Incentivada por su mamá –Chia Sly–, estudió Ciencias Políticas en Estados Unidos, hizo un máster en resolución de conflictos bélicos y trabajó freelance hasta que llegó a la cadena árabe Al Jazeera. Lo de ella no era hacerse famosa por protagonizar un film, ni salir en revistas de papel satinado. “Yo cuento historias, humanizo situaciones, me conecto con la gente, no soy yo la historia. Eso del periodista estrella a mí no me va”, dirá más adelante. Sin embargo, por esas paradojas de la vida, esta semana, y pese a que cultiva el bajo perfil, su nombre resonó en todos los medios del mundo tras ser “inadmitida”–tal el término que ella tuiteó– en Venezuela, donde iba a cubrir la marcha opositora al gobierno de Nicolás Maduro.
—¿Es la primera vez que le sucede esto?
—No, me pasó en Irak antes de la guerra y me tuve que ir a Kuwait para luego poder regresar con el ejército norteamericano. Pero fue una situación muy diferente, estaba Saddam Hussein en el poder. Y lo de Venezuela no creo que empeore.
—¿Alguna vez sintió miedo en el trabajo?
—Uno como periodista siempre pasa momentos que no están buenos, pero no soy de tener miedo. Cuando trabajás en zonas de conflicto la prioridad siempre es manejarte con cuidado y medir las consecuencias. Yo trato de hablar con todas las campanas porque creo que todos tienen derecho a expresar lo que piensan y para eso me reúno con quien me tenga que reunir. Y si bien he pasado momentos feos, ninguno grave como para no querer volver.
—¿Y su familia cómo reacciona?
—Es que mi trabajo, estar en Afganistán y que haya un atentado suicida, es parte de mi realidad. Y no lo vivo como algo de riesgo o con temor. Y a su vez entiendo que es tremendo que situaciones extremas se te vuelvan normales. Uno se acostumbra a todo; eso es lo terrible. Pero tengo un marido que me banca en todas.
—¿Cuáles fueron las situaciones que más la marcaron?
—La invasión de Estados Unidos a una zona de Irak tomada por la resistencia. Hubo bombardeos, y muchos chicos muertos. Eso me impactó mucho. Y también el terremoto de Haití. Recuerdo que mi papá me llamó preocupado y yo estaba en shock.
—¿Ser mujer le jugó en contra en su trabajo?
—Para mí siempre fue un beneficio. Si bien una vez en un campo de refugiados me apedrearon, y algunos hombres no me quisieron responder preguntas; la realidad es que siendo mujer ni el ejército ni la resistencia te ven como una amenaza o como una espía.
—¿Trabajaría en otra cadena de noticias?
—Estoy feliz donde trabajo, siento orgullo por el canal porque me da la posibilidad de cubrir historias que otros medios no cubren. En muchos otros casos, además, la prioridad no es América Latina. Y este medio sí la tiene. Estuve tres años en Irak y lo sé. Acá luego de irme de Oriente pude hacer documentales sobre la guerrilla colombiana, y trabajé mucho en México.
—Tiene una nena de 5 y de un nene de un año y medio. ¿Cómo lo combina con su oficio?
—La maternidad te cambia y ya no hago viajes largos porque no quiero dejarlos. De hecho, a mi nena la llevaba a todos lados conmigo. Me avisaban que habían matado al jefe de las FARC y viajaba con ella. Para mí se trata de transmitirle a mi hija lo que me apasiona y ayudarla a que encuentre lo que le gusta. Trato de criar una mujer fuerte, independiente, que busque sus sueños y no vea que hay cosas imposibles.