Entre los escritores, los periodistas y el público existe una atracción por las cifras redondas y por las conmemoraciones de efemérides transformadas en rituales festivos. En épocas más lentas se hablaba de ciclos largos, de eras. En estos tiempos de cambios vertiginosos, el pasado ha quedado reducido a décadas. Treinta años de la Editorial Perfil indisolublemente ligados a tres décadas del país y del mundo, a las vicisitudes políticas, económicas y sociales de la sociedad resultan ya un motivo para el análisis y la reflexión de lo que se llama el “espíritu del tiempo” o el “aire de una época”.
Las fechas tienen, sin embargo, su lado arbitrario porque el transcurrir de la vida histórica es una continuidad ininterrumpida en la cual no hay fronteras demasiado precisas. Muchos sucesos que caracterizan a la década del setenta, cuando surgió Perfil, tuvieron sus causas o sus inicios en años anteriores. Todo hecho histórico es un fenómeno único e irrepetible y en ese sentido puede ser fechado sin hesitación, pero, a la vez, forma parte de un proceso de límites imprecisos y difíciles de demarcar ¿Cuándo se prepara en silencio un acontecimiento? ¿Cuándo se desarrolla? ¿Cuándo culmina? ¿Cuándo comienzan a revelarse sus consecuencias inesperadas?
Además, la sociedad no es un colectivo homogéneo y la recepción de un mismo suceso no es unánime, es vivido en forma distinta de acuerdo con la pertenencia de clase, de edad, de género, de ideología o según a las diferencias individuales.
También en un mismo sector social se producen cambios de un año a otro. Tal la actitud de la versátil clase media argentina, principal lectora de diarios y revistas, que modificó, sin el menor asomo de autocrítica, su actitud frente a fenómenos como la guerrilla, la dictadura militar, la democracia o las distintas orientaciones económicas.
Nace Perfil
La Editorial Perfil hizo su aparición pocos meses después del golpe de Estado militar que daría origen a la dictadura más sangrienta conocida en el país en el siglo veinte. 1976 fue un punto nodal, un salto cualitativo; sin embargo sus raíces, el huevo de la serpiente, se encuentran en acontecimientos anteriores: el ciclo militarista que comenzó en 1943, la violencia desatada entre 1954 y 1956, la inestabilidad política que la siguió. El terrorismo de Estado, además, no se inició en 1976, sino en 1973, bajo el gobierno de Perón, Isabelita y López Rega.
Los medios masivos, tanto gráficos como audiovisuales, acompañaron, en buena parte, a la sociedad civil en esos virajes; mantuvieron una actitud de vergonzosa obsecuencia ante la dictadura, salvo honrosas excepciones; varios periodistas fueron desaparecidos –Enrique Raab, Eduardo Sajón, Héctor Ferreiros, Rafael Perrota, Julián Delgado– y otros, como Robert Cox (de The Buenos Aires Herald) debieron exiliarse, en tanto James Neilson –actual integrante del staff de Perfil (N. del E.: en la revista Noticias)– se jugó la vida por denunciar las desapariciones. Asimismo, la revista La Semana, de Perfil, que transgredió los códigos de la dictadura reporteando a un político y a figuras prohibidas del espectáculo, le costó a su director, Jorge Fontevecchia, ser secuestrado en el campo de concentración El Olimpo (enero de 1979).
La Semana
La guerra de las Malvinas, con su escandalosa desinformación, o contrainformación, tuvo también sus excepciones. La Semana publicó una columna del analista estadounidense Jack Anderson, donde, contrariamente al mentiroso discurso oficial, vaticinaba la derrota argentina. En esa ocasión, Fontevecchia fue citado por el Estado Mayor Conjunto y acusado de estar al servicio de los ingleses.
La publicación de un artículo sobre los crímenes del capitán Alfredo Astiz provocó la clausura de La Semana, y Fontevecchia fue puesto “a disposición” del Poder Ejecutivo Nacional. Un procedimiento policial en el edificio de la editorial lo obligó a escapar y solicitar asilo político en la Embajada de Venezuela, de donde partió al exilio en Caracas y luego en Nueva York.
A fines de 1982, cuando la dictadura estaba ya en decadencia como consecuencia de la derrota argentina en la Guerra de Malvinas, y a pesar de haber sufrido otra clausura de La Semana, la Editorial Perfil inició una nueva etapa con un quincenario, una revista que llevaba el mismo nombre de la empresa: Perfil. De concepción avanzada en su gráfica, la independencia en las opiniones y una actitud provocativa en sus temas anunciaban la proximidad del retorno a la democracia. Fue, quizá, la primera vez que un medio gráfico trató el tema de la homosexualidad –por entonces un tema tabú– cuando el escritor Oscar Hermes Villordo reconoció que tenía sida y criticó la discriminación a quienes padecían esa enfermedad.
