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HISTORIAS REALES

El rey "maldito" que durmió con los muertos para curar sus males y aliviar sus penas

Víctima de decenas de enfermedades, el pobre Carlos II de España recurrió a todo tipo de medicamentos y tratamientos, curas milagrosas, recetas paganas y rituales que incluyeron el dormir con restos mortales.

Carlos II de España
El rey Carlos II de España (1661-1700) | Museo del Prado

Después de 44 años de reinado y de decenas de amantes que le dieron casi 50 hijos, el rey Felipe IV de España murió en 1665 dejando apenas un heredero que, para desgracia de todos, apenas tenía cuatro años de edad.

A pesar de que Felipe IV y su esposa, Mariana, estaban ilusionados con el heredero, sucesivos matrimonios entre familiares demasiado cercanos produjeron tal degeneración que aquel niño, el rey Carlos II (1661-1700), nació enfermo, creció débil y envejeció tempranamente.

Con una inteligencia muy corta y estéril, el rey, al que muchos apodaron "el Hechizado", llevó a la extinción de la Casa de Austria en España.

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La infancia de Carlos II fue tan larga como su lactancia, que duró 3 años, 10 meses y 11 días, pasando por las manos de catorce nodrizas y por los pechos de otras tantas cortesanas encargadas de amamantarlo. Ninguna logró alimentar lo suficiente al niño para evitar que fuera tan débil.

Carlos II de España

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Un informe diplomático remitido al rey de Francia decía lo siguiente: "El príncipe parece ser extremadamente débil. Tiene en las dos mejillas una erupción de carácter herpético. La cabeza está enteramente cubierta de costras. Desde hace dos o tres semanas se le ha formado debajo del oído derecho una especie de canal o desagüe que supura. No pudimos ver esto, pero nos hemos enterado por otros conductos. El gorrito hábilmente dispuesto a tal fin, no dejaba ver esta parte del rostro".

En 1665, cuando murió Felipe IV, el nuevo rey aún tomaba el pecho. Para evitar la mala imagen de coronar como rey a un niño tan poco desarrollado, los médicos aconsejaron suspender la lactancia. Y como no se podía mantener en pie, encargaron al sastre unos gruesos cordones para sostenerlo mientras recibía a los embajadores extranjeros. Entonces, don Carlos II todavía era un bebé: no hablaba ni caminaba.

Carlos II de España

Cuando tenía 6 años, el rey del imperio más poderoso de su época enfermó sarampión y varicela; a los 10 años tuvo rubéola, y a los 11, fue víctima de la viruela, que estuvo muy cerca de matarlo. A los 20 años su inteligencia y sus conocimientos eran tan escasos como los de un niño. No le divertía jugar ni estudiar y, si de vez en cuando iba de caza, siempre lo hacía en carruaje del que no bajaba.

Cuando tenía 30 años creyó hacer un gran esfuerzo al dedicarse, durante una hora todos los días, a la lectura de un libro. A los 32 años Carlos II había perdido todo el cabello y lo que quedaba fue disimulado debajo de la peluca. Y por sobre sus problemas físicos, estaban los mentales: aprendió a hablar a los 10 años y a los 15 apenas podía estampar su firma en un papel.

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En palabras del historiador español Carlos Fisas, "no dejó nunca de ser un niño y se comportaba como tal". A los 17 años Carlos II fue casado con la princesa María Luisa de Francia, de quien el adolescente se enamoró infantilmente, pero pese a los esfuerzos del debilucho rey y de las intensas oraciones, no hubo manera en que la reina quedara embarazada.

Viudo a los 18 años, Carlos II se casó con la alemana Mariana de Neoburgo. Se pensaba que la enorme familia que tenía la nueva reina (¡23 hermanos!) era toda una garantía de fertilidad, pero tampoco resultó: el rey era impotente y estéril y la reina nunca perdió la virginidad. "Tres vírgenes hay en Madrid: la Almudena, la de Atocha, y la Reina", decía otra copla popular.

Los médicos del palacio trataron fervientemente al rey con todo lo que tenían a su alcance: purgas, sangrías y "medicamentos" tales como aves muertas en su cabeza, entrañas de cordero en su abdomen o polvos de víbora. Desesperado ante la falta de herederos, el gobierno acudió a un popular astrólogo de su época, que aconsejó al rey exhumar cadáveres de sus antepasados, abrazarlos y dormir con ellos.

Carlos II de España

El rey siguió el consejo al pie de la letra, pensando que así rompería su mala suerte y tendría el deseado heredero al trono: durmió con los cuerpos momificados de San Isidro y San Diego de Alcalá porque tiempo atrás habían curado a algunos miembros de la familia real, para que Carlos se liberase de los demonios que lo poseían.

Nada surtió efecto. La vida de Carlos II se fue apagando mientras las tormentas crecían en torno a la sucesión al trono. A los 36 el rey ya era un anciano enfermo, delgado y pálido como la muerte, consumido por la desdicha y sumido en una melancolía eterna.

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Ignacio Martín Escribano, historiador de la monarquía española, relata que el palacio "era una barahúnda de frailes, monjes, curas, médicos, curanderos, exorcistas, adivinos, criados y servidores que iban y venían en un revolotear incesante tratando de confortar el espíritu y aliviar el dolorido cuerpo del moribundo monarca".

Cuando el rey tenía 37 años, el confesor real, fray Froilán Díaz, juró haber mantenido una increíble conversación con el mismo "Lucifer" que le aseguró que el rey había sido víctima de un hechizo tras ingerir chocolate, su alimento preferido veinticinco años antes de su muerte.

Carlos II de España

Pero aclaró no se trataba de un chocolate cualquiera, sino de uno muy especial, elaborado "con los miembros de un hombre muerto" y con "los sesos de la cabeza para quitarle la salud, y de los riñones, para corromperle el semen e impedirle tener descendencia"

El dormitorio del rey estaba "adornado con reliquias e imágenes traídas de las iglesias donde se veneraban y en la penumbra de un rincón, unos sacerdotes entonaban incesantes letanías de salmos y oraciones". El rey no tenía paz, ni física ni mental, y cuando un perrito de la reina Mariana movió sus sábanas, gritó espantando, creyendo que eran brujas que salían del infierno y venían a buscarlo.

El cuerpo del pobre Carlos II solo encontró paz el 1 de noviembre de 1700, cuando murió. Tenía apenas 38 años pero parecía de 80. En la morgue del antiguo palacio de Madrid, el médico encargado de la autopsia apenas pudo disimular su sorpresa al descubrir que, en el interior del cadáver "no había una sola gota de sangre".

Para los españoles que salieron a las calles a llorar no había duda alguna: el rey estaba hechizado.

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