de la provincia de Buenos Aires. El nunca fue así, era un tipo agradable que se sentaba a conversar, que no quería confrontar, y de golpe arranca el ataque.
—¿Pensás que pueden tirarse contra vos en algo?
—Ya lo hicieron, dijeron cosas que no son ciertas, como lo de la deuda de cien mil pesos que tengo…
—¿Es cierto?
—No, estoy pagando una moratoria, es decir no hay deuda. La moratoria es cuando te hacés cargo. Es sobre una casa que se está escriturando a nombre de mi ex mujer, pero que los impuestos llegan a mi nombre.
—¿Cómo es empezar a convivir con este tipo de cuestiones?
—No es fácil. No se me generó aún ese cuero que tienen ya varios políticos. Pero la gente sabe quién soy.
—Así parece, ganaste la elección con sólo cinco meses de campaña...
—En la vida es fundamental mantener la humildad, la honestidad, el compromiso, el trabajo y el sentido común. ¿Hay un pozo?, hay que arreglarlo. Llegué porque se combinaron varias cosas: una gestión paupérrima en Quilmes y por otro lado apareció una persona muy querida y conocida que vive como ves, en una zona humilde, que se hizo la casa con sus manos, que tiene su huerta y una vida normal.
—¿Te sentís parte de un nuevo perfil de políticos?
—Creo que tiene que ver con otra impronta, con el ciudadano de a pie que vive normal y habla con términos claros, y que no le debe nada a nadie. Por eso no tengo por qué ponerme a negociar con un puntero.
—Tal vez te toque hacerlo.
—Yo camino los barrios y veo dónde viven los punteros. Tienen las casas más lindas, blindadas y con soldaditos. Y la gente de al lado vive más pobre. Si los punteros quieren acompañar, bienvenido sea, pero que vengan a laburar. Va a haber reglas claras
—Dijiste que Quilmes se puede gestionar con 4 mil empleados de los 8 mil que tiene. ¿Habrá recortes?
—No vamos a echar gente. Sabemos que la operatoria se hace con 4 mil. ¿Hay que echarlos? No. Lo que dije es que con nosotros los ñoquis no van. Acá no queremos gente que no trabaje. Hay que profesionalizar a la gente del municipio, jerarquizarla y capacitarla.
—¿Qué opinás de la reelección indefinida?
—No estoy de acuerdo.
—En cuatro años vemos qué decís…
—Me parece muy bien. Además, no me veo toda la vida haciendo esto. Esto es una etapa y luego seguiré haciendo otras cosas.
—¿Te gustaría ser gobernador?
—¡No! No puedo pensar en eso con todas las cosas que tenemos para hacer en Quilmes. Sería estar perdiendo el tiempo.