Noticias
La editorial conocerá su mejor momento a partir de 1989, con la aparición de Noticias, revista destinada a ser, en los noventa, lo que fuera Primera Plana en los sesenta. Noticias es un modelo del nuevo periodismo, donde se fusionan la información de actualidad política y cultural, con las investigaciones, las historias de vida, el reportaje extenso, la crónica de la vida cotidiana y la guía de lugares y hábitos en boga. Las fuentes de inspiración deben buscarse en las revistas estadounidenses Time y Newsweek, y en la francesa L’ Express, pero el tono cosmopolita, como decía Borges, está en la tradición argentina, o por lo menos en la de Buenos Aires.
Sin embargo, notorias diferencias separan a Noticias de su antecedente porteño más próximo, Primera Plana. En el estilo claro y directo de las publicaciones de Perfil desaparece el neobarroquismo que impusieron los intelectuales del equipo de Jacobo Timerman, encandilados con el boom de la literatura latinoamericana. También es muy distante de la linea económica –el desarrollismo nacional-popular del frondizismo, los militares “azules” y finalmente José Ber Gelbard, el mito de la “burguesía nacional”– que caracterizó a Primera Plana, Confirmado y La Opinión; estaban muy distantes del realismo económico que Fontevecchia ha definido como un “liberalismo de izquierda” superador de una izquierda y de una derecha sectarias y anacrónicas. Esas ideas, acordes con una era global y posindustrial, y con un país donde un agro moderno y tecnificado ha dejado atrás tanto a la “oligarquía vacuna” como a la industria mercadointernista, subsidiada y sin capacidad exportadora, reflejan un mundo que Timerman ni siquiera llegó a vislumbrar.
El público de Noticias es, al mismo tiempo, más amplio que el de Primera Plana, porque el proceso de modernización de las costumbres que recién comenzaba tímidamente en los años sesenta y que se reducía por entonces a un sector sofisticado de la clase media profesional, se había extendido, con la democratización y los viajes al exterior, a sectores más amplios. La sociedad era, en la década del noventa, más receptiva a cierta temática que en otra época escandalizaba.
Juicios y amenazas
El ascenso de Jorge Fontevecchia, su transformación, aunque con características propias, en el continuador de la pléyade de grandes editores –Natalio Botana, César Civita, Jacobo Timerman– obedeció a diversas razones: proveniente de una familia de impresores, supo utilizar los espectaculares avances de la técnica en la era informática. Pero sobre todo, y a diferencia de otros grandes editores como Timerman y los Vigil (Editorial Atlántida), el no haber estado al servicio de las coyunturas políticas y de las corporaciones le permitió una mayor independencia –que no debe confundirse, sin embargo, con la falta de compromiso político– que le valió numerosos juicios, atentados, amenazas y represalias económicas.
El tipo de periodismo de Perfil sólo pudo emerger plenamente con el fin del nefasto período de cuarenta años de política cultural tutelados por el Ejército, la Iglesia y la Policía. Esa época que el mismo Fontevecchia describió así en un artículo de la revista Noticias: “Una vorágine de temor, autocensura, terror, persecuciones, convivencia con el poder, secuestros y muerte que atrapó al periodismo argentino entre 1945 y 1983”.
Libertad de prensa
Una libertad de prensa desconocida hasta entonces permitió a los medios, a través de investigaciones periodísticas, convertirse en los denunciantes de la corrupción o los excesos de poder de los grupos dirigentes, que sólo recuerda antecedentes en los años de oro de Crítica. Es indudable la influencia de Noticias en el desprestigio del operador político Juan Carlos Mazzón, del sindicalista Armando Cavalieri, del ministro Rodolfo Barra y de María Julia Alsogaray.
La debilidad de las instituciones públicas llevó al periodismo a realizar acciones que corresponderían al poder judicial o al legislativo, a los partidos políticos y a los sindicatos. Los representantes de estas entidades reaccionaron con rencor, descalificando las denuncias periodísticas –algunas veces con razón– por tratarse de “operaciones de prensa”.
Durante los períodos de Alfonsín y Menem, hubo recelo de los gobernantes frente a ciertos periodistas, y un funcionario hasta habló de “exceso de libertad de prensa”. Perfil fue víctima de la infiltración de la mafia en el mundo de los negocios y la política con el asesinato, en 1997, de su fotógrafo José Luis Cabezas, crimen del que se acusó al misterioso empresario Alfredo Yabrán. No obstante, la libertad de prensa había hecho sus progresos; en 1993, se derogó del Código Penal la figura de “desacato”, impuesta por Perón como instrumento para acallar a sus adversarios.
