SOCIEDAD
FE MARADONIANA

D10S después de Diego: del duelo a la "canonización" popular de Maradona

A cinco años de su muerte, Maradona persiste en rituales paganos, altares urbanos y devociones globales. PERFIL habló con la Iglesia Maradoniana y con Fernando Signorini sobre cuánto maradonismo sigue vivo.

Homenaje a Diego Maradona 24112025
Diego Maradona. Homenaje a 5 años de su muerte. | Valeria Ruiz

Diego Armando Maradona murió el 25 de noviembre de 2020 y, sin embargo, sigue apareciendo todos los días donde siempre estuvo: en las paredes descascaradas de los barrios, en los altares improvisados en esquinas, en los santuarios de Nápoles y Fiorito, en las banderas que todavía se alzan cuando la pelota rueda. También en las marchas sociales, donde su rostro vuelve como un símbolo del que fue —y aún es— para los de abajo.

A cinco años de su fallecimiento, nos preguntamos si el duelo se transformó en otra cosa: quizá un fenómeno religioso, pagano y popular, que mezcla camisetas, rezos y goles repetidos en loop como si fueran estampitas. Para entenderlo, PERFIL conversó con voces atravesadas por su figura: la Iglesia Maradoniana —su devoción organizada, accidental y global— y Fernando Signorini, "el profe" que lo conoció desde adentro y que aún habla de él en presente.

Varios sociólogos del deporte vienen señalando que, cuando una figura concentra identidades colectivas, desigualdades históricas y un horizonte de épica compartida, la muerte no clausura el vínculo: lo reorganiza. Pablo Alabarces sostiene que figuras como Maradona habilitan “procesos de sacralización laica”, donde los ídolos populares se convierten en soportes de identidad colectiva y de memorias afectivas. “La devoción funciona como un ritual secular que organiza pertenencias y emociones”, escribe en Héroes, machos y patriotas.

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Diego Armando Maradona: la vigencia del mito a 65 años de su nacimiento

Homenaje a Diego Maradona 24112025
El día de la muerte de Maradona, miles de personas colmaron las calles con carteles, velas y lágrimas para despedir al 10

Maradona es, a esta altura, una figura que excede cualquier biografía lineal. El chico de Fiorito que burló la pobreza con una zurda inverosímil; el campeón del mundo en México 86; el ídolo que hizo campeón al Napoli contra el poder del norte italiano; el capitán que le gritó al planeta que “la pelota no se mancha”; el hombre que cayó, se levantó, volvió a caer. Pero también fue el que nunca renegó de su origen y salió a jugar “guerras que no eran de él”, como recuerda el preparador físico Fernando Signorini. Lo hacía sin estridencias: aparecía para el pibe que necesitaba una prótesis, para la jugadora que buscaba apoyo para viajar a las Olimpíadas o para la viuda a la que había que ayudar con un partido a beneficio.

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Fernando Signorini: "Yo estaba predestinado a una vida sin demasiados colores y él le puso más colores que el arcoíris"

Ese Diego —el de los gestos discretos, el que se parecía al vecino de la villa, del barrio y al amigo del potrero— es el que hoy se canoniza en los altares populares. No hay Vaticano maradoniano, pero sí una red de devociones que se expande desde Rosario al mundo: misas con golazos en pantalla grande, bautismos que recrean “la mano de Dios”, casamientos futboleros, peregrinaciones al mural de Nápoles donde el “D10s” celeste mira desde una pared que se volvió monumento.

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La Iglesia Maradoniana

Mucho antes de la fecha de su partida, hubo quienes intuyeron que con Maradona no iba a alcanzar con una plaqueta y un palco. En el 2000, en Rosario, un grupo de amigos empezó a discutir cómo homenajearlo en vida. “Algunos decían: ‘Hagamos una peña’. Pero una peña es guitarra y malambo. Queríamos otra forma de homenaje”, recuerda Hernán Amez, uno de los impulsores de la Iglesia Maradoniana. Lo que terminó de imponerse fue la idea de algo distinto: un espacio que nombrara lo que ya sucedía en las tribunas y en las calles, esa sensación de que el 10 jugaba en otra categoría.

“Si tantas veces hablamos de reyes y príncipes del fútbol, Maradona es una categoría distinta. Lo sentimos como el Dios del fútbol. El homenaje es que él sea nuestro dios”, explica Amez. De ese debate salió también el logo que hoy cualquiera reconoce en una pared o en una remera: D10s, la palabra que se lee “Dios” pero guarda en el medio el número que se volvió marca registrada de su zurda.

Alejandro Verón, otro de los fundadores, recuerda el momento en que le entregó a Maradona el carnet de la Iglesia, en un colmado estadio de Newell's Old Boys (el Coloso Marcelo Bielsa). Diego lo abrazó y le dijo: “Gracias por la Iglesia”. Él salió caminando hacia el túnel y se largó a llorar “como un nene”. Al rato, sintió una palmada fuerte en la espalda y una voz inconfundible: “¿Qué llorás, boludo? Disfrutá”. Era él, con esa mezcla de ternura y desparpajo que desarmaba cualquier solemnidad.

