Me pregunto esto: ahora que el ataque al Capitolio quedó atrás y que en pocos días más Donald Trump ya será pasado, ¿los Estados Unidos volverá a ser el símbolo de corrección democrática del planeta? Yo creo que no necesariamente. Lo digo porque creo que Trump no es el responsable del movimiento antisistema que copó el Capitolio. En todo caso, Trump es el emergente de ese movimiento.
Este hombre había llegado a la presidencia con el voto de 63 millones de estadounidenses y se fue con el voto de 74 millones y en medio de la destrucción económica de la pandemia. Y tras cuatro años durante los cuales el establishment político, económico y mediático lo consideró poco menos que un payaso perdió por apenas 4 puntos con Biden.
Es cierto: Trump es un personaje sin dudas extravagante, típico de la extravagancia de países pobres. Y sus insultos, mentiras y discriminaciones son normales entre ciertos líderes populistas. Y el propio asalto al Capitolio es una escena también habitual en naciones con muy baja calidad institucional.
Pero la cuestión es que no se trata de un mandatario tercermundista ni de escenas delirantes de un país en ruinas. El hecho de que esto pase en la mayor potencia mundial, en la mayor democracia liberal del planeta, habla de la profunda crisis de ese sistema político como forma de organización y de relacionamiento social.
La primera encuesta conocida tras el ataque, indica que el 45% de los republicanos respalda total o parcialmente lo que pasó. Porque los atacantes al Capitolio pueden pertenecer a pequeños grupos delirantes, pero reflejan un creciente espíritu antisistema que llevó a un borderline como Trump a la Casa Blanca.
Por eso Trump no es la causa sino la consecuencia de un modelo de capitalismo democrático que dejó de garantizarle a los estadounidenses que la próxima generación será más próspera que la anterior. Él es el emergente del malestar de los pequeños productores agrícolas, de los desempleados industriales y de los que vuelven de las guerras y no logran reinsertarse en el mercado laboral.
Trump no es ellos, pero representa la desesperación de una gran parte de la sociedad por buscar en un símbolo antisistema como él, las respuestas que ya no les da el modelo democrático en el que siempre creyeron.
Trump puede irse, pero si el sistema no se reconstruye, habrá otros Trump. En los Estados Unidos y en el mundo.