Aquí y ahora
El semanario dominical PERFIL, última publicación de la editorial –y cuyos modelos han sido El País, La Repubblica, The Guardian y Le Monde– surgió en una nueva etapa de las relaciones entre el poder político y los medios, que experimentó bajo la actual gestión un notorio deterioro. Néstor Kirchner nunca dio una conferencia de prensa –dijo que los fotográfos eran los mejores reporteros, porque no hacían preguntas– y acusó públicamente a diarios y a destacados periodistas como desestabilizadores y “golpistas”. Por añadidura, se ejerce una forma de censura indirecta mediante el retiro de publicidad oficial a los periódicos opositores, y de presión sobre las empresas privadas, para que actúen en consecuencia. Las publicaciones independientes, las más débiles económicamente, son las principales perjudicadas por estas restricciones.
A esto se le suman los llamados telefónicos agresivos por parte de funcionarios –y a veces del propio Presidente– a periodistas que han emitido juicios disintiendo con las posiciones del Gobierno, así como la cesación en la radio estatal de programas de conductores disidentes.
Las organizaciones de prensa locales e internacionales han denunciado esta actitud del gobierno de Kirchner. El Foro de Periodistas Argentinos (FOPEA) expresó su “preocupación por la creciente presión del poder público sobre periodistas y medios, así como también las amenazas que, en los últimos meses, muchos colegas vienen denunciando en distintos lugares”. La Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) enumeró “una larga lista de hechos que muestran una actitud irrespetuosa por parte del gobierno argentino hacia la libertad de prensa, señalados oportunamente por diferentes delegaciones de la SIP que han visitado la Argentina y las que también sugirieron cambios que el Gobierno no ha tomado en consideración”. La Asociación de Entidades Periodísticas (ADEPA) se lamentó porque “el Gobierno no ha rectificado el rumbo en materia comunicacional, pese a las críticas que recibió por su tendencia a acallar las voces disidentes y las opiniones que contradigan sus posiciones” .
La informática
A los ataques políticos a la libertad de expresión en nuestro país se agregan condiciones sociales y culturales del mundo actual, adversas al desarrollo del periodismo independiente. Las tecnologías informáticas han tenido una repercusión ambivalente en el periodismo, por una parte predispone al aumento del número de periódicos por el abaratamiento de la impresión, por otra parte la comunicación electrónica proporciona una información tan rápida que desalienta la lectura de periódicos y libros. Las nuevas generaciones leen poco y menos aún diarios, y el desafío del periodismo escrito está en recuperar ese público ofreciéndoles algo que no les da la televisión ni Internet. Entre la abrumadora cantidad de noticias y la vertiginosa velocidad de la transmisión, la prensa llamada de opinión o de influencia debe saber seleccionar los hechos relevantes, investigar su veracidad, interpretar su significado y traducir a un lenguaje accesible el conocimiento que se vuelve cada vez más técnico y especializado en una sociedad más compleja. Asimismo, es necesario eludir ese eterno presente que es el tiempo fugaz de la televisión, la radio y la Web, y vincularlo con las otras dimensiones de la temporalidad, el pasado y el futuro. La información sólo se transforma en conocimiento cuando se relaciona la inmediatez del hecho con sus causas y sus consecuencias, es decir, cuando se lo integra al devenir histórico.
Diarios e Historia
Cuando lo habitual es creer que el diario leído a la mañana se tira a la basura por la noche –el propio Timerman afirmaba que los diarios no se hacen para la Historia–, parecería utópica la proposición de escribir en un periódico aquello que se pueda seguir leyendo treinta años después.
Sin embargo, Jean-Paul Sartre recordaba que entre las obras destinadas a perdurar había dos crónicas periodísticas: una sobre la Revolución Rusa y otra sobre la Guerra Civil Española. Es paradigmático, también, que los mayores escritores argentinos, Jorge Luis Borges y Roberto Arlt hayan escrito hace setenta años, en El Mundo y en El Hogar y Crítica crónicas que hoy todavía se siguen leyendo.
Esta capacidad del periodismo moderno de constituir un espacio de confluencia entre la cultura de elite y la cultura de masas, entre la imagen y el pensamiento, y donde se discuten puntos de vista divergentes, es necesaria para que el ciudadano aprenda a pensar la política, sacando a ésta de su espasmódica oscilación entre la agitación y la apatía. Aun ante el acto del sufragio, no se puede prescindir de la información sobre los proyectos políticos y las personalidades intervinientes; por lo tanto, la existencia misma de la democracia está indisolublemente vinculada al conocimiento que brinda una prensa libre y responsable.