Iglesia Maradoniana 21112025
"Bautismo" en la Iglesia Maradoniana

La Iglesia no tiene sede fija ni cuenta con subsidios ni sponsors. “No nos baja dinero nadie, nos autosolventamos. No tenemos propiedad: ambientamos lugares”, explica Verón. A veces es una canchita de barrio en Rosario; otras, un bar museo en Caminito. Se juega al fútbol, se hace una “misa maradoniana”, se comen pizzas, se cuelgan banderas y cuadros. La institución vive en esos encuentros y en la memoria de quienes la sostienen: “La Iglesia Maradoniana vive en nosotros, en vos y en todos los que lo sienten a Diego. Esto es boca a boca y es una llama que no se va a extinguir”, resume Verón.

Los rituales son sencillos y delirantes a la vez: bautismos donde hay que recrear “la mano de Dios”, casamientos sellados con pelotas y altares que se arman con fotos, versos, camisetas, dibujos y objetos que los propios hinchas donan. Cada pieza llega de algún punto del país —o del mundo— y se suma a un archivo afectivo que la Iglesia despliega cada vez que “pinta” un encuentro.

Iglesia Maradoniana 21112025
"La mano de Dios", en la Iglesia Maradoniana

Diego, D10s y las luchas sociales

Para "el Profe" Signorini, que trabajó con Maradona desde 1983 hasta mediados de los 90 y lo acompañó en los mundiales del 86, 90, 94 y ya como preparador de la Selección en 2010, hay dos figuras que conviven en la misma persona. “Diego era el chico macanudísimo, simpático, pícaro y atorrante, de gran ternura con su familia y sus amigos. Daba gusto pasar horas con él”, cuenta. Maradona, en cambio, es el personaje que tuvo que inventarse para estar a la altura de lo que esperaban millones. Esa máscara —dice— era “insoportable”. Lo desarrolla también en Diego, desde adentro, el libro que publicó con Editorial Planeta, donde narra esa convivencia permanente entre el hombre y el mito.

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Fernando Signorini: "Diego se ponía al frente de guerras que no eran de él, pero las consideraba propias"

Que el mundo necesitara a Maradona explica en parte la canonización actual. Pero lo que se recuerda, cuando se prenden velas en su nombre, es sobre todo a Diego: el que nunca renegó de su origen humilde, el que contaba con orgullo que tenía “sangre guaraní” y que había salido de Fiorito, el que se plantó ante los poderosos y habló de los “barrios populares” mucho antes de que lo hicieran las estadísticas o el marketing político. Ese Diego —dice Signorini— “daba gestos para con una sociedad plena” y “usó cien camisetas distintas para ayudar, no solamente las de los clubes”.

Renunció a la injusticia y a la perversidad de las que es capaz el poder. Nunca dudó en ponerse al frente de protestas y peleas que había padecido desde chico”, cuenta "El profe". Su recuerdo se mezcla con una reflexión política más amplia: en la Argentina del tercer milenio, donde todavía existen miles de villas y asentamientos, los chicos siguen saliendo a correr en desventaja. Y el sistema, sostiene, sigue mirando para otro lado.

Maradona, Signorini y Messi
Maradona con su preparador físico, Fernando Signorini, y un joven Lionel Messi

“La mayoría de los chicos, por uno que llega, miles quedan en el camino, y de esos nadie se acuerda”, reflexiona. En ese contexto, el maradonismo funciona como una contraofensiva sentimental. Si el fútbol —como dice Signorini— “no sirve como elemento transformador, no sirve para nada”.

Como dice el Profe Signorini, Maradona fue —al menos— un intento radical de torcer la lógica: el “negrito de Fiorito”, en sus palabras, que terminó siendo "el hombre más famoso del planeta, más conocido que el Papa en países donde ni siquiera se profesa la religión cristiana". Su presencia es tan grande que en Nápoles, en los Quartieri Spagnoli, el santuario dedicado a él es hoy —recuerdan en la ciudad— el segundo lugar más visitado de Italia después del Coliseo. Y en fechas clave, como su cumpleaños o el aniversario de su muerte, la procesión se invierte: ya no es el sur el que peregrina al centro, sino turistas de todo el mundo los que bajan por esas calles angostas para dejarle una bufanda, una bandera o una frase.

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Altares, banderas y golarios de Maradona

El fenómeno no es solo napolitano ni italiano. En Argentina, los altares dedicados a Maradona se siguen multiplicando en calles, clubes de barrio y plazas: cruces, flores, fotos del 86, velas de colores. Hay quienes lo invocan como “patrono de los pibes”, o “patrono del fútbol”. En algunas casas su foto convive en el mismo rincón donde están el Gauchito Gil, la Difunta Correa y San Cayetano, como si fuera uno más de esa familia de santos populares que acompañan la vida cotidiana.

La Iglesia Maradoniana reinventó incluso el rosario: el “golario”, una tira de pelotitas que se reza repasando goles y gambetas en lugar de misterios. Allí la fe se expresa en gargantas que gritan (“¡Diego, Diego!”), en lágrimas frente a viejos archivos, en tatuajes con su firma, su rostro, la silueta de “la mano de Dios”. Para los maradonianos, aquel gol a Inglaterra es algo más que una trampa convalidada: es un acto fundacional que mezcla la revancha por Malvinas, la picardía de potrero y un "milagro" futbolero.

Homenaje a Diego Maradona 24112025

La geografía del maradonismo es caprichosa y global. Verón cuenta que, mientras hablaba por teléfono con PERFIL, recibía mensajes de un influencer español que le mandaba fotos desde una pizzería en Sevilla “llena de camisetas de Diego”. En Escocia, recuerda, una bandera de la Iglesia Maradoniana apareció en la tribuna cuando la selección clasificó al Mundial después de 28 años. "¿Cómo explicás que gente que no defendió su camiseta tenga banderas de él? Eso sólo lo genera Diego”.

Cuánto maradonismo queda

Amez lo dice sin rodeos: “El maradonismo va a ser infinito. El que no lo vio jugar ya sabe quién fue y quién es Diego”. Para él, la muerte de Maradona no se mide en aniversarios. “No cuento los días ni los años. Para mí es como si fuera hoy mismo y como si estuviera. Vive en mi recuerdo, en los videos, en los audios, en esos gestos que sólo tenía él”, dice.

La fecha del 25 de noviembre lo devuelve al velorio multitudinario en Casa Rosada, cuando viajaron desde Rosario con otros maradonianos para despedirlo. Recuerda el tumulto, el llanto, la incredulidad. Y recuerda, sobre todo, a Dalma cruzando el salón para abrazarlos y decirles que los estaba esperando. “Ahí lloramos todos”, cuenta. Pero el tiempo, insiste, no desdibuja esa intensidad. Al contrario: “Su figura se agiganta con la muerte, y eso no lo consigue cualquiera”.

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El féretro de Diego Maradona en la Casa Rosada, durante la despedida popular que reunió a cientos de miles de personas

Signorini, por su parte, habla de una “muerte injusta, miserable”, indigna de la vida que llevó. Imagina otro final posible: el de un Maradona que se despedía en la Bombonera, de pie y con voz entera, después de decir que la pelota no se mancha. Aun así, cuando se le pregunta qué le dejó Diego, la respuesta desborda cualquier amargura: “Me dejó una vida que ni en mi mejor sueño hubiera imaginado. Me dejó recuerdos maravillosos. Hay gente que dice ‘no se puede vivir de recuerdos’. Bueno, será que no vivieron directamente. Será que no conocieron a Diego”.

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A cinco años de la muerte de Maradona

Cinco años después, es difícil nombrar todo lo que señala esa palabra breve: Diego. Es el chico del potrero que gambetea entre charcos; el capitán que salta en el Azteca; el líder que grita "hay que ser muy cagón para no defender a los jubilados” frente a las cámaras; el cuerpo lastimado que el sistema exprimió; el ícono impreso en remeras, vasos, murales, estampitas y memes. Es también, especialmente para los que lo conocieron de cerca, un vínculo íntimo que no entra en ninguna estatua.

El maradonismo se parece a eso: a una melancolía activa, que no se limita a decir “qué jugador fue” sino que se pregunta qué hacemos hoy con su legado. ¿Quién toma la posta en las luchas que él abrazó? ¿Qué lugar tiene el fútbol en un país que vuelve a discutir el derecho a educarse, a vivir fuera de la miseria? ¿Cuánto hay de resistencia y cuánto de escape en ese altar con una foto del 10 rodeada de banderines?

Homenaje a Diego Maradona 24112025

No hay una respuesta única. Lo que sí está claro es que, en un tiempo de desmemoria acelerada, la figura de Maradona se resiste a ser archivada. Vuelve en cada gol gritado con el corazón, en cada pibe que se calza la número 10 en una canchita de tierra, en cada mural que revive su silueta sobre una pared. Vuelve cuando un padre le explica a un hijo quién fue ese zurdo bajito al que nunca vio en vivo, pero reconoce por verlo tantas veces en YouTube. Vuelve cuando una hinchada, en cualquier parte del mundo, corea su nombre.

Tal vez por eso, cuando se apaga la televisión y quedan solo los ecos del último homenaje, la frase que mejor lo explica es la confesión íntima de quien compartió tantos años a su lado. “A mí —dice Signorini— a veces me pasa que me pellizco, porque digo: ‘¿Será cierto todo lo que me pasó?’. Yo estaba predestinado a una vida sin demasiados colores y él le puso más colores que el arcoíris. Él transformó mi vida”.

En esa imagen, un hombre que mira hacia atrás y se descubre conmovido por haber vivido a Diego, hay algo del corazón del maradonismo. No se trata solo de recordar a un futbolista irrepetible, sino de agradecerle, todavía, por haber puesto a jugar al mismo tiempo la belleza, la rebeldía y una forma de fe que sigue encontrando señales en cada rincón donde aparece su nombre.